Capítulo XXXII: Nunca dejes tu azúcar, así que mírame

1632 Words
—¿Qué tanto te duele la cabeza? —Mucho, por favor, no grite. —No lo haré, pero dígame, ¿qué es lo que busca con mi nieto? —deja sobre la mesa un plato de sopa de huevo caliente de manera contundente, causando que la azabache sonría nerviosa y le mire de la misma manera. —Qué rica se ve la sopa. —se atraganta. —No más chistes. —Honestamente… —suspira. —A ver. —se levanta de repente y acomoda sus cabellos, respira hondo y tomando los hombros de la anciana, mira directamente sus ojos. —Señora Dora, a mí realmente me gusta su nieto, es más, estoy enamorada de él. —habla rápidamente impresionado a la mujer que asiente, estupefacta. —Así que aunque intentes envenenarme ahora con tu rica sopa de huevo, voy a levantarme el día 7 como nuestro señor Jesucristo y voy a ir por tu nieto, porque sí, señora Dora la exploradora, estoy enamorada de Harry Connor Williams. —Estás loca. —la anciana ríe y palmea sus brazos, para luego acercarse y mirarla con seriedad de manera repentina. —No hay nada en la sopa, pero si le haces algo a mi muchacho, haré que esa sopa ese día sepa aún más deliciosa. —Sí, señora. —asiente con ojos brillantes, ignorando las amenazas de la pequeña mujer. —Ahora ve, toma la sopa, te bañas, te cepillas y vas a buscar a mi niño. —Sí. —se sienta rápidamente y toma la sopa rápidamente quemándose la lengua en el proceso. —Ya, ¿puedo bañarme en el baño de Harry? —¡No, te vas a bañar en el baño del patio de atrás! —Sí. —toma la toalla que se encontraba sobre la mesa y corre rápidamente. —Ya me estoy arrepintiendo. —niega mientras toma el plato y empieza a lavarlo con una pequeña sonrisa mientras canturrea. Aquella tienda hogareña, con su modesto cartel que reza "El Rincón de las Maravillas", recibe a un pensativo y avergonzado Harry, que observa cada producto mientras muerde su labio, frustrado. "¡Es una loca, eso es!", grita mentalmente, dejando con fuerza el tarro de mermelada sobre la estantería. —Loca, maníaca —dice entre dientes, cada vez más rojo, mientras llena una pequeña canasta con higos dulces y pimientos. —Ay, ¿pero a este pelado qué le pasó? —El dueño de la tienda, Jack Jung, inmigrante chino, observa al chico de arriba abajo. —Creo que está molesto o avergonzado por algo, papá —dice su hija, Mimi, mientras lo observa. —Mejor no acercarse. El de gafas deja escapar un suspiro de frustración, dejando caer sus brazos sobre la mesa llena de melones frescos. Con una mirada entre duda y fascinación, observa un melón bonito, brillante y jugoso. —Solo es un melón. Se inclina hacia él, revelando su imponente figura a sus espaldas y llamando la atención del anciano que mira sin poder creerlo. Mimi, en cambio, ríe por lo bajo con suavidad mientras los observa. El chico, sorprendido por la presencia de aquella Madtsoia, se voltea y se encuentra cara a cara con su sonrisa seductora y atrevida, haciéndole más intimidante con el cabello húmedo. Un jadeo suave sale de los labios de aquel de ojos celestes al ver que esta lleva ropa de su clóset puesta. —Me queda algo ajustado —toca sus pechos a propósito, ganándose los ojos de algunos hombres y mujeres en la tienda. —¿Te gusta? —sonríe y alza sus cejas juguetona. —No, quítatelo —dice rápidamente mirando a los lados. —Vaya, no pensé que te gustaría eso de exponerse en público. —N-No es lo que quise decir, ¡Ellinore! —tapa su rostro a punto de llorar por la vergüenza. —Por fin, soy libre —Se quita el suéter de manga corta, ahora estirado gracias a su cuerpo, y lo lanza a un costado, quedando en brasier n***o a la vista de todos, modelando aquel cuerpo esculpido por el ejercicio y entrenamientos que a otros les parecería tortuoso hacer. —Es mejor así, qué maldita calor —acaricia su cabello y lo acorrala aún más en la mesa. —Te juro que si no te vas ahora… —¿Qué harás? —se acerca a su rostro y susurra. —Hace rato casi me besas de verdad, ¿cierto? —No —aleja sus manos y la mira, sintiéndose pequeño y al mismo tiempo enojado por su imprudencia. —Claro que sí, querías besarme, la verdad es que yo también quiero besarte. —Por Dios, Ellinore, ponte el suéter —dice casi lloriqueando mientras retrocede y se acuesta sobre los melones como un ratón siendo acorralado por un gato n***o feroz. —Pero qué llorón —suspira y con una sonrisa juguetona se acerca al chico y, con un movimiento rápido, lo carga en su hombro con facilidad. El chico, inicialmente