CAPÍTULO CINCO

1087 Words
CAPÍTULO CINCO Stara estaba en la frágil plataforma, intentando no mirar hacia abajo mientras la subían más y más hacia el cielo, observando cómo la vista se ensanchaba a cada tirón de la cuerda. La plataforma se elevaba más y más a lo largo del borde de la Cresta y Stara estaba allí, mientras el corazón le palpitaba, iba de incógnito, con la capucha bajada sobre su cara y el sudor chorreándole por la espalda mientras sentía cómo subía la temperatura del desierto. Aquí arriba era asfixiante y el día apenas había hecho más que empezar. Por todo a su alrededor estaban los siempre presentes ruidos de las cuerdas y las poleas, las ruedas chirriando, mientras los soldados tiraban y tiraban sin darse ninguno cuenta de quién era. Pronto se detuvo y todo estaba tranquilo mientras ella estaba en el pico de la Cresta, con el único sonido del rugido del viento. La vista era impactante, la hacía sentir como si estuviera en la misma cima del mundo. Aquello le traía recuerdos. Stara recordaba el momento cuando llegó a la Cresta, recién llegada del Gran Desierto, con Gwendolyn y Kendrick y todos los demás rezagados, la mayoría de ellos más muertos que vivos. Sabía que tenía suerte por haber sobrevivido y, al principio, ver la Cresta había sido un gran regalo, había sido la visión de la salvación. Y, sin embargo, aquí estaba, preparada para marchar, para bajar la Cresta una vez más por su lado más apartado, para dirigirse de vuelta al Gran Desierto, de vuelta a lo que podría ser una muerte segura. A su lado, su caballo cabriolaba, sus herraduras chasqueaban la plataforma hueca. Ella alargó el brazo y le acarició la crin para tranquilizarlo. Este caballo sería su salvación, su billete para salir de este lugar; haría de su pasaje de vuelta a través del Gran Desierto un escenario muy diferente de lo que había sido. “No recuerdo órdenes de nuestro comandante acerca de esta visita”, dijo la voz imponente de un soldado. Stara se quedó muy quieta, pues sabía que estaban hablando de ella. “En ese caso hablaré de ello con tu comandante y con mi primo, el Rey”, respondió Fithe, que estaba a su lado, con seguridad y sonando más convincente que nunca. Stara sabía que estaba mintiendo y que se estaba arriesgando por ella y le estaba por siempre agradecida por ello. Fithe la había sorprendido siendo fiel a su palabra, haciendo todo lo que estaba en su poder, como había prometido, para ayudarla a marcharse de la Cresta, para ayudarla a tener una oportunidad de salir de allí y encontrar a Reece, el hombre que amaba. Reece. A Stara le dolía el corazón al pensar en él. Dejaría este lugar, por muy seguro que fuera, atravesaría el Gran Desierto, atravesaría océanos, atravesaría el mundo, solo por tener una oportunidad de decirle lo mucho que lo quería. Necesitaba tanto como odiaba poner a Fithe en peligro. Necesitaba arriesgarlo todo para encontrar a aquel a quien amaba. No podía quedarse en la seguridad de la Cresta, sin importar lo espléndida, rica y segura que fuera, hasta que se volviera a reunir con Reece. Las puertas de hierro de la plataforma chirriaron al abrirse y Fithe la tomó del brazo para acompañarla, ya que ella llevaba la capucha baja, su disfraz estaba funcionando. Salieron de la plataforma de madera hacia un altiplano de piedra en la cima de la Cresta. Soplaba un viento fuerte, suficientemente fuerte como para hacerle perder casi el equilibrio y ella se agarró a la crin del caballo, su corazón palpitó cuando alzó la vista y vio la vasta extensión, la locura de lo que estaba a punto de hacer. “Mantén la cabeza agachada y la capucha baja”, susurró Fithe con urgencia. “Si te ven, si ven que eres una chica, sabrán que no debes estar aquí. Te mandarán de vuelta. Espera hasta que lleguemos al extremo de la Cresta. Hay otra plataforma esperando que te bajará al otro lado. A ti y solo a ti”. La respiración de Stara se aceleraba mientras cruzaban el ancho altiplano de piedra y pasaban caballeros que caminaban rápidamente, Stara mantenía la cabeza agachada, lejos de las ojos fisgones de los soldados. Finalmente, se detuvieron y él susurró: “Bien. Mira hacia arriba”. Stara se sacó la capucha, tenía el pelo cubierto de sudor y, al hacerlo, se quedó deslumbrada por la visión: dos soles enormes y hermosos, todavía rojos, salían en la gloriosa mañana del desierto, el cielo estaba cubierto por un millón de sombras de rosas y morados. Parecía que fueran los albores del mundo. Echó un vistazo y vio el Gran Desierto entero extenderse ante ella, parecía llegar hasta el fin del mundo. En la distancia estaba el rabioso Muro de Arena y, a su pesar, miró directamente hacia abajo. Se tambaleó por su miedo a las alturas e inmediatamente deseó no haberlo hecho. Allá abajo, vio una inclinada caída, directa hacia la base de la Cresta. y, ante ella, vio una plataforma solitaria, vacía, esperándola. Stara se dio la vuelta y alzó la vista hasta Fithe, que la miraba fija y significativamente. “¿Estás segura?” preguntó dulcemente. Ella vio en su mirada que tenía miedo por ella. Stara sintió que un rayo de temor la recorría, pero entonces pensó en Reece y asintió sin dudar. Él también asintió cordialmente. “Gracias”, dijo. “No sé cómo te lo podré devolver jamás”. Él le sonrió. “Encuentra al hombre que amas”, respondió. “Si no puedo ser yo, por lo menos que sea otra persona”. Él le tomó la mano, la besó, hizo una reverencia, se dio la vuelta y se marchó. Stara observaba cómo se iba, su corazón estaba lleno de agradecimiento hacia él. Si no hubiera amado a Reece como lo hacía, quizás él sería un hombre al que querría. Stara se dio la vuelta, se armó de valor, se cogió a la crin del caballo y dio el primer trascendental paso hacia la plataforma. Intentaba no mirar al Gran Desierto, al viaje que había ante ella que casi con toda seguridad significaría su muerte. Pero lo hizo. Las cuerdas crujían, la plataforma se balanceaba y, mientras los soldados bajaban las cuerdas, centímetro a centímetro, empezó a descender, sola, hacia la nada. Reece, pensó, puede que muera. Pero atravesaré el mundo por ti.
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