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El aeropuerto era enorme y luego de que Emira se asustara con los sujetos que tomaron sus maletas llevandoselas con ellos, no confiaba en nadie en aquel sitio. -Ya te dije que es su trabajo, mujer- dijo un Eduard exasperado y molesto luego de que lo avergonzara enormemente pretendiendo que los empleados del lugar le robarían sus montunas pertenencias.  Emira le seguía el paso refunfuñando y Eduard atendió una llamada de trabajo milagrosa que le evitó una conversación molesta con la india en la camioneta a la que se subieron. Emira miraba todo sorprendida. El ambiente era ventoso y soleado a la vez, pero no hacía ni un poco de calor y habían nubes. Todo era alto y la gente bien vestida hablaban en ese idioma tan complicado. Y ni hablar de la camioneta a la que subieron, nada parecido a l

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