Capítulo VIII : Abrazable tú

1392 Words
La noche se extiende como un lienzo oscuro y tentador, tejiendo su telaraña de excesos y desenfreno que abrazan el cuerpo tambaleante de Ansgar en la entrada trasera y silenciosa de la empresa; con dificultad llega a tropezones al área donde se encuentra el ascensor, su cuerpo se tambalea bajo el peso de la intoxicación del delicioso vodka con sabor a limón. Sus ojos enrojecidos y vidriosos revelan el efecto del exceso de alcohol que ha consumido tratando de llenar el vacío y la necesidad de aquellos labios que creyó haber poseído en el club. Con una sonrisa desequilibrada en el rostro, lucha por encontrar el botón del ascensor, sus dedos trémulos presionan los botones con torpeza, mientras sus palabras se escapan en un flujo desordenado de balbuceos ininteligibles. —Yo soy Ansgar Rockefeller, nadie está sobre mí… —cae entre carcajadas al interior del ascensor. —Mabelcita… ita… ita… —canturrea. —Señor, lo dejaré en el piso 13, salgan cuando se sienta mejor. —Siempre tan querida Mabelcita… te pareces a mamá… —susurra, sintiendo sus labios temblar. —¡En fin Mabelcita, eres la mejor! —grita de repente y rompe a carcajadas. Las puertas del ascensor se abren finalmente, revelando un pequeño espacio iluminado por una tenue luz violeta que cubre todo el pasillo. Sus brazos se aferran a la barra de sujeción, sus dedos apretados con fuerza, mientras intenta salir del ascensor. Lucha por mantener el equilibrio, sus piernas tiemblan con cada movimiento. Su discurso incoherente se enreda en palabras entrecortadas y sin sentido. El eco de sus balbuceos resuena en el pasillo, causando suaves ecos. Con fuerza se apoya en las paredes acompañado de sus movimientos erráticos. Sus piernas inestables buscan apoyo en el piso del pasillo, tratando en lo posible de no caer de rodillas. Cada paso es un desafío, una batalla contra la gravedad y su propio descontrol. La fragancia penetrante del alcohol se desprende de su aliento, mezclándose con el aire del acondicionado del pasillo —Mabel. —¿Señor?, ¿está bien? —Sí… sí… abre las puertas de mi habitación. —Sí, señor. —Coloca una linda… linda canción, Mabelcita. —apoya se cuerpo en el marco de la puerta con dificultad. —Pondré una al azar de su repertorio, señor. —Lo que sea. —¿Señor? —¿Qué quieres? —El joven Hans Murphy se encuentra dormido. ¿Desea que adecue el volumen? —Haz lo que quieras. Al compás de I Wish I Didn't Love You So interpretado por Dinah Shore, una melodía que susurra secretos del corazón, uno lleno de anhelo y al mismo tiempo melancolía. Aquel rubio de ojos violetas, cruza el umbral de la habitación con pasos tambaleantes, como si danzara en una sinfonía de emociones. La música, impregnada de nostalgia y arrepentimiento, envuelve el aire, creando una atmósfera mágica y melancólica. Sus ojos cansados y cargados de tormentos reflejan la ira y el arrepentimiento en su rostro, aquella culpa que lo atormenta y le hace alucinar con aquellos labios suaves y regordetes. La melodía se entrelaza con su fatiga, creando una sinfonía impregnada de cansancio que se derrama en cada rincón. Sus pasos vacilantes se detienen al borde de la cama, y su cuerpo, pesado como una pluma cansada, se desploma sobre las sábanas de seda. —¿Qué está pasando? —somnoliento se despierta el de ojos cafés para observar a aquel hombre moverse, buscando con sus manos algo o alguien. Rápidamente, se levanta y de un salto se aleja de la cama, tambaleando debido a la somnolencia. —¿Q-Qué está haciendo aquí? —pregunta frotando sus ojos y abriéndolos por completo. —Vuelve a la cama. —intenta incorporarse, cayendo al instante sobre la almohada nuevamente. —Vuelve ahora mismo. —No, váyase, no pienso dormir con usted. —sintiendo su corazón palpitar a mil, aprieta sus puños. —Iré a dormir a la otra oficina, buenas noches. —Juro que si te vas ahora mismo… lo vas… lo vas a lamentar. —frota sus labios. —Vuelve a la maldita cama. —¿Por qué me haces esto? —alza la voz causando que el contrario tape