sorprendido, se agarra a la mujer; esta riendo con incredulidad, frota su mejilla cerca del trasero del chico. —¡Ellinore, bájame ahora mismo! —No quiero. Camina gustosa con el chico como un saco de papa en su hombro. Entre chillidos, golpes y fallidos intentos para escapar, la temida mujer, con una mezcla de gracia y poder, camina hacia la entrada y salida de la tienda, sonriendo con orgullo a los compradores. —Ellinore, bájame, ya basta —solloza sintiéndose morir de vergüenza. —Cuando salgamos. —¡Ellinore! —grita finalmente dejando salir algunas lágrimas. —Calma, calma —baja con suavidad al chico que llora terriblemente sonrojado. —Perdón. —No. —tapa su rostro dejando caer las gafas y aumentando más su llanto. —Carajo, oye, dame el suéter. —Un chico lanza la camisa a la azabache, ganándose un guiño por parte de la misma y derritiendo al muchacho que sonríe nervioso. Rápidamente, se viste y abre sus brazos. —Mira, mira, ya me lo puse. —dice, apurada, al ver que el chico sigue llorando. Lo observa sintiéndose pesarosa y conmovida por aquella imagen. "Por Dios, está llorando, nadie se ve bonito llorando, deja de pensar así", se reprende mentalmente y toma al chico, rodeando sus caderas con las piernas del muchacho que solo se deja cargar rendido y abrumado. Con ligera rapidez, sale de la tienda. —Está bien, lo siento, solo quería verte avergonzado. —Lo abraza con cariño. —Lo siento. —Pensé que ibas a morir. —solloza con suavidad, dejando de importar quienes miran, algunos preocupados y otros curiosos. —¿De qué hablas? Estoy bien, yo estoy bien, solo me… —Pensé que ibas a morir ese día. —La abraza con fuerza, dejando el orgullo a un lado. Sintiendo el corazón desbordarse de sentimientos que nunca antes sintió por nadie, ni siquiera por aquel chico de la escuela que tanto lo maltrataba. —Te odio, te odio mucho. —solloza. —Está bien. —con ojos nostálgicos, observa el rostro mocoso del muchacho. Las lágrimas se acumulan en sus ojos y sonríe. —Me tienes muy mal. —se detiene y tras ella, los guardaespaldas de civil observan atentos. —Lamento lo que pasó. No supe cómo reaccionar cuando empezaron a disparar y cuando caíste al piso, se me fueron las luces por unos segundos que... parecían eternos. Entonces yo no sabía dónde ir, qué hacer, solo estaba pensando en que te habían disparado y eso me volvió loca. —deja caer aquellas lágrimas, borrando aquella sonrisa y dejándose llevar por la verdadera tristeza. —Nunca me había sentido tan miserable como el día en que salí del hospital porque todo lo que dijiste es cierto, soy una mierda de persona y desearía de verdad cambiar todo lo que pasó y habernos conocido de otra manera, quizás no me odiarías tanto. Harry... El de cabello alborotado y mojado por las lágrimas, sin decir una palabra, toma suavemente las mejillas de la mujer entre sus manos temblorosas, acerca sus labios a los de la mujer que llora por amor e impotencia. En cámara lenta, sus labios se mueven con delicia, acariciando la cavidad de la azabache, jugando con su lengua húmeda en el interior de la misma. Las lágrimas comienzan a fluir por sus mejillas, una tras otra, agregando un toque salado y dulce al profundo beso que se intensifica, ignorando su alrededor, ignorando las sonrisas y las miradas conmovidas y otras en desaprobación ante el acto en vivo y en directo que presencian. La temida Madtsoia, sin protestar, sostiene con mayor fuerza los muslos del chico, lo abraza y profundiza el beso al punto de dejar sin aire al chico, que se aleja jadeando con el rostro lloroso. —Harry, dijiste que no quieres vivir pensando en que podrían fusilarte, ¿por qué me haces esto? —pregunta temerosa de su respuesta. —¿Pero tú me vas a proteger, cierto? —toma el rostro de la contraria que deja de respirar por un par de segundos, causando pálpitos fuertes en su pecho. —¿Ellinore? —Un escalofrío recorre su espalda al ver aquellas pupilas agrandarse, dejando un aro violeta brillante, lleno de lujuria. A lo lejos, el par de guardaespaldas observan los ojos asustados del joven que intenta hablar para pedir auxilio, a lo que se voltean lentamente mirando al cielo y la calle. —Yo creo que se va a morir hoy, parece. —dice uno de ellos en voz baja y carraspea su garganta. —Apuesto tres botellas de mi crema de Whisky a que lo deja en silla de ruedas por sus juguetes raros. —alza sus hombros. —¿Manejas tú o yo? —Nah, que lo haga Freedy.
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