—¿Miri? —me llamó nuevamente, ya que no le prestaba toda mi atención.
—No me llames así —fruncí ligeramente el ceño en forma de desagrado. Sólo las personas que les tenía muchísimo aprecio podían llamarme de esa manera.
—Lo siento —metió sus manos en los bolsillos y bajó la mirada.
—¿Qué es lo que quieres, Henry? —me crucé de brazos y lo miré seria.
Es tan bueno haciéndose la víctima, el condenado.
—Ya te dije, quiero hablar —me miró con esos ojos azules que tanto me mataban.
En serio, odiaba ver a un hombre a los ojos, me volvía gelatina enfrente de ellos y era muy humillante.
—¿Para qué? —me enfoqué en ver otra parte de su rostro, como los labios, no, no. La nariz.
—Quisiera enmendar mi error —vi que abrió la boca para decir más, pero lo interrumpí.
—¿Y crees que las palabras
