—Estrechar la mano es una costumbre bárbara de los ingleses. Uno nunca debe ser obligado a tocar a un extraño. La respuesta era tan grosera, que Camelia lo contempló asombra da, sin saber qué decir, por un momento. Pero antes que pudiera pensar nada más, la voz del anunciador había empezado de nuevo: —El Barón y la Baronesa Von Digdenstein. Por fin, cuando a Camelia le pareció que seguiría estrechando manos hasta dormida, la procesión de invitados, terminó y la Princesa la acompañó a través de los salones de recepción, deteniéndose de vez en cuando para hablar con alguna persona en especial y presentarla con Camelia. El Príncipe caminaba detrás de ellas, haciendo muy poco esfuerzo, según notó Camelia, para hablar con alguien o mostrarse agradable. Se preguntó si ésa sería su conducta