sus oídos. —Está borracho, no quiero. —¡Vuelve, maldita sea y no me hagas enojar! El silencio se hace, denso e incómodo para Hans, que, resignado se acerca con suavidad a la cama, acostándose lo más cerca del borde sin siquiera arroparse. Cierra sus ojos con fuerza, mientras se traga las palabras que tanto desea gritar al rostro del rubio ebrio. La música se convierte en un abrazo invisible que envuelve a Hans, transportándolo a un estado de ensoñación. Los versos se elevan en el aire como pétalos de rosa, llevando consigo los suspiros de los amores perdidos y los sueños rotos. Incómodo, siente como aquel hombre se remueve suavemente. —¿Qué está haciendo? Suélteme. Con todas sus fuerzas trata de alejar las manos cálidas y fuertes de aquel hombre que lo envuelve en un abrazo, chocando con su pecho y quitando la respiración del castaño por segundos. Con manos temblorosas, Hans trata de zafarse de su agarre al sentir la respiración de Ansgar en su cuello. Aquel aroma a alcohol estremece su cuerpo lleno de vergüenza. Sus brazos, fuertes y seguros, rodean el cuerpo de Hans, atrayéndolo hacia sí con una pasión intensa y anhelante. La suave caricia de sus dedos sobre la piel de Hans provoca un estremecimiento en su ser, despertando emociones hasta entonces desconocidas, pues nunca había dormido en una misma cama de esta manera, jamás además de su mejor amigo, Harry, que como un hermano mayor lo protegía de las pesadillas por las noche. Ahora, en los brazos de aquel hombre, las sensaciones en su cuerpo causan que los latidos de su corazón retumben como tambores marcando el ritmo de sus emociones indecisas. Con una mirada tímida y nerviosa observa las grandes manos de aquel hombre, y se remueve ligeramente entre los brazos del mismo, presa de un torbellino de sensaciones contradictorias. Sus pensamientos se entrelazan en un vaivén de deseo y temor, sin saber qué camino tomar después de todas las humillaciones y al mismo tiempo, buenos tratos de aquel maníaco obsesivo por el poder. La proximidad de Ansgar, a pesar de todo, le resulta abrumadora y al mismo tiempo despierta en él un anhelo que no puede ignorar. “¿Cuántas veces había soñado con esto?”, piensa sonrojándose pocos segundos después, “Deja de pensar en tonterías, esto no es real, solo está borracho”. —Hans. —Por favor, suélteme. —con voz temblorosa, aguanta las ganas de llorar. —Perdóname, Hans. El castaño sorprendido por aquel tono de voz tan suave y lleno de pesar en su oído, se detiene poco a poco. “Es imposible”, piensa, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos. —Por favor, suelte, ya…. —Por favor, perdóname Hans. Soy un imbécil… un completo imbécil… —dice sintiendo como el sueño se apodera de su ser. Las lágrimas caen con suavidad mojando la almohada. “Hijo, un borracho siempre dice la verdad”, recuerda las palabras de su padre, sintiendo alivio en su corazón al pensar que aquellas palabras son reales. —¿De… de verdad? —pregunta apenas audible, temiendo que el rubio explote en cualquier momento. —De verdad, lo lamento… —deposita un suave beso en la parte trasera del joven que se estremece ante el contacto. —Lo… siento… Finalmente, Ansgar cae rendido en los brazos de Morfeo. La fatiga acumulada se refleja en su rostro, mientras su respiración se vuelve tranquila y acompasada. Los párpados pesados se cierran lentamente, cubriendo sus ojos con una suave sombra. —Está bien. —con dulzura el de ojos cafés dice aquellas palabras, cobijando la mano del hombre que removiéndose aprieta la misma cálidamente y duerme tranquilamente acurrucado en el cuerpo del joven. —Buenas noches, señor Ansgar. —cae rendido y cansado ante el sueño. La habitación se sumerge en un silencio profundo, solo interrumpido por el suave susurro de la brisa que se filtra por el gran ventanal entreabierto. Dos almas yace en la cama, como si fueran un lienzo en blanco, entregados a los sueños que los esperan en las profundidades de sus inconsciente.
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