Athina sonrió, negó, retrocedió unos pasos.
Lo miró respirar con frustración, él se puso de pie.
—Desnúdate también, estamos en desventaja, querido.
Él la miró con lujuria, sonrió.
Se quitó la chaqueta, la camisa, y ella miró su torso desnudo, sus tatuajes, sus abdominales de fuego, varoniles, él se quitó el cinturón, y lanzó un golpe contra el suelo, que la asustó, lo miró con una sonrisa traviesa, pero temerosa.
Él se relamió los labios con deseo. Athina sintió miedo, ¿Qué le haría esta vez? A veces se sentía como una niña pequeña contra él, sin saber que hacer o que dar, pero cuando sus manos la tocaban, la mujer emergía disfrutando, solo él le daba esa confianza para sentir placer sin culpa.
Cuando miró a Phoenix, ya estaba completamente desnudo, con su virilidad dura y erguida
