La sonrisa en mis labios se volvió verdadera al ver al San Bernardo acostado a los pies de la escalera con pereza. — ¿Qué haces aquí? Conejito blanco. —y aquí vine la hipocresía de una anciana. —Oh, abuela, Wilson me ha invitado. —respondí. Ella tomo mi brazo y tiro de mí, haciendo que entrara a la gran casa. —No, conejito. —Me reprocho haciendo un gesto con su otra mano libre. —Es tu padre, tenle más respeto. Mis labios estaban listos, mi boca estaba lista para responder y luego escuchar otro reproche de ella, pero la voz de Wil...mi padre. Se escuchó, salió de una habitación, haciendo que las dos puertas se abrieran, corriéndose cada una hacia un lado. Mire por arriba de sus hombros, era un despacho, se podía ver un sillón grande y color marrón café, un escritorio lleno de papeles y