Parte uno: Capítulo XXIV: Rastro de Estrellas

1266 Words
La densa arboleda del bosque se disuelve en la oscuridad de la noche mientras Harry y Hans corren, sus pulmones ardiendo con el esfuerzo y la falta de hidratación del momento; en busca de una salida, sus ojos observan desesperados su al rededor y ahí encuentran, por fin, un camino hacia la libertad. La carretera, como un faro lejano, representa la única esperanza de escapar del caos que dejaron atrás, apropósito o no, dejar que el par de hermanos le atrapen significa dificultades para deshacerse de ellos, y conociendo sus temperamentos y deseos de poseer constantemente, la angustia y el dolor los llevará a forzarlos a quedarse donde no han pedido estar, eso es seguro. Cada paso, cada respiración, los acerca un poco más a la carretera principal de la zona. Finalmente, emergen de la espesura del bosque, jadeantes y con los músculos tensos. Ante ellos se extiende una carretera desierta, iluminada tenue y ocasionalmente por farolas solitarias, “Se nota que es una carretera de campo, no hay un alma aquí, ¿tendremos que correr?”, piensa el de ojos celestes, sudoroso y fatigado. El sonido distante de un motor se convierte en su única señal de esperanza, y levantan las manos en un gesto instintivo de súplica cuando un automóvil se acerca, algo viejo, pero bastante rápido, se acerca poco a poco. El vehículo se detiene, dejando a ver a una mujer de unos cincuenta años al volante. Sus ojos grisáceos, experimentados y compasivos, evalúan a los jóvenes. —Por favor, ¿podría dejarnos cerca del aeropuerto?, Por favor, debemos estar fuera de esta zona ahora. —mira detrás, divisando un par de luces lejanas. —Se lo ruego. —se atraganta y aprieta la mochila en su mano. —Si no hubiera visto de todo antes habría pasado de lago, pero…Suban rápido, muchachos. Parece que han pasado por un mal rato, a ver, díganme, ¿robo, asesinato o qué hicieron? Les advierto que si intenta algo, no saldrán bien de esto… —Les insta, sonriendo con suavidad al ver los ojos atónitos del azabache. —N-no, claro que no solo… —relame sus labios pensativos. —Hemos pasado por algo injusto y solo queremos dejar esto, buscar un lugar seguro. Eso es todo, no haremos nada malo, solo llévenos hasta el aeropuerto o al menos cerca. —musita la última palabra, sintiendo un nudo formarse en su garganta. —En realidad… Mientras el automóvil avanza, la mujer escucha la versión resumida de su historia. El relato de Hans, aunque omitiendo detalles críticos e íntimos hasta cierto punto, revela la travesía de dos almas en busca de justicia, pero al mismo tiempo la necesidad de huir para descansar y sanar, al menos un poco. Harry, en silencio, se aferra a sus propios pensamientos, desconfiando de hablarle a la mujer que lo observa por un par de segundo, conmovida y comprendiendo al muchacho, manteniendo un muro de reservas. —He vivido lo suficiente como para reconocer la desesperación en los ojos de quienes huyen. Les ayudaré, no creo que sean malos chicos, lo juro por la pierna de me falta que si vuelve entonces ustedes si son malas personas en lo que me concierne si llega a pasar… —declara la mujer, su tono sereno pero firme. —Pero… lo dudo mucho. —pisa el acelerador. —Lo siento por lo que han pasado, chicos. Pero el rencor solo les hará más daño del que seguramente les han hecho. A veces, el perdón es el único camino para sanar realmente y estoy segura de que saben que no podrán huir para siempre de la realidad que los persigue atrás, ¿verdad?— aconseja la mujer, sus palabras impregnadas de sabiduría causan que los ojos del azabache se abran suavemente y miren a las afueras, pensativos. —Solo queremos dejar todo esto atrás y empezar de nuevo —murmura Harry, frota su nariz levemente y mira a la mujer por un par de segundos, es todo. La mujer asiente con suavidad, sus manos hábiles se aferran al volante como un timón que guía a través de la incertidumbre a dos hombres cansando de tanto correr, dormir mal y llorar. La carretera se despliega ante ella como un lienzo sin fin, un camino que ha sido testigo de innumerables historias, “Incluso mías”, piensa la mujer y sonríe con suavidad. El rugido constante del motor se fusiona con el susurro del viento, y el auto avanza con gracia. La oscura arboleda, algunos animales que transitan a las orillas y las sombras de uno que otro zorro astuto, queda atrás, reemplazada por las luces distante del aeropuerto el tercero de Belfast, cerca de los lugareños y recurrente por los negociantes agrícolas dada su cercanía al campo. A medida que las millas se desvanecen, la conversación en el interior del automóvil adquiere una cadencia más ligera. La mujer comparte anécdotas de su propia vida, desde un esposo testarudo y solitario al cual ama a pesar de que este ha fallecido hace un par de años, hasta fragmentos de sus más bellos recuerdos. Su voz, impregnada de calidez, abrazan el corazón de Harry quien escucha atento, aunque tímido a la mujer en el volante. Las risas, aunque escasas, resuenan como melodías efímeras en el reducido espacio del automóvil. En medio de la tensión que se desliza con sigilo, la camaradería se erige como un faro de luz en la oscuridad y calma la ansiedad que crecía en sus gargantas. Sin embargo, la armonía se quiebra cuando Hans, atento en el retrovisor, divisa luces parpadeantes que destellan como advertencias en la penumbra detrás de ellos, “Dos, tres, carajo”, se remueve rápidamente para observar tras el una camada de autos. —Mierda, nos están siguiendo. —¿Qué está pasando? —pregunta Harry, visiblemente nervioso. Acaricia sus labios tembloroso. —Debemos separarnos de la carretera principal. ¿Hay algún otro atajo? —Sí, sosténganse, solo háganlo, ¡Ya! La mujer agarra con fuerza el volante con ambas manos, sintiendo una ráfaga en el aire golpear su rostro. El rugido del motor se intensifica a medida que acelera, conduciendo el coche por un camino oscuro con el tipo de agilidad que solo la experiencia puede proporcionar. La carretera asfaltada se extiende ante los fugitivos, iluminados de vez en cuando por farolas que parpadeaban a su al rededor. —Se están alejando, creo que están tomando un atajo. —Pues será el equivocado, llegaremos antes que ellos, trataré de llegar tan lejos como pueda después de dejarlos cerca de una tienda de ropa en la parte trasera. —jadea ante la prisa mientras conduce. La curva llega inesperadamente, causando que los chico choquen uno con el otro de hombros y es un elaborado baile entre la roca maciza de la tierra mojada y la hierva aumenta la velocidad del coche. La mujer se convierte en directora de una escena llena de giros bruscos y cambios repentinos que desafían la lógica y la gravedad por un par de segundos, pero que efectivamente terminan por alejarlos del ojo de quienes los buscan en la noche. Las luces intermitentes de los guardaespaldas en los autos que se alejan cada vez más y las sombras en la oscuridad, los perseguían insistentemente, aumentando el frenético impulso de la huida. Los carteles de neón parpadean como meteoros cuando los coches pasan por los callejones de tierra estrechos y sinuosos, casi se podía creer que estaban a punto de ser atrapados, pero la realidad es que los estaban mareando para poder perderlo de vista finalmente.
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