—A mí también me alegra verte. —sentí la oleada de su voz ronca resonar en mis oídos y hacerme estremecer. Me sentí mal, por cómo le había... ¿saludado? Pero, ¿qué podría pretender? Mi padre no vendría a mi graduación porque preferiría estar en su trabajo y follándose a Susan. Maldito bastardo. —Lo siento. —sollocé. — La bronca no es contigo, lo siento. —No te preocupes, me han saludado de peores maneras, ésta creo que no ha dolido tanto. —cínico. Eso era, porque me había hecho sonreír. Me senté en las escaleras del porche, él avanzó unos pasos y se sentó a mi lado, cuando su hombro tocó el mío, rozándolo. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral. Oh, Tremblay. — ¿Por qué llorabas? —preguntó después de unos segundos de silencio. —Por nada. —respondí con la mirada en el vacío