Capítulo IX: Recuerda

1217 Words
Durante la noche el de mejillas de ardilla llamado Hans, decidió ponerse a trabajar. De alguna manera el hacerlo disminuye poco a poco el enojo que estuvo a punto de explotar en aquella casa llena de lobos blancos, y cómo no después de lo que el señor Ansgar hizo, lo que él llamó, “Negación de pareja”, con algunas llamas agregadas a sus alrededor avivo la furia en sus interior. La abuela de Harry había estado observando preocupada al joven durante la noche, al final su amada amiga debía descansar y regreso´a casa encontrando a Harry sonrojado hasta las puntas de los dedos y fingiendo estar dormido y a un Hans enoja, u si bien sabe que está enojado, no se hace la idea del porqué, ya lo averiguaría. —Señor secretario, sé que el trabajo es importante, pero el dormir también, ¿sabe? —dice aquella mujer con una tasa de té verde en sus manos, bien caliente y con un toque de leche y miel. —Toma un poco, desde que llegaste ni siquiera has comida y ya han pasado cuatro horas, niño. —Lo sé, lo siento. —suspira con pesadez y acaricia su frente mientras da los últimos toques a la diapositiva general de presentación para los empresarios y la organización de las carpetas digitales las cuales debe imprimir al día siguiente al llegar a la empresa Rockefeller. —Estúpido Rockefeller. —masculla por lo bajo y cierra de golpe el portátil. —No me regañes, Pudunni. —abraza avergonzado a la anciana a que niega con la cabeza con suavidad y acaricia la cabeza del chico. —Cuéntale a esta ruca lo que pasó. —No digas eso. —sonríe con suavidad y esta se desvanece tan rápido como salió. —Es que…. a ver abuela, si tú tuvieras a un novio o enamorado, ¿te daría vergüenza presentarnos? —No. —frunce el ceño pensativa. —Pues no, supongo. —alza sus hombros. —Entonces ¿por qué diablos él la da vergüenza decir que soy su novio? —tapa su boca rápidamente y se oculta en el estómago de la anciana que empieza a reír en carcajadas sonoras. —Ay, este muchacho, ¿estás enojado por qué ricitos de oro no te mostró´ante sus cercanos? —Sí, lo estoy, tengo derecho. Dijo que era su compañero abuela, su compañero de trabajo. —dice, indignado. —A ver mocoso. —pelliza su oreja. —¡Auch!, ¿por qué me pellizcas? —Porque estás actuando como un niño de parvulario. —le señala. —¿Quiénes eran las personas con las que estuvieron hoy en esa reunión que me habías dicho el otro día que tendrías? —Ellos son miembros de… de… —se atraganta con suavidad y baja su mirada, sintiendo sus orejas rojas. —Son miembros de empresas muy importantes del país y también son… ya sabes… —Mafiosos, sí, di lo que deba ser, nadie más que Harry nos escucha. Conozco a alguno de esos mocoso, como si no se acordaran de mí. —suspira recordando aquellos tiempos en las guarderías de la iglesia en la que trabajaba. —¿Cómo dijiste? —sorprendido Hans se acerca y mira a su abuela lleno de curiosidad. —Na, na, ahora no te voy a contar mis días como niñera, aquí el asunto es otro y tú claramente has exagerado y mucho. No dudo de Ansgar te haya advertido que involucrarse con él es sinónimo de ir con mucho cuidado, no solo en pasos sino en la palabra mismo, niño. —Está bien, también necesito detalles de eso abuela. —Harry aparece como un espíritu detrás de su abuela asustándola y haciéndola respigan. —Está pedazo de… —respira hondo. —No, ahora no. Ustedes dos y sus líos amoroso me tiene cansada. Tu jovencito le vas a pedir disculpas a tu novio y tú… —señala al joven de ojos verdes esmeralda que la observan suplicantes. —Habla con esa mujer y define las cosas, estoy cansada de que me esté pidiendo el favor de que te diga que le des oportunidades. —suspira. —No está mal que lo haga, pero, ¿todo el tiempo?, por Dios, ya. —pellizca la mejilla del chico que chilla. —Mañana hablaré con ella, ya lo acordamos hoy. —frota sus manos apenado. —Bien. —La anciana lo mira llena de sospecha. —Yo hablaré con él mañana. —Eso espero, porque ese cacharro no ha dejado de vibrara, soy vieja y medio sorda y por eso siento el más mínimo paso en esta casa. —Lo siento. —se sonroja y tapa su rostro. —Bien, está vieja se va a descasar para mantener la belleza. —suspira y se levanta aporreada. —Vayan a dormir, que quiero dormir también. La abuela los ama. —cierra tras ella la puerta con suavidad finalmente. —La abuela qué es lo que no sabe. —suspira Harry y sonríe a Hans que empieza reír suavemente apenado. —Debemos reparar cosas mañana, Hans. —Sí, vamos a dormir, estoy cansado. —bosteza y se estira. —La rabia al parecer no me dejaba dormir. —Se nota. —señala el de ojos de diamante y se lanza a la cama de Hans. —Me da pereza volver. —cierra sus ojos y duerme poco a poco. —Se nota. —susurra con suavidad y se acuesta a su lado con suavidad. —Mañana será un nuevo día. —dice para sí mismo dejándose llevar por la pesadez de la noche. El sol apenas comenzaba a pintar el cielo con tonos cálidos cuando el pequeño Hans empieza a estirar sus cuerpo con pereza, sintiendo frío y calor al sacar sus pies debajo de la sabanas con una sonrisa en su rostro aún medio dormido. El suave murmullo de Cooking Breakfast for the One I Love de Bernie Cummins empezaba a llenar la habitación, cortesía del antiguo tocadiscos que de la abuela había encontrado en una tienda de segunda mano hace un par de meses atrás. “Rockefeller”, una voz resonó en su cabeza lo que lo levanta de un salto hecho un desastre. —Empresa… Ansgar… desayuno… —sacude su cabeza y bosteza. —¡Abuela, debo comer ya, bañarme e irme! —se levanta con pereza y sale de la habitación a ojos cerrados, llegando en pocos segundos a la cocina. —Abuela, ¿no me escuchas? Huele a huevo con tocino y kiwi, ¿dónde está Pudunni? —pregunta y abre sus ojos para encontrar al mismo satanás con ojos de cachorro mojado. —¿Ansgar?… —despierta finalmente y nervioso corre hasta encerrarse en el baño. —Hans, espera. —Aquel de ojos violetas suspira rendido. —Hans, abre. Repentinamente, la llave del lavabo hace presencia y el sonido de un cepillo de dientes. El de cabellos dorados sonríe con un brillo maliciosos en sus ojos. —Oh, está bien, yo voy a esperar afuera. —dice con tono quejumbroso, para causar lastima al de ojos cafés. —Si tú me quiere besar, yo me estoy muriendo. —musita alejándose del baño y sentándose en la mesa de la cocina con parsimonia.
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