Capítulo XXXIV: Cariño

1177 Words
El vestíbulo de entrada, de doble altura, parece un oasis de lujo y sofisticación. Sin duda, aquel edificio dejaba sin aliento a cualquier ser más mundano que pasara por allí, incluso si es por curiosidad. En este caso, alguien sí estaba quedándose sin aliento. Aquel chico de ojos celestes estaba siendo besado ferozmente en el ascensor de puertas doradas del edificio, siendo cargado por aquella mujer mientras sus senos erectos se rozaban contra su pecho. —Ah… espera, no puedo respirar. —jadea ligeramente mareado, separándose un poco más de ella, quien lo mira con deseo. —Ahora tampoco te voy a dejar respirar. —relame sus labios. —Estoy fuera de lo convencional, soy una mujer con fetiches algo… peculiares. —sonríe con malicia, sin dejar la seducción fuera de rango. —¿Qué? —pregunta tembloroso y se sonroja nuevamente al recordar lo que alguna vez había hablado con un grupo de amigos en la escuela. —Oh, pero miren —alza su mentón con suavidad. —Parece que te has acordado de algo, sonríe. —supongo que no solo fuiste al colegio a estudiar las mismas materias de siempre, chico sucio. —No digas eso. —deja caer algunas lágrimas avergonzado. —Interesante. —lame su oreja derecha y aprieta sus glúteos con fuerza, hundiendo sus uñas. —Ah… —gime suavemente el chico de cabello rizado mientras se aferra a sus hombros. —No, no lo es. —cierra sus ojos al sentir su erección palpitante rozar contra el abdomen de ella. —No voy a compadecerme de ti. —sonríe con malicia al escuchar el chillido del chico. Suspira profundamente y observa durante unos segundos que parecen eternos a través de las ventanas la ciudad nocturna y brillante. Besa suavemente el cuello del chico, sintiendo su corazón palpitar con fuerza. “Esto no solo es excitación, se siente tan bien”, piensa fascinada y conmovida, atragantándose. —Carajo, esto es peligroso, Harry. —abrumada, observa aquellos ojos celestes y con suavidad acerca su frente a la del contrario. —Esto es peligroso, Harry. —dice pausadamente, derritiéndose al ver aquellos ojos angelicales, dulces y llenos de lujuria. —Tú… —No. —aprieta el suéter de la chica, sorprendiendo a la azabache, quien se siente enloquecer. —Hazme lo que quieras, yo lo quiero. —toca con suavidad aquellos labios carnosos y húmedos. —Esto es tan peligroso. —aprieta los glúteos del contrario, ganándose un gemido. —Tú eres peligrosa. —jadea sin dejar de ver aquellos ojos salvajes. —¿Te gusta? —Sí. —dice finalmente, liberando las ataduras de su mente y dejándose llevar por la oscuridad que literalmente lo abraza. —Te amo. —saca la lengua, esperando ser besado con ferocidad. —Lindo conejito. —Con su dedo índice acaricia con suavidad la punta de la lengua del chico. —Buen chico. —sonrojada hasta las orejas, sonríe, sintiéndose en medio de la locura. —Yo amo a mi lindo conejito. —Ah… ah… —El de ojos celestes cierra sus ojos excitado al sentir dos dedos de aquella mujer dentro de su boca. —Muy bien, ahora… chúpalos. El semblante de Ellinore adquiere una expresión seria y sensual. Sus ojos se entrecierran ligeramente, demandantes, mientras observa cómo el chico chupa con torpeza sus dedos, calentando más la entrepierna de la susodicha. Se acerca sin poder más, sacando sus dedos rápidamente y dejando respirar al chico por un par de segundos. Devora su boca una vez más, mientras los gemidos y jadeos de ambos llenan el lugar. Repentinamente, el ascensor abre sus puertas y tres personas observan impresionados la escena. Ellinore se voltea ligeramente, sonríe con descaro y vuelve a los labios del chico, que cierra sus ojos avergonzado. —Lárguense de aquí —gruñe, impaciente al ver que los tres individuos tras ella aún seguían en shock. Rápidamente, se retiran y el más joven aprieta el botón repetidas veces para cerrar finalmente el ascensor. —¿En qué estábamos? —Ah… —saca su lengua nuevamente, cegado por la lujuria. —Mmm… muy bien —ríe ligeramente y vuelve a besarlo profundamente, acariciando su cuerpo. Con cada paso que dan, la pasión se intensifica. Los labios de Ellinore se funden con los de Harry en un beso lleno de deseo y ternura por instantes, antes de hundirse en la penumbra. Finalmente, llegan al piso correcto y entre tambaleos, llegan a la habitación 666. Con rapidez, la azabache abre y cierra la puerta tras ella, causando un respingo en el chico. Camina rápidamente y lanza al chico sobre la cama, admirando la figura del mismo. Sus ojos recorren cada detalle, desde la forma en que la luz de la noche a través del techo cristalizado resalta su mandíbula hasta la forma en que su boca ligeramente abierta exhala con suavidad. —Qué sexy eres de verdad… —jadea y sostiene con firmeza la cintura del joven. Se acerca nuevamente a sus labios y mirándolo demandante, sonríe. —Voy a darte tan duro que no podrás caminar, así que… ¿Quieres pedirle la bendición a Hans ahora? Responde: sí, señora o no, señora. —No quiero. —Respuesta incorrecta. —Voltea con rapidez y brusquedad el cuerpo del chico, que gimotea. —Repito, ¿quieres pedirle la bendición a Hans ahora? —No, señora. —Así me gusta. Voltea nuevamente al chico, despojándolo salvajemente de la sudadera y ropa interior, quedando desnudo de cintura para abajo. Instintivamente, este trata de tapar su prominente erección y desnudez, pero Ellinore rápidamente toma sus muslos, los aprieta y hunde sus uñas suavemente, lame el muslo interno y suspira excitada. —Sabes tan dulce por aquí, me pregunto cómo sabrá lo que hay más adentro. —Una mirada lasciva atrapa los ojos excitados de aquel que tiembla. —Vamos a averiguarlo. —lame su muslo nuevamente. Entre gemidos y jadeos, se retuerce Harry, extasiado y abrumado por las nuevas sensaciones sobre su cuerpo, sintiendo cada toque calcinante. El sonido con la saliva y la lengua inunda los oídos del chico que se estremece abochornado y gimiendo de placer, es la mejor forma de Ellinore de recordar que está ahí y que el placer que genera en su cuerpo al tocar su garganta profundamente es tan dulce y oscuro como el que él siente. Con suavidad acaricia su cabello hacia atrás para que no se meta en su boca e interrumpa su platillo inicial. Con deseo, acaricia con sus manos calientes los muslos, glúteos y testículos del contrario en un vaivén tortuoso y delicioso. Saca el pene de su boca y como una cazadora sigilosa, atrae al chico con rapidez sorpresivamente, acercando los labios a sus mejillas, dejando un camino de besos castos. —¿Quieres que siga? —muerde su labio inferior al ver aquellos ojos sonrojados por las lágrimas producto del placer. —Dímelo. —Sí, señora. —Muy bien. —besa sus labios profundamente, mordiendo y lamiendo al final. —Quiero saber qué tan dulce es la miel.
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