Capítulo XXXI: Escúchame y perdóname

1158 Words
Ellinore abre lentamente los ojos y siente su cabeza pesada como si fuera de plomo. La luz que se filtra a través de las cortinas con figuras florales le resulta insoportablemente brillante."Puta luz", piensa y lanza un gruñido antes de acariciar su rostro y deslizar las manos hasta su pecho. Luego, se da cuenta de que está semidesnuda y piensa con pereza, "¿Dónde está mi camisa?". Al menos se consuela al pensar que no ha estado con alguien, y lanza un bufido. Parpadea varias veces para aclimatarse y estira su cuerpo hasta hacerlo crujir complaciente. Finalmente, se da cuenta de que está en una habitación pequeña, acostada sobre una cama con sábanas azules. Observa detenidamente la habitación y abre los ojos sorprendida y atragantándose al ver la dichosa ventana por la que una vez entró. "Carajo", cierra sus ojos con fuerza y aprieta su cabeza. Con gran esfuerzo y sintiendo la rabia subirle por la garganta, se sienta en el borde de la cama y se frota las sienes en busca de alivio, en vano. Los recuerdos golpean su memoria, desde la canción de los bichitos hasta el bebé tiburón que entonó con ánimo hace unas horas. Lanza una carcajada y niega con la cabeza, suspirando profundamente y tensando los músculos de su cuerpo al escuchar unos susurros acercarse a la habitación. —Oye, espera hijo, no entres tan rápido, quizás esté despierta. —Es mejor, así se sienta a comer algo antes de que realmente debamos ir a urgencias… —Harry observa a la mujer sentada en la cama mirando el suelo y luego alza suavemente la mirada hasta encontrarse con sus ojos violetas que destellan repentinamente. El de ojos celestes siente cómo el aire en sus pulmones se va escapando suavemente, por lo que sacude la cabeza. —¿Estás bien? —pregunta con excesiva formalidad, evitando la mirada de la mujer. —No tienes que ser tan formal. —acaricia su boca seca y su lengua pegajosa acaricia la mejilla interna de su boca, recordándole la deshidratación causada por el consumo excesivo de su amada cerveza negra. Mira a su lado y ve un vaso de agua medio lleno que espera pacientemente, como si alguien hubiera previsto esta situación. Dispuesta a alcanzar el vaso, intenta levantarse de la cama con precaución, pero su cuerpo todavía afectado por los efectos de la borrachera se instala en sus piernas, las cuales pierden fuerza, temblorosas y sin equilibrio evidente. —¡Espera! Con un movimiento torpe, se tambalea y pierde el control, cayendo pesadamente al suelo y llevándose consigo a aquel chico de ojos celestiales, que intenta inútilmente sostenerla para evitar que el impacto sea más doloroso. Un gemido de dolor escapa de sus labios mientras se acurruca en el suelo, sintiendo el impacto en su cuerpo. Abre sus ojos con suavidad adolorida. —Mierda. —masculla y tose ligeramente. Trata de enfocar su visión, pero la habitación da vueltas a su alrededor. Relame sus labios y suspira, sintiendo unas suaves manos tocar su rostro. —Ellinore. —tembloroso llama a la mujer que lo mira con suavidad, mientras su respiración poco a poco se estabiliza. —Ellinore, ¿estás bien? ¿Me escuchas? —acerca su rostro al de la contraria, desesperado por recibir una respuesta de la azabache que lo observa en silencio. —Mmm… Estos primeros auxilios son muy particulares. —ríe suavemente, sintiendo una leve punzada en la cabeza. —¿Dónde te lo enseñaron? —mira detalladamente el rostro del joven y sonríe al ver sus ojos enojados y nariz sonrojada. —Eres una estúpida. —trata de levantarse, pero la cintura le es amarrada por los brazos de la mujer. Ese impulso hace que su pecho se encuentre con el de la mujer, que ahora toca su nariz con la del contrario, suspirando suavemente y sonriendo socarrona. —Déjame ir. —traga al sentir su respiración chocar con los labios de la azabache. —No, quiero saber si me perdonas. —ladea su cabeza con suavidad. —Ellinore Katja Jörgensen Rockefeller, suéltame ahora mismo. —Las palpitaciones en su pecho aumentan al darse cuenta de que la feminidad de aquella mujer roza su virilidad y sus manos, grandes y femeninas, tocan ligeramente su trasero. —Ell… —Solo dímelo con honestidad. —sus ojos reflejan nostalgia y dolor, lo que sorprende al joven. Parpadea suavemente al ver esa mirada suplicante. —Te perdono, es de verdad. —dice suavemente, sintiendo los labios de aquella azabache cerca, muy cerca. —Harry… —suspira al atrapar con la mirada esos labios. —¿Mmm? —pregunta, sintiéndose débil y pequeño. —Yo… —¿Están bien? —La adorable Dora sorprende a la pareja y, rápidamente, Harry se levanta incapaz de alzar la mirada. —Sí, voy a ir a la tienda a buscar algo. —Harry, espera… —Ellinore trata de levantarse y un fuerte golpe presiona su frente; sí, el guayabo apenas estaba empezando. —Mierda. —susurra adolorida. —Vuelve pronto, hijo. —observa a Harry salir deprisa. —Y tú, levántate ahora mismo, mocosa. —No puedo. —tapa su rostro. —Pero si puedes tragarte toda la cerveza negra de Belfast, ¡mis polainas! Levántate ya. —sale de la habitación dando un portazo mortal para los tímpanos de la rubia que gimotea y sonríe triunfante. Y aquella sonrisa, libera de cargas a Ellinore, haciéndole sentir aliviada y libre de toda miseria. Suspira acostada y recuerda cerrando sus ojos aquellos ojos celestes junto a un rostro sonrojado. —¿Por qué eres tan lindo? —suspira Ellinore mientras se levanta del suelo, sacudiendo la suciedad de su cuerpo por el piso sucio que claramente fue traída por sus botas militares desde la calle. A pesar del dolor, logra sentarse en la cama. —Harry, Harry… —dice suavemente, saboreando en su mente aquellos suaves labios. La imagen de Harry y su rostro sonrojado sigue rondando en su cabeza mientras sus ojos se cierran lentamente debido al ardor de los mismos. Se sumerge en un recuerdo fugaz, reviviendo el momento en que sus labios se encontraron, el calor de su aliento, la electricidad que recorrió sus cuerpos y el deseo profundo de aquella Madtsoia por devorar su boca hasta dejarlo sin aliento. Una sonrisa se dibuja en su rostro. —¿Estás drogada?, ¡te dije que te levante, mocosa!, no hagas que me decepcione de ti. —No te enojes abuelita. —junta sus manos suplicantes causando una sonrisa en la anciana. —Muévete o te saco a patadas de mi casa. —Chichas. La anciana frunce el ceño al escuchar aquella respuesta tan infantil, y la expresión en su rostro se suaviza levemente al ver la payasada de la joven. "Gente sin juicio", piensa y lanza un bufido. A pesar de su enfado, no puede evitar sonreír ligeramente ante la ternura de la joven.
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