Capítulo XIX: Oh, afortunado, afortunado, afortunado yo

1346 Words
Por otro lado, Hans se encontraba ya escondido hace un buen rato en la dulcería, “Ha pasado al menos 30 minutos, qué guardaespaldas tan malos”, piensa mientras olfatea los dulces y toma de las muestras de cada uno un poco. Sin duda estaba viviendo en el paraíso, “Si Willy Wonka existiera”, piensa mientras mastica una miel espesa con sabor a fresa. Con entusiasmo se acerca a un estante bastante alto donde divisa un tarro de galletas de limón, el único del estante en la parte superior, “La gente no piensa en las personas como yo definitivamente”, resopla y con todas sus fuerzas se estira para alcanzar el tarro. —Ya casi… ah… —jadea al sentir una mano cálida tocar su cintura con suavidad y causando una sombra sobre su cabeza. Aquella mano que logra reconocer inmediatamente toma el tarro de galletas de limón y se lo coloca de frente. —Tómalo. —dice con voz ronca, suave y varonil, esa que crispa los bellos de la nunca del castaño. —Gracias. —dice apenas audible. Sin duda alguna fue atrapado por las garras de aquel lobo de manera desprevenida. Se voltea lentamente y atrapa aquellos ojos violetas que lo miran, juguetones. —¿Te parece gracioso hacerme enojar? —¿Acaso no puedo ir a donde quiera? —No me respondas con otra pregunta. —sonríe, ciertamente irritado. —Tu comportamiento me saca de quicio a veces, ¿sabes? —¿Y qué? —¿Y qué? —pregunta de vuelta tomando la cintura del chico y pegándole a su cuerpo. El castaño se atraganta, sintiendo su rostro ardiendo. —¿Acaso te gusta verme enojado? —¿Tal… vez? —Por Dios…. santo… —abre sus ojos sorprendidos sin poder creer la osadía de aquel chico. Tan delicado y peligroso al mismo tiempo. —No sabía esto de usted, señor H.M —Y yo no sabía que eras un obsesivo-compulsivo con la seguridad. —aprieta el tarro, cielo santos, jamás había retado a aquel hombre de dicha manera. —Hans Murphy me estás… —No puedes hacerme nada. —¿Nada que no te guste, verdad? Comprobémoslo. —Deja de hablarme como si fuera tu subordinado, me la pones muy difícil, no sé cómo responder, —irritado mueve el tarro mientras lo observa aparentemente enojado. —Ya veo, es así…. —se acerca a su roto, quedando a escasos centímetros, sintiendo sus respiraciones cada vez más agitadas. —...tú me la pones gorda a mí, Cariño. —Tú… Vulgar… —sonrojado hasta la punta de la nariz lo mira, tembloroso y con voz apenas audible. —Quiero follarte, Hans Engla Siu Murphy Doyle. —Ah… —deja caer el tallo de vidrio junto a un pequeño grito y saltando, asustado. —Eres un… —¿Enfermo? —ríe con suavidad cautivado por aquellos ojos cafés. —Es tu culpa que esté tan caliente. Es su culpa, señor Hans. —roza sus labios con los del contrario suavemente. —Señor Ansgar… —A la mierda. Las manos temblorosas de Hans se deslizan por los brazos musculosos de Ansgar, sintiendo su fuerza, pues aquel ricitos de oro, aprieta su cuerpo demandante. Ansgar sostiene suavemente la barbilla de Hans, inclinando su cabeza hacia atrás, revelando su delicado cuello y aquellos ojos sonrojados y soñadores. —Dios, cómo me pones Hans. —gruñe y jadea cerca de sus labios, susurrante. Ansgar pronuncia el nombre de Hans, liberando un aliento cálido que roza su piel. Hans siente un escalofrío recorriendo su espalda mientras su corazón late desenfrenado de anticipación, las palabras quedaron estancadas en su garganta. —De verdad, que todo el mundo se joda. El roce de sus labios se hace inevitable y finalmente se funden en un beso intenso y apasionado. Los labios de Ansgar son suaves y exigentes, explorando cada rincón de la boca de Hans con ansia. Sus lenguas se entrelazan en un baile íntimo, compartiendo la pasión que ha estado ardiendo dentro de ellos durante tanto tiempo. Chocan