CAPÍTULO IXX —Señorita, se ve usted preciosa!— exclamó la doncella, dando los toques finales al arreglo nupcial. Micaela, con su cabello oscuro enmarcado por el velo de encaje antiguo, contempló su imagen reflejada en el espejo. Vio su guirnalda de azahares y perlas retorcidas, el collar de perlas que rodeaba su blanco cuello, el vestido de raso blanco que revelaba las esbeltas curvas de su cuerpo y caía en graciosos pliegues hasta el suelo. «Estaría del todo bella» pensó Cynthia, «si no fuera por la desventura de sus ojos y la línea dura de su boca». —Gracias, Florence— respondió Micaela a la doncella—. Eso es todo. —¿Puedo avisar al señor Shelford que está usted lista, señorita? —Sí, por favor dile que bajaré en unos minutos. La doncella salió de la habitación, cerrando la puerta
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