Su esposo estaba sentando en orilla de la cama, poniéndose los zapatos y ordenándole que recogiera sus cosas. No quería quedarse a pasar la noche, y con obstinación, recogió la americana y la tomo del brazo para conducirla fuera de la habitación. Su esposa parecía clavada al piso y no se movió ni un centímetro, se soltó de su agarre y comenzó a regañarlo delante de Luis, usando ese tono autoritario que siempre le molestaba. —¡Por favor, Carlos! No seas necio, ya es muy tarde para irnos, la carretera de noche es peligrosa. Pasaremos la noche aquí. —No, ya te dije que no. Apenas es hora y media de camino y yo puedo manejar si a ti te asusta manejar de noche. —No estas en condiciones de manejar. —Eso dices tu, siempre estás diciendo que no estoy en condiciones de hacer nada. —¡Claro!