contra la estantería tambaleando algunos de los frascos del lugar. Las manos de Hans se aferran a la espalda de Ansgar, sintiendo la tensión muscular bajo sus dedos mientras se sumergen en el beso apasionado. Los gemidos sofocados escapan de sus gargantas, revelando la intensidad del momento. —Ansgar… espera… —gimotea al sentir las manos del contrario en sus nalgas. —¡Ah!... Ansgar se abalanza sobre Hans, tomando sus labios con una ferocidad desbordante. La voracidad de Ansgar persiste, sin dar tregua, mientras continúa explorando los labios de Hans con una intensidad sin igual, lamiendo, mordiendo y chupando la boca de su víctima adorada. —Basta… espera… —gime y jadea, aturdido. —No… —gruñe entre jadeos. Las manos de Ansgar se aferran a la espalda de Hans, apretando con fuerza, mientras sus cuerpos se aprietan más, buscando el contacto y la fusión absoluta. La excitación se propaga como una llama incontrolable, avivando el fuego que arde entre ellos. —Ah… ya… para… —agitado, sonrojado y sudoroso, se aleja para observar aquellos ojos violetas tan dóciles y brillantes por la lujuria. —No puedo… respirar… —entre quejidos que a los oídos de Ansgar son adorables, aprieta las ropas del hombre. —Tampoco podrás respirar cuando te meta mi polla en el… —¡Cállate! —mira alarmado a los lados, terriblemente avergonzado. —No quiero. —lame sus manos sin dejar de mirarlo sonriendo con descaro. —Vámonos de aquí y terminemos en otra parte. —No… —trata de alejarlo, pero es como tratar de mover una pared hecha con cemento. —¿Por qué? —pregunta cerca de su rostro. —Porque no estoy listo… —tembloroso lucha por zafarse. —Ay, ¿en serio?, pero no es como si… tú… —observa aquellos ojos llenos de lágrimas, enojado. —Imbécil. —lo empuja con fuerza y echando humo sale de la tienda dejando a un rubio sorprendido y tapando su boca. —Soy un maldito imbécil. —piensa con profundidad. —Él de verdad… imposible. —se carcajea ligeramente antes de atragantarse. —Él quería que yo… en la secundaria… ese día… —sus mejillas se sonrojan ligeramente al sentir su erección crecer. —Mierda soy un maldito enfermo. —Aquel chico virgen lo había estado esperando todo este tiempo o al menos si correspondía a sus sentimientos, cosa que claramente logró hacer y ahora quería hacer el amor, mientras el de ojos violetas pensaba en los placeres más carnales y sádicos posibles. —Dios… ¿por qué me siento tan mal? —cierra sus ojos. —Señor, se siente mal porque no sabe escuchar. —Mabel, siempre tan razonable, responde sin tapujos. —Mabel, no me ayudas. —Lo lamento, pero según mis estudios, la verdad siempre debe ser dicha para evitar mayores conflictos y la creación de hábitos insanos, señor. —Adiós, Mabel. —abochornado tapada su rostro con la mano suavemente. —Adiós, señor. —Espera… —su respiración ahora calma acompaña sus ojos suaves. —Pide una reservación en el restaurante Taste Sensations, quiero al chef en jefe atendiéndonos mañana por la noche. Envía ahora dos peluches gigantes de la tienda japonesa Mauwiso, flores blancas y postres de la pastelería Delights from the Oven a la casa de Hans, quiero que llegué a las… —mira su reloj. —...7 pm, Hans estará en casa a esa hora. Y dile a los guardaespaldas que lleven a Hans y a Harry a donde quieran ir, que todo corra por mi cuenta. —suspira pensativo. —Sí, señor. De inmediato, ¿me permite recomendarle algo? —Dime. —Al señor Hans le gustan los libros de Jane Austen, ¿desea enviarle alguno? —Envíalos todos originales, por favor y gracias. —De acuerdo señor. —Adiós. —rompe a carcajadas suaves. —Adiós. —Hans, ¿qué estás haciéndome? —se cuestiona sonriendo con suavidad mientras ve el tarro de galletas de limón destrozado en el piso.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD