—¿Cuáles?— preguntó Camelia, llena de temor. —Creo que no estaría yo cumpliendo con mi obligación moral hacia usted si no le dijera las consecuencias que ocurrirán de manera inevitable si usted se casa, como tengo entendido que desea hacerlo, con el Capitán Hugo Cheverly. —¿Qué consecuencias?— preguntó Camelia asustada. —Como usted sabe, querida mía— prosiguió el Embajador, inquieto por lo que tenía que decir—, el mundo es un lugar extraño, lleno de críticos espontáneos. Le encanta el escándalo y está siempre dispuesto a distorsionar o dar una interpretación malévola a la verdad. —¿Qué está usted tratando de decirme?— preguntó Camelia. —Usted vino a Europa— continuó el Embajador, como si ella no lo hubiera interrumpido—, para casarse con Su Alteza el Príncipe de Meldenstein. Por lo qu