Athina se alejó de Phoenix, miró su rostro, dio un paso atrás.
—¿Qué haces? ¿Acaso el señor Masiss se está enamorando?
Sus palabras hicieron un eco extraño en él, luego se largó a reír en su cara, mientras ella se cruzó de brazos severa.
—¿Qué es tan gracioso?
—¡No seas ridícula, yo no amo a nadie que no sea a mi familia! Eres mi esposa por un contrato, pero no eres mi familia.
Ella sintió rabia de sus palabras, pero él le recordó con amargura que ella no tenía familia, que estaba sola en el mundo.
—Ah, pero cuando tu amante te quiso besar no se lo permitiste, “Odio los besos” dijiste, —espetó con voz aguda—. Charlatán.
—¿A quién llamas charlatán? Debería darte unas buenas nalgadas, pero, ni ese gusto te daré, ahora duérmete, mañana es el campamento.
—¿Por qué tienes tanto miedo a
