CAPÍTULO VII Micaela se levantó de la cama, abrió las cortinas y dejó entrar el sol de la tarde. Se quedó de pie por un momento, con los brazos levantados sobre la cabeza, las suaves curvas de su figura reveladas por el delgado camisón de gasa que llevaba puesto. Se sentía repuesta por el sueño. La siesta de la tarde constituía una parte importante de sus hábitos, que no podía renunciar a ella, aunque su padre la bromeaba, diciendo que tenía que irse adaptando más a las costumbres inglesas. Mientras se vestía, se examinó en el espejo triple. Micaela estaba interesada en su persona. Se daba cuenta de su belleza y comprendía la importancia que tenía para su futuro. Se preguntó, como otras veces, cuál habría sido la reacción de su padre a ella si hubiera sido fea o deforme. Se había dado