Él hubiera querido decirle que Hampton era un inútil cuando se trataba de conducir un vehículo y que era un caballista de segunda categoría, que sólo usaba caballos muy mansos. Se dijo a sí mismo que ése no era el momento más apropiado para estar pensando en Hampton, sino en sus propios intereses. −He venido, Elaine− dijo el Conde en voz profunda− porque tengo algo que decirle. Ella levantó los ojos azules hacia él y preguntó con ingenuidad: −¿De qué se trata? ¿No podía esperar que yo volviera a Londres? −¡No, no podía esperar!− dijo el Conde con firmeza−. Y, en realidad, he pensado que el campo, que estoy seguro, debe gustarle tanto como a mí, es el lugar más idóneo. Se le ocurrió, al decir eso, que no tenía idea siquiera, de si a ella le gustaba el campo o no. Sólo se habían visto