Parte dos: Capítulo IX :Permíteme llamarte cariño.

1022 Words
Pasado un tiempo. Hans se prepara con una ropa simple, quizás la única que le queda limpia, se la coloca rápidamente temiendo que aquel hombre salga y vea su cuerpo desnudo. Gustosos por el resultado, se retira a sala y espera paciente al rubio. De repente escucha la ducha apagarse y el cuerpo del castaño se tensiona. Con parsimonia, Ansgar se viste eligiendo prendas sencillas pero elegantes. Un suéter de cuello de tortuga holgado en un intenso tono azul rey se desliza sobre su cuerpo, aportando una sensación de comodidad y estilo. Su textura suave acaricia su piel, brindándole una sensación de abrigo y sofisticación. Complementando su atuendo, unos pantalones ajustados de color n***o realzan su figura, otorgándole una apariencia pulcra y estilizada. —¿Estás listo? —Sí. —se levanta y acomoda su suéter con suavidad. —...—El hombre suspira y lo observa de arriba abajo. —¿Qué pasa? —pregunta intimidado. —¿Acaso no tienes más ropa? —Toda está suscita… ¿Es muy fea? —baja su mirada incómodo. —Yo puedo… —No es eso, solo que el clima es demasiado frío a esta hora, si sales con eso te congelarás. —camina con algo de prisa y busca en su closet un suéter igual al suyo y lo lanza al chico que lo atrapa como puede. —Ponte esto, te espero en el ascensor. —D-De acuerdo. Hans se coloca un suéter de tono neutro, pero su rostro adquiere un delicado rubor. Sus mejillas se tiñen de un leve sonrojo, como pétalos de rosa que se abren ante la calidez del sol, “No lo puedo creer”, explota en vergüenza tratando de calmar el calor de sus mejillas. “Basta Hans Murphy, compórtate”. Respira hondo y se retira rápidamente y sale de la habitación. Apoyado en la pared al lado del ascensor, Ansgar se encuentra esperando al joven Hans, el cual suspira sin darse cuenta y camina deprisa hasta llegar al hombre. —Ya estoy listo. —Ya veo. —ríe a carcajadas por primera vez, frente al chico que se sonroja avergonzado. —Eres lo más parecido a una masita de arroz. —Esto me queda muy grande, lo siento. —El gesto de sus ojos, causa un latido fuerte en el pecho del rubio que deja de sonreír al instante. —Como sea, ya estás vestido. Mabel, déjanos en cada piso por 15 segundos y avanza. —De acuerdo señor.—Aquella voz artificial habla rápidamente y abre el ascensor. —Adelante. —da paso al chico que entra inseguro. —Gracias. —junta sus manos y respira hondo, “Vamos, tú puedes hacerlo”. —¿Estás bien? —se coloca detrás del chico y observa desde abajo el par de ojos nerviosos que lo miran. Sonríe con suavidad y niega con su cabeza antes de volver a su postura y suspirar. —Si necesitas algo, no dudes en pedirlo. —Gracias, señor Ansgar. —dice sintiendo su cuello ser perforado por un par de ojos violetas. —No es nada… señor Hans. —sonríe ladino al ver los ojos regordetes del chico sonreír. —Por cierto, no me comí su jabón con forma de pato. No se avergüence, todos tenemos nuestros fetiches. —No crea que no sé qué se burla de mí. —se carcajea suavemente, causando que el rubio lo acompañe por unos segundos. —¿Acaso dije algo malo? —Qué gracioso. —coloca sus ojos en blanco a lo que Ansgar frunce el ceño. —Vaya, no sabía que podía hacer esa clase de gestos tan groseros, señor Hans. —Lo siento, no me doy cuenta cuando lo hago. —Pues tendrá que prestar mucha atención, señor Hans. —¿Por qué debería? —alza sus hombros distraídos con las luces que van y vienen del ascensor. —Porque… —atrapa sus ojos desde arriba. —Odio que me pongan los ojos en blanco. —Lo… siento… —se atraganta y aparta su mirada sonrojada. —Perdonado, señor Hans, no vuelva a hacerlo si no quiere sufrir las consecuencias. Quizás termine por comerme su jabón con forma de pato de verdad. —De acuerdo señor Ansgar. —sonríe y ríe suavemente antes de tapar su boca. —Qué educado es usted. Hans y Ansgar descienden en el ascensor con sus rostros adornados con sonrisas sutiles y tontas. Sus ojos llenos de pensamientos enredados crean un ambiente lleno de complicidad y nerviosismo cómodo. El silencio se adhiere a ellos como una melodía secreta que solo ellos pueden escuchar, mientras se deslizan hacia abajo en el abrazo íntimo del ascensor. Cada mirada furtiva entre ellos se convierte en un poema silencioso, una sinfonía de emociones compartidas que se despliega en la danza de sus sonrisas. Sus corazones, como notas musicales, se sincronizan en armonía mientras las palabras se desvanecen en el aire, dejando espacio para el lenguaje de sus miradas cómplices. En ese silencio, tan hermoso, tan íntimo, hay un océano de significado, un universo de conexiones inexplicables que solo ellos comprenden. En ese breve viaje, cada segundo es un poema etéreo tejido con hilos de complicidad y afecto. Y mientras el ascensor se acerca a su destino, sus sonrisas perduran, testigos silenciosos de un vínculo indeleble que se fortalece con cada instante compartido. —Ya hemos llegado. ¿Está listo, señor Hans? —Sí, eso creo. —quita el cabello de su frente nervioso. —Recuerde señor Hans que… —observa al chico mirándolo desde el espejo frente a ellos. —…no me iré de su lado, así que puede rogarle a los dioses y no pasará. —Gracias… —dice suavemente. —¿Si no logro salir se comerá el jabón con forma de pato? —Eso creo. —dice orgulloso. —Pues voy a tratar de no salir para ver su cara al comer glicerina. —lanza una suave carcajada y aparta su mirada al ver el rostro con ofensa fingida del rubio. —Ya veremos qué tan bueno es. —sonríe con suavidad sin mostrar su dientes.
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