Ralph llevaba dos noches sin salir de casa, desde el incidente con el otro ciervo. Lo había encontrado en el otro extremo de la A-30, una forma de tamaño indeterminado que, al examinarla más de cerca, resultó ser un ciervo. Atropellado por un vehículo, como el primero, yacía medio sobre la carretera, medio fuera de ella. Echó un rápido vistazo a ambos lados y luego cruzó el asfalto y lo recogió rápidamente. Unos diez minutos después, se lo había echado a los hombros y cruzaba el páramo trotando. Fue duro ir con el animal a cuestas, pero mantuvo la cabeza baja y luchó contra la creciente puntada en el costado y el golpeteo de sus pies, que le restaban energía al hundirse en la tierra empapada. Cuando llegó a la vieja cabaña, estaba empapado en sudor, pero contento de haber llegado sin may