Parte dos: Capítulo XV: Oh, mi Dios

1129 Words
—Hans, entiendo, entiendo, por favor, por favor, lo entiendo. —dice rápidamente sintiendo su corazón a mil por ciento, ¿por qué se siente tan vulnerable, tan pequeño? —L-lo entiendo, tienes razón. —De ahora en adelante dejarás que yo intervenga más. Que pueda dar mi palabras para dar soluciones, para evitar tantos daños inútiles. Y además, vas a decirle a alguien que me enseñe a defenderme, ¿te queda claro? —le señala con el dedo índice ligeramente tembloroso, sin perder su templanza, sin perder al semidios en su interior. —S-sí, sí, Hans. —asiente, adolorido por los espasmos en su abdomen y la creciente erección debido a la excitación que le causa esta parte de Hans, una nueva, tan agresiva, “Te gusta, ¿Verdad Ansgar?”, le cuestiona un Ansgar arrodillado y amordazado con soga blanca, sonriendo placenteramente en su subconsciente. Un fuerte sonrojo se implanta en su rostro junto a la confusión tremenda, “¿Qué me pasa?”, se cuestiona alarmado. —Esto lo solucionas solo. —toma su pene y lo aprieta. —¡Ah…Hans…! —gime junto a un fuerte espasmo. —Imbécil. —suelta el pene del contrario y se levanta, para entrar al baño y encerrarse en el. —¡Voy a darme una ducha, no me molestes! —grita apretando el jabón con forma de pato en su mano. —Dios…se volvió loco. —respira con ligera agitación. La mañana pasa silenciosa. Hans no miraba al rubio de la mejor manera, pero tampoco lo evitaba, solo entre el silencio y las miradas contundentes lograba que el de ojos violetas bajara la cabeza en ocasiones. ¿Ansgar siendo intimidado? Imposible, dirán muchos, quizás la mayoría, pero ante los ojos de Hans no es más que una linda presa de la cual se había cansado de aplaudirle sus monerías sin tomar amonestación justa de sus acciones. Repentinamente, el teléfono suena y Hans, preparado para ir a trabajar al igual que el magnate en cilla de ruedas debido a la reciente lesión en su abdomen, se miran el uno al otro. El joven rubio le mira con ojos suaves, arrepentidos, “No, no caigas en sus manipulaciones”, piensa Hans y sacude su cabeza para levantarse y tomar el teléfono ligeramente sonrojado. —Buenos días, habla Hans. —Hola, Buñuelo. —saluda Ellinore animada. —¿Está despierto? —Sí, tenemos trabajo qué hacer, así aquí estamos listos. —dice sin mucha alegría a lo que la azabache al otro extremo de la línea frunce el ceño. —Está bien. Vengan de ser posible a sucursal del norte, tendremos una reunión. Ya empezaron a reconstruir la zonas como parte de la responsabilidad de la empresa. —Sí, he escuchado a la constructora esta mañana, camiones y demás. —suspira. —Estaremos allá. —Sí, Buñuelo enojón. —dice cantarina y cuelga. Hans sonríe y niega con la cabeza. Carraspea su garganta y voltea. —Debemos irnos ya. Tenemos reuniones en relación con la inversión en los negocios locales y demás, compensado la salida rápida de ayer. —Atrapa los ojos del rubio que asiente con suavidad. —Está bien. —Bien. —se acerca y empuja la silla de ruedas del hombre, que sin mediar palabra se deja llevar en la misma como la enfermera al minusválido. —Hans. —No digas nada, s-solo vamos. —aclara su garganta. —Está bien. —sonríe ligeramente por lo bajo. Sintiendo confianza y con brillo en sus ojos por la chisma maliciosa que nace de estos, agarra al chico sorpresivamente sentándolo en sus piernas al llegar frente al ascensor. —Ansgar, bájame. —forcejea con este, obteniendo como resultado la peligrosa, muy peligrosa cercanía de sus labios en los del contrario. —Ansg… —No, Hans, escúchame. Sí, soy el hombre más terco de la tierra si deseas. Pero, maldita sea Hans, imaginar que podría perderte ayer me estaba volviendo loco. —pega su frente a la del chico que sintiendo su corazón en la garganta traga con suavidad, sintiendo sus mejillas sonrojadas y calientes. —Hans, pequeño Murphy enójate conmigo como o deses, tanto como quieras, de igual manera hace que me enamore más, este imbécil tan terco se enamora más de ti, porque este imbécil sabe que lo amas y que lo cuidas… Y también sabe lo difícil y angustioso que fue todo el día de ayer, fue… horrible no saber si estabas bien y te juro que olvide todo el dolor que pude haber sentido, solo estaba buscándote y nada más. —besa la mano del castaño con suavidad. —Así que tú mandas, traeré al entrenador que quieras, haré lo que quieras, pero jamás me pidas quedarme quieto cuando sé que podrías estar en peligro, incluso si me gritas a la cara que terminarás conmigo voy a priorizar el protegerte, incluso si dar mi propia vida es necesario para ello. —dice toda aquello acariciando dulcemente los labios del contrario con los suyos. Hans, sin poder más se rinde ante los hechizos de aquel hombre que agita su corazón abrumándolo siempre que puede. Toma sus labios, profundizando el beso mientras toca y acaricia aquel rostro seductor. —No más. —Se separa ligeramente agitado. —Debemos ir a trabajar. —Sí, es una mierda tener que hacerlo. —sonríe con suavidad al escuchar la suave carcajada del castaño. —¿Sigues enojado conmigo? —Sí. —sonríe con suavidad, mirándolo dulcemente. —De acuerdo, señor Hans, sigo castigado. Haga lo que quiera conmigo hoy. —sonríe con perspicacia y seducción, sonrojando al chico que se remueve y se levanta rápidamente. —Qué cruel es usted. —Cállate. —empuja la silla al ver el ascensor abierto. Empieza a reír con suavidad. —No te perdonaré la próxima vez. —ingresa deprisa con el hombre debido a los nervios. —Ya me está dando miedo de que me vuelvas a coger la v***a y… —No digas eso. —tapa la boca del rubio. —¡Idiota! —chilla sonrojado, mientras el de cabellos rubios ríe a carcajadas. —Señor Ansgar.—Uno de sus guardaespaldas los sorprende. —Disculpe. Carraspea su garganta al verlos jugueteando. —Señor, ha pasado algo. —¿Es peor que un balazo en mis costillas? —dice junto a un suspiro cansino. Hans observa preocupado al guardaespaldas. —¿Qué pasa? —pregunta el castaño. —Hackearon la base de datos de uno de los bancos privados de la empresa. Los de emergencia por si se presenta alguna crisis financiera, lo sentimos señor. —Esto tiene que ser una broma. —El de ojos violetas cierra los mismos tensando su mandíbula lleno de frustración. —Malditos florencianos. —masculla.
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