Capítulo II: Me Rindo Ante Toda Tu Terquedad, Mi Amor

1747 Words
—Hans, ¿podrías buscar los libros enviados por aduanas? Solo nos hace falta registrar las revisiones de la semana pasada al sistema y listo. —festeja girando en su silla el joven Paul. —Qué bendición. —No cantes victoria antes de tiempo. —El castaño sonríe con desánimo, no ha parado de trabajar toda la mañana y parte de la tarde. —Volveré en un rato. Además, vayan empacando para ir a casa, puedo hacer esto solo, en 15 minutos lo termino… —Es cierto, ya es bastante tarde y yo tengo hambre y sueño. —Mauro bosteza aperezado. —¿Te esperamos? —No, recuerden que vivo aquí. —Ah, verdad, se me había olvidado esa cuestión. —Lilian se levanta y estira su cuerpo. —Yo me iré adelantando. —Está bien, nos vemos mañana. —Si Dios quiere, cuídense mucho. —Amén. —¡Aleluya! —grita repentinamente Paul, causando carcajadas al resto del grupo. —Estoy molestando, amén, ve con cuidado. —Amén. —dice el castaño con suavidad dando un abrazo a la joven. —Piensa en lo que le hemos dicho. —Está bien. —toca la mejilla de la chica cariñosamente. —Nos vemos. —Adiós, chicos. —Adiós. —se despiden al unísono. —Iré por los papeles, deberían irse ya. —De acuerdo, aunque la verdad está muy solo, ¿seguro? —Al 100%, estaré a salvo, tranquilos, vayan. —De acuerdo cuídate mucho. —Cuídate de Hans. —con ánimo, Paul agita su mano y acomoda su maleta. —Adiós, chicos. Con paso decidido, Hans recorre los pasillos formados por las estanterías, escaneando cada rótulo en busca de la ubicación exacta de los últimamente llamados “Demonios de Aduanas”, ciertamente ponerlos en el sistema es vital, si no daría oportunidad para robos y desfalcos que incluso a él mismo lo enfurece, la diferencia es que actuaría como una persona “normal” y no como Ansgar. Ríe con suavidad al recordar como hace tres días había amonestado a dos secretarios del área contable por el agregado de un cero a un informe; se lo imaginó con dos cuernos, humo saliendo de su boca y garras en las manos de manera caricaturesca y extraña. “Qué idiota, solo se arregla y ya, pero no, todo lo tiene que volver un drama”, piensa y suspira. Su mirada se enfoca en los números y letras que identifican cada sección, guiándolo hacia la estantería de aduanas, si bien ya hay tecnología por donde quisieran, hay cosas que simplemente, una base de datos no puede guardar y cuidar, esa es la receta secreta del éxito de los Rockefellers: No confiar demasiado en la nueva era. —¿Acaso creen que todos somos unas jirafas? —masculla irritado por la altura del lugar. —Esas escaleritas no se ven muy confiables. —observa las escaleras a su lado y chasqueando la lengua se acerca a la misma. —Si muero, espero que me encuentre. —coloca con cuidado las escaleras y con suavidad sube. —Vamos bien. —mira debajo y al subir la mirada nuevamente sus ojos se iluminan al encontrar finalmente el libro de aduanas. Sus dedos se aferran con cuidado mientras lo retira del estante y sin titubeos lo lanza al piso. —Demasiado pesado. —agita su mano y baja poco a poco. —En fin, ahora debo hacer esto y… ¡Ah! —chilla con fuerza y tambalea al ver la figura imponente Ansgar frente a él. —Hola. —saluda con suavidad apoyando su cabeza al marco de la puerta con los brazos cruzados. —Señor Hans, tenemos que hablar. Aquel hombre de cabellos dorados enfundado en una chaqueta de cuero n***o observa con suavidad al chico que se compone con rectitud, “Qué terco eres”, piensa y niega sonriendo con suavidad. La chaqueta se ajusta perfectamente a su figura, cosa que Hans no puede negar, se ve tan sexy que sus piernas no pueden evitar temblar en cuanto ve bajo la chaqueta del susodicho una camiseta negra ajustada, que resalta su torso atlético el cual extrañaba, muy en el fondo y sobre la vergüenza, tocar. La sencillez de su ropa no resta ni un ápice de su atractivo, sino que al contrario el magnetismo que lo rodea lo hacía irresistible, bueno, al menos no para Hans. —Tengo que terminar el trabajo. Con permiso. —Respuesta incorrecta. Nos vamos ahora, H. M. —¡No, suéltame! Con fuerza levanta a Hans en sus brazos como si fuera un peso ligero, demostrando su impresionante fuerza física y por qué no, los músculos que se carga. Sus músculos se tensan bajo la chaqueta de cuero n***o mientras lleva a Hans con facilidad, mientras este golpea su espalda e intenta bajarse una y otra vez, dejando claro que no hay desafío físico que no pueda superar. —Alessandro, bájame ahora mismo, ¡no quiero ir! —Siga hablando, señor Hans. —Bájame, ¡ya, ahora! —De acuerdo. —baja al chico y lo aprieta su pecho tomándolo de la cintura rápidamente. —Déjame. —incapaz de ver aquellos zafiros violetas, aleja su rostro