Capítulo XXXV: Lo quieres más oscuro

1480 Words
Los rayos del sol se cuelan suavemente por las cortinas, iluminando delicadamente la habitación y perturbando los ojos de la azabache que semidesnuda se acurruca en la cama, sonriendo con suavidad. La noche anterior todo se quedó en el increíble orgasmo de Harry, que rápidamente rogó tembloroso a la pantera negra que lo dejara descansar. Harry jamás había experimentado aquello y claramente su cuerpo inexperto estaba siendo saturado en el momento, por lo que surgió la bondad en su corazón y se enterneció rápidamente. Limpió al chico somnoliento y junto a él se acostó, observándolo por largos minutos. ¿Un hecho innegable? Nadie jamás había dormido en la cama de la hija de Los Paladines del Norte, y eso de alguna manera infla su ego. —Harry. —Sus brazos se estiran con pereza, buscando el cuerpo cálido y delgado del chico. —Debemos levantarnos… —bosteza ampliamente y abre sus ojos con suavidad. —Harry. —mira a su lado y solo encuentra un hueco desordenado y abandonado. —¡¿Harry?! —se yergue rápidamente y se levanta, tropezando con sus propios pies y dándose un fuerte golpe en la cabeza. —Mierda. —gimotea dolorida. —¡Maldita sea, Harry! —grita irritada, causando eco en los apartamentos contiguos. Harry aumenta la velocidad en sus piernas y corre despavorido hasta llegar al ascensor, su salvación. Sí, Harry Connor está escapando, escapando de la habitación de aquella mamba negra con una mezcla de vergüenza, excitación y nerviosismo en su rostro y corazón. Y como si el sentido arácnido de Spider-Man le hubiera advertido, mira a su lado y a lo lejos, aquella mujer de ojos violetas enfurecidos y excitados lo observan, y junto a ellos una sonrisa que en ese momento se convierte en la más macabra que jamás ha visto. El “Tin-tan” del ascensor se escucha como las trompetas del día del juicio y, sin saberlo, entra condenando su alma a la tortura s****l de aquella mujer al huir cobardemente. —Ciérrate, ciérrate. —aprieta desesperadamente el botón de cierre y finalmente este se apresura automáticamente. —¡Ah! —grita y se deja caer en el piso al escuchar y ver el fuerte golpe que ella da a las puertas del ascensor, causando un temblor en el mismo. Ellinore, llena de determinación, corre sigilosamente por los pasillos, descalza y sudorosa. Como una verdadera espía, esquiva a las personas que la observan sorprendidas y asustadas al mismo tiempo. ¿Qué hace una mujer en sostén corriendo como si se la llevara el diablo por los pasillos? Nadie imagina lo que realmente busca o, más bien, persigue. Su agilidad y fuerza la convierten en una figura enérgica y dinámica mientras, en un movimiento letal, salta por una escalera y cae al piso como si de una prueba final de su entrenamiento “Murphy” se tratase. —¡A un lado! —grita con fuerza al ver a una pareja subir con dos niños en brazos. Su rostro refleja una intensa concentración, como si cada segundo que respira el chico estuviera cada vez más cerca de la salida. Sus ojos escudriñan el entorno en busca de cualquier indicio o detalle relevante y ¡Bingo!, el ascensor vuelve a cerrarse, lo que saca una sonrisa y un gruñido de su garganta. “Piso 14, ¿en qué momento llegué aquí?”, sonríe satisfecha y entonces se detiene de golpe, con el pecho sudoroso y agitado, imponente frente a la puerta del ascensor. Alza la mirada y observa los números bajar poco a poco. “15… te faltan tres pisos más, conejito, qué pena”, sonríe y relame sus labios. Las puertas se abren y se encuentran con… —Nada, ¿qué? —observa a su alrededor. —Qué mierda. —respira profundamente. —Imposible, yo… —Ijim, el otro ascensor. —El Botones la mira con neutralidad, como todos los días y a todo el mundo. —Recuerde que asiste un total de tres ascensores en este edificio, señora Ellinore. —Ay, ¿en serio?, no me digas. —Entonces no le digo. —alza sus hombros y sonríe con burla. —Cómo te odio. —Lo sé. —Imbécil. —camina rápidamente observando el exterior. —Hola, Ellinore. —Hola, Duscha, no tengo tiempo para ver tu cara, adiós. —Claro. —sonríe con el ceño fruncido, extrañada. —¿Qué le picó? —pregunta al aire. —Creo que está buscando a alguien. —La suave voz del azabache de ojos color avellana se escucha a sus espaldas. —Señor Táo, bienvenido. —Gracias. —sonríe con dulzura, embelesando a la rubia tras él. —Te traje galletas de avena. —Gracias, señor. —El Botones lo recibe cordialmente junto a una sonrisa. —Esas galletas eran para mí. —Deja de ser egoísta, a tus propios hijos les robas la comida del plato, ten vergüenza, no tienes derecho a reclamar. —niega con la cabeza. —No es lo mismo, ellos son mis hijos, él es un anciano decrépito. —Déjalo en paz. —golpea su brazo mientras entran al ascensor. —Adiós. —El anciano dice más para sí mismo que para la pareja cariñosa. Mientras tanto, Harry frota sus manos sudorosas. “Debe estar furiosa porque cambie de ascensor”, agarra sus cabellos angustiado. Las puertas se abren y dan paso libre al de ojos azules que se asoma inseguro. Corre deprisa y de repente choca accidentalmente con un hombre alto y guapo. Ambos se detienen abruptamente por el impacto. —Lo siento, lo siento, perdón. —dice deprisa y alza la mirada quedándose sin aliento. El hombre, con una presencia imponente, muestra una sonrisa amigable mientras se recupera del choque. Sus ojos penetrantes y su aspecto cuidado y elegante capturan la atención de Harry de inmediato. —Disculpa también, ¿estás bien? —le extiende una mano para ayudarlo a equilibrarse. —Perdón, estoy bien. —suelta su mano rápidamente, sintiéndose incómodo ante la mirada inamovible de aquel hombre. —¡Harry Connor! —una voz canturrea a lo lejos, alertando al chico. —Debo irme, adiós. —Es un Navy Seal. —se voltea ligeramente y lo mira sonriendo con socarronería. —Te va a alcanzar, agotarla tanto como puedas es tu única opción, si es que logras hacerlo. —Lo mira de arriba abajo. —Te deseo suerte, no sé qué tanto te sirva. —Con una tarjeta dorada abre las puertas a su hogar. —Suerte. —ve los ojos nerviosos del chico que lo cuestionan al mismo tiempo. —En 5 minutos con 46 segundos estará aquí, corre. —¿Pero qué es…? —4 minutos con 49 segundos. —canturrea y entra finalmente a la residencia. —Todas son unas personas con trastorno psicótico. —corre rápidamente hasta llegar al tercer ascensor. Este se cierra rápidamente, dándole un respiro al chico. —Falta un piso. —sus ojos brillan esperanzados mientras se abraza a sí mismo. Las puertas metálicas se abren finalmente y dan paso a la libertad y al indudable poder que le genera saber que ha hecho enojar y ha superado a aquella mujer. —Te encontré. —Una sudorosa y agitada Ellinore se posiciona rápidamente en su camino, sonriendo. —¿Te gusta este juego? —Estás loca. —dice sin poder creerlo. —¿No puedes simplemente dejar ir a un hombre avergonzado a su casa? —No, porque si eres tú, voy a seguirte. —se acerca lentamente. —Ellinore, hablemos. —¿Ahora si quieres hablar? A ver, ¿quién se escapó esta mañana? —P-Pero… —Podemos hablar en la cama. —dice entre dientes sonriente. —¡Ellinore! Ambos dirigen su mirada a Ansgar, que aparece como una hada madrina para Harry, que aprovecha para correr y colocarse tras él. El rubio mira los ojos temerosos de Harry y observa con hostilidad a su amada hermana. —Deja de torturar al chico y vámonos. —¡Es mi novio, ¿qué te importa?! —¡Eso no es cierto, nunca lo acordamos! —¿O sea que si quieres? —pregunta con descaro. —¡Cállate! —chilla y sale corriendo rápidamente hasta llegar al auto y esconderse en él. —Deja al chico. —se acerca rápidamente. —Ellinore, Luciano Piero ha creado un pacto con los ucranianos. —¿Bood Laska? —Furiosa y estupefacta, observa a su hermano. —Malditos traidores. —Cálmate. Sabes que es el hijo del líder el que se está haciendo cargo mientras el viejo muere de cáncer en su maldito castillo. Ni siquiera sabe que desde hace meses está en guerra con los japoneses por los millones de euros que robó. —¿Qué hacemos ahora? —¿Declaramos la guerra? —Ya te estabas tardando, hermanito.
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