Parte uno: Capítulo XII :Parece Noviembre

1131 Words
En la frescura de la mañana, Hans yace recostado en la suave cama, sumergido en un remanso de serenidad. Sus ojos se abren lentamente, revelando el brillo matutino que se refleja en ellos, mientras su mirada se pierde en el vaivén de la ciudad que despierta. Con pereza estira su cuerpo delgado, ligeramente maltratado por el frío y las caídas de anoche al correr; sin embargo, sus sentidos se pierden en los suaves sonidos del alrededores, pues a medida que los primeros rayos de sol acarician su rostro, se despiertan sus sentidos para recibir la melodía de la vida que se despliega en las calles. El susurro de las voces de las personas, como hojas danzantes al viento, se mezcla armoniosamente con las notas del piano que emergen de la casa vecina. Se deja envolver en el cálido abrazo de las sábanas otorgándole una sensación de protección y paz “¿Hace cuanto no dormía así?”, se cuestiona y bosteza suavemente mientras siente el aroma suave del café recién preparado se desliza por el aire, seduciéndolo con su promesa de energía y calidez. Hans se sumerge en el fluir de la mañana, dejando que el mundo exterior se entrelace con su interior, creando un ballet de emociones y pensamientos, cierra sus ojos y vuelve a estirar su cuerpo, esta vez acompañado de un quejido suave debido a las punzadas de dolor corporal. —Oye, Cabezapolla, levántate, ¿crees que los panqueques son anticongelamiento o qué? —con una almohada el de gafas, golpea el trasero del chico que ríe al ser atacado. —Qué malo. —chilla. —Déjame dormir. —Pues ve y dile a tus panqueques que te esperen, que ya vas. —dice con seriedad, causando carcajadas en el chico. —Serás pendejo, vamos a comer. —toma el brazos del chico y lo arrastra hasta la pequeña cocina de la casa. —Abuela. —sonríe alegre al ver a la anciana preparar ensalada de frutas. —Tú, bicho, ven a comer. —Sí. —deprisa se sienta en la pequeña mesa junto a Harry. —Muchas gracias, huele delicioso. —sonríe dulcemente. —Deja de seducir a mi abuela y come, tenemos que bañarnos y salir. —¿Para qué? —su sonrisa baja poco a poco. —Vamos al mercado, no te alarmes. —acaricia su cabello. —Hoy es quincena y el cuerpo lo sabe. —baila ridículamente causando risas en el castaño. —Vamos a comprar las cuestiones comestibles. —mete un gran trozo de panqueque en su boca. —¿Vamos? —De acuerdo. —asiente inseguro. —Tranquilo, para tu suerte, hoy el frío es infernal, por tanto, podrás disfrazarte antes de salir. —Sí. —asiente con seguridad y come poco a poco. “Hoy es un nuevo día”, piensa entusiasta, quizás demasiado. Había transcurrido un mes desde lo sucedido en la floristería. Aquel día entre lágrimas y sollozos Hans contó cada una de las cosas vividas en la habitación del edificio donde se hospedaba junto al rubio. Harry evidentemente furioso maldijo al aire jurando que ahorcaría al magnate multimillonario algún día. A pesar de las mil y un maldiciones, Harry decidió olvidar aquello y centrarse en el muchacho, que al pasar los días fue recuperando aquella hermosa sonrisa junta al brillo de su rostro. En ocasiones lo veía pensativo y nostálgico, por lo que recurre a los chistes, payasadas y actividades en el hogar para distraer al castaño. —Oye, toma dos bolsas más de pimientos amarillos. —Está bien. ¿Acaso vamos a hibernar? —Algo así, digamos que tengo trabajo en casa, literalmente debo hacer un papeleo desde casa. —¿Por qué?, se supone que haces todo eso en el trabajo. —Lo sé, pero mi jefe interno dijo que lo hiciera, fueron sus órdenes, la verdad no me quejo. —Es cierto… —suspira entre el bullicio suave de las personas charlando mientras compran los alimentos. —Así podrá estar en calzoncillo mientras yo hago tu trabajo, como lo hice la semana pasada. —Dijiste que querías trabajar, descarado, ¿qué estás queriendo decir? —pellizca las mejillas del castaño, que sin posibilidad de defenderse ríe divertido. —No, déjame, duele. —Jóvenes, ¿desean algo más? —pregunta el anciano mientras niega con su cabeza. —No, perdón. Gracias, solo esto. —rasca su nuca apenado, mientras tanto el de ojos cafés ríe. —Anda búrlate, yo me las cobraré. —Toma su mano. —Ahora vamos a la tienda a comprar postres. —Pero la abuela dijo que hará postres esta noche. —Mi estómago necesita dulce, azúcar, así, como una diabetes sentimental. —Ridículo. —ríe a carcajadas. —No lo entendería jamás. Bajo el manto invernal, Hans y Harry se adentran en el bullicio matutino con los pasos resonando en el empedrado como una danza rítmica y animada. La brisa cariñosa y fresca acaricia sus mejillas, llevando consigo el susurro de la ciudad que se despierta lentamente. El cielo se tiñe de un gris sutil, con pinceladas de luz que luchan por abrirse paso entre las nubes persistentes. Sus risas estallan en el aire al tontear y contarse estupideces sin sentido, como pequeñas notas de alegría que danzan entre los edificios silenciosos. Los sonidos de la mañana se entrelazan en una sinfonía improvisada, agregado a ello el tintineo de las monedas, los murmullos de las conversaciones, el graznido de las aves que buscan su lugar en los árboles que adornan el mercado Stiricide. Cada paso parece sincronizarse con el latir de la ciudad, como si ambos fueran partícipes de una coreografía invisible. —Dios, por fin. —jadeante, Hans empuja la puerta de la cafetería y sonriente saluda. —Hola, buenos días. —¡Hola, bienvenidos, tiempo sin verlos! —Jack, un hombre barbudo y de barriga redonda, se acerca a los muchachos y palmea sus hombros. —¿Qué quieren para comer? —Yo quiero tus pasteles de pollo con espinaca, tú sabes que los adoro. —¿Y tú, Ardilla? —Quiero un trozo gigante de pastel de chocolate con mucha crema. —Anotado. —da una palmada y se retira. —¡Lili un trozo gigante de pastel de chocolate con mucha crema y una empanada con cemento! —¡Oye, viejo decrépito! —se voltea dramático fingiendo estar ofendido. —¡Digo… pollo y espinaca! Las carcajadas de una pareja hacen presencia al presenciar la interacción cómica. —Oye, creo que se quedó una bolsa de pimientos donde el anciano. ¿Puedes ir a buscarlo? —Está bien. —se levanta rápidamente acomodando su abrigo. —Vuelvo enseguida por mi pastel. —¡Aquí te esperamos! —Ya vuelvo. —Ve con cuidado, Ardilla.
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