sonrojado al tocar de manera inevitable sus pectorales, unos bastante marcados. —Si te gusta mi cuerpo, tócalo tanto como quieras, me encanta que lo hagas. —toma su mano con fuerza, causando un respingo en el joven que alza su mirada, ligeramente agitado. —Mejor colócalo aquí. —dirige la mano al lado de su corazón con suavidad y con malicia, baja la misma, sonriendo con socarronería al ponerla sobre la erección entre sus piernas. —Ahí está muy bien. —Eres un imbécil. —quita su mano de un tirón y trata de alejarse sin éxito. —Hans. —mira con ojos preocupados y conmovidos al ver las lágrimas que se acumulan en los ojos del contrario. —Ven conmigo, quiero mostrarte algo, por favor. —acaricia su mejilla, apaciguando rápidamente al castaño. —¿A dónde iremos? —pregunta con suavidad tiembla al ver aquellos ojos violetas que lo observan con devoción. —A un lugar donde nadie pueda encontrarnos en un largo rato. Ansgar, en un gesto rápido y juguetón, toma la mano de Hans y ambos comienzan a correr por el pasillo, entre risas llenas de complicidad. El chirrido de sus zapatos golpeaban la baldosa sintiéndolo en sus oídos. La emoción se apodera de ellos mientras doblan el pasillo. Sus ojos se encuentran por unos segundos hasta llegar frente al ascensor y sin resistirlo, el de cabellos dorados toma al chico entre sus brazos con dureza, con poder. —Señor Hans. —Cállate y bésame. —sonrojado hasta las orejas, observa sus labios. —Carajo. —toma sus muslos, cargándolo rápidamente, tomando sus labios con agresividad. —Ansgar. —gimotea entre sus labios, calientes y húmedos. —¿Vamos a ir o no? —¿Por qué arruina el momento, señor Hans? —ríe junto al chico. —¿Por qué me copias entonces? —Porque quiero que sepas, que me importa lo que desees, todo lo que te pasa hace parte de mí. —acaricia su mejilla con suavidad. —Sé que he estado ausente y es la primera vez que me pasa algo como esto y no sé cómo puedo hacer para organizar el desastre que hice en dos meses. —sonríe con suavidad y atrapa aquellos ojos cafés. —Dime, ¿qué debo hacer? —Habla conmigo. —El castaño acuna su rostro con suavidad. —Habla contigo, dime buenos días, buenas tardes y buenas noches. Enójate, pelea conmigo cuando tengas tanto trabajo y te sientas estresado. Cuéntamelo todo Ansgar, dime incluso que no puedes dormir por las noches preocupado de lo que será el día de mañana. Duerme junto a mí y abrázame y dime que estás cansado, que necesitas de mi calidez. —deja caer algunas lágrimas con suavidad. Los ojos del contrario se humedecen. —Oh, Hans. —murmura con suavidad descansando sobre la palma de la mano del Dios que adorna sus ojos. —¿Con quién te has metido? —Con el hombre más temido de Belfast, pero no para mí. —acaricia suavemente su labio inferior con el dedo pulgar. —Lamento el haberte ignorado todo este tiempo. —traga con suavidad, apenado. —Tampoco fue maduro de mi parte reaccionar así, pero me sentía muy triste e irritado porque solo te habías olvidado de mí… —No, no, jamás. —niega rotundamente el magnate. —No es así, todo el tiempo, todos los días pienso en ti, pero yo sentía… —¿Qué?, dime. —Atrapa aquellos ojos que se suavizan, embelesados. —Yo tenía miedo, Hans. Tenía miedo de que peleáramos y que yo pudiera volver a hacer las cosas tan horribles que hice en el pasado contigo. —Por favor, primero enfréntame y trata de alejar de tu mente esos pensamientos. Sé lo difícil que debe ser, pero no es imposible. —besa la mejilla del rubio con suavidad. —Míranos, ahora, estamos hablando, después de que me secuestraste, pero estamos hablando. —ríe con suavidad junto al hombre por el cual suspira. —¿Y si grito y si realmente termino causándote daño otra vez? —pregunta con un deje de desesperación. —No, mírame. —toma sus mejillas nuevamente. —Ansgar Rockefeller, eres un ser humano hermoso, el cual ha pasado, por tanto, solo, tanto que son tan difíciles las emociones para ti, pero ¿quién dijo que no se puede ser diferente?, ¿quién dijo que no hay una luz en el camino de cada uno, de cada persona que desea en lo más profundo de su corazón ser diferente? —Todo es posible. —dice con suavidad. —Me rindo. —¿Qué? —pregunta con suavidad. —Me rindo ante toda tu terquedad, mi amor. —Sí, pues no voy a rendirme. —pega su frente a la del contrario. —Por favor, no lo hagas. —sonríe con suavidad. —Por Dios, Hans. —se esconde en su cuello. —¿S-Sí? —pregunta sintiendo las mejillas calientes al prever la siguiente situación. —Hagamos el amor y luego vámonos de aquí. —Está bien. —jadea con suavidad abrazándolo con fuerza. —Hagamos el amor. —Me vuelves loco. —dice con voz ronca y suave cerca de su oreja, lleno de excitación.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD