Décimo

2275 Words
El sol que traspasaba la ventana y pegaba justo donde estaba mi rostro, me despertó. Agarré una almohada y me tapé para que no me molestara. No funcionó, seguía molestándome el calor. Me levanté y quedé sentada en mi cama, bostecé ruidosamente y fui al baño sólo porque mi cuerpo está acostumbrado a esa rutina, no porque realmente esté despierta y sea consciente de a dónde voy o qué hago. Mi reflejo hizo que abriera como platos los ojos y me despertara por completo. Por Dios, ¿qué rayos hice anoche? Me daba miedo verme a mí misma, mi cabello estaba vuelto un desastre y el pijama estaba medio rasgado por el muslo. ¿Por qué? No tenía la menor idea. Intenté recordar lo que había hecho anoche y los enumeré con mis dedos. 1. Estaba con mis amigas en el cuarto, ambas dormían. 2. Subí a la terraza. 3. Leonardo me asustó. 4. Hablamos un rato. 5. Me morboseó, como siempre. 6. Me besó, bajé de la terraza, el pijama se me quedó enganchado de un alambre y al jalarlo se rompió, claro. Sonreí al recordar lo que había hecho anoche, como si fuese una misión completada. Abrí el grifo del lavabo y me quedé paralizada unos segundos. ¿LEONARDO ME BESÓ? Toqué mis labios y me miré en el espejo, estaba roja como tomate, ¿por qué diablos? Bueno, no todos los hombres que conocía me han robado un beso como para decir que estoy acostumbrada, pero, ¿por qué con él me pongo tan nerviosa y a los demás, simplemente les pego? Suspiré frustrada. Salí del baño y vi que estaba sola en mi habitación. Mis amigas no estaban y no habían hecho acto de presencia en la habitación tampoco. Me encogí de hombros y me paré enfrente del armario, buscando qué ponerme. Al cabo de unos minutos descartando un par de vestidos o shorts, encontré uno bastante sencillo de flores que siempre me ponía cuando estaba de buen humor. Ese día estaba de buen humor, así que no habría ningún problema en ponérmelo. Lo agarré y me cambié de ropa, inspeccionándome en el espejo. Siempre he pensado que aunque no tengas un hermoso cuerpo como en las revistas, la televisión o internet, siempre debes estar vestida hermosa, porque así eran las mujeres. Hermosas, ¿no? Así que había que sacar provecho de la belleza femenina, siempre. Abrí la puerta de mi habitación y comencé a escuchar las voces de mis amigas que estaban entre la cocina y el comedor. La sala compartía espacio con el comedor, estando la mesa grande enfrente de la pared de ventanales que teníamos en el lado izquierdo de la casa. Por esa razón, era tan relajante y asombrosa la experiencia de desayunar con una vista tan perfecta de la ciudad. Bajé las escaleras y mis amigas me vieron emocionadas. —¡Miri! Finalmente despiertas, te estábamos esperando —dijo Bárbara emocionada, con un plato de panes recién tostados. —Ya que estamos todos, traeré el café —Amy se metió en la cocina y yo bajé más rápido las escaleras. ¿Estamos todos? No puede ser. Cuando llegué al piso de abajo y me acerqué a la mesa, me di cuenta que mis amigas habían hecho un gran desayuno. Había pan tostado, jugo de naranja, había rebanadas de jamón y queso, en ese momento Amy había llegado con el café. —Wow chicas, ¿ustedes hicieron todo esto? —Sonreí ampliamente y me senté en la silla que siempre tenía desde pequeña. Mis amigas se sentaron del otro lado, dejando un puesto a mi lado solo. Había cuatro platos y sólo estábamos nosotras tres. —En realidad… —dijo Barbie, las dos esbozándome una sonrisa de pena, mientras veían más allá de mí. Yo me volteé y vi a Leonardo con un plato de huevo revuelto y un delantal un poco manchado. Caminó hacia nosotras, dejó el plato en el centro de la mesa y se sentó justo en el puesto que estaba a mi lado. Me sonrió ampliamente. Yo estaba realmente impresionada, tanto que reí irónicamente y sonreí de la misma manera. —Yo cociné cariño, las niñas me ayudaron —me habló como si yo fuese su esposa y mis amigas nuestra hijas. Ellas se rieron por su chiste y yo lo miré feo, rodando los ojos y enfocándome en la comida, que emanaba un olor exquisito. Todos nos quedamos callados unos segundos y empezamos a agarrar toda la comida, yo particularmente estaba hambrienta, pero intentaba mostrarme dura para no hacer el ridículo, además, estaba molesta con Leonardo. Estoy cansada de que todo el tiempo me ande morboseando, como si yo fuese una tipa cualquiera de la av. Principal de las prostitutas, ¿qué le sucedía? Debía aprender a respetarme. Mis amigas comenzaron a hacer sonidos extraños por la comida, yo las miré raro. —Dios mío, Leo. ¡Esta comida está deliciosa! —dijo Amy con exagerada emoción. Noté que Barbie no estaba diciendo nada, por lo que imaginé que pensaba lo mismo, ella siempre que está muy concentrada en la comida, es porque le gusta. No creo que sea la gran cosota. Le di un mordisco al pan tostado que tenía en mis manos con un poco del huevo revuelto que había preparado Leonardo. —Diablos, esto está exquisito —susurré inconsciente, saboreando la comida. Todos se me quedaron mirando. Yo les devolví la mirada y me encogí de vergüenza en mi asiento. Mis amigas se empezaron a reír de mí, al igual que Leonardo. —Gracias, me halaga que te guste tanto —me dijo por lo bajo y siguió comiendo su tostada, tranquilo. Yo lo miré con el entrecejo ligeramente unido y seguí en mi comida, sin decirle algo a alguien. —¿Dónde aprendiste a cocinar así? —preguntó Bárbara, con la vista fijada en su plato de comida. —Cuando estuve alrededor del mundo en un tour para chefs, sé hacer de todo un poco —Leonardo habló serio y miraba a mis amigas con una sonrisa leve. Miré a mis amigas que lo veían con impresión, mientras yo lo miraba fijamente, hasta me acerqué un poco y él se volteó a mirarme extrañado. —Estás mintiendo. Mis amigas y él se me quedaron mirando sorprendidos, más que todo, mis amigas. —¿Me acusas de mentiroso? —me preguntó algo indignado. —Sí —me mantuve firme. Nos miramos fijamente unos instantes. Sentía que sus ojos grises me penetraban el alma y hacía que mi estómago comenzara a moverse y me hacía sentir cosas raras en él. Entrecerré mis ojos y dejé de mirarlo fijamente, me había ganado esta batalla, pero no la guerra. —Está bien, estoy mintiendo. Mi madre es quien fue al tour y me enseñó sólo un par de cosas. —bajó la cabeza levemente, sintiéndose avergonzado. Yo levanté mis manos en forma de victoria y bailé unos instantes en mi asiento. Mis amigas se rieron por nuestra pequeña escenita y siguieron comiendo, mirándome de una manera muy extraña. Después del desayuno, según Leonardo, como ellos habían cocinado, a mí me tocaba limpiar los trastos sucios. No podía quejarme, era lo menos que podía hacer. Mis amigas ya se habían ido, con la excusa de que tenían que terminar de hacer los preparativos para el fin de semana en la playa, incluyendo la fiesta. A mí me tocaba llevar lo que eran las botellas de alcohol. Aunque no era una chica partidaria de que si no tomabas la fiesta no era fiesta, me gustaba tomar de vez en cuando. Cuando dejé la cocina limpiecita como mi madre me había enseñado, me senté en el sofá y me quedé mirando el televisor apagado. Retomé lo que estaba pensando en el baño. Leonardo siempre me morboseaba, ¿por qué? No tenía ni idea, tampoco es que tenía un cuerpo deseable ni nada, más bien hasta tenía unos kilos de más, así que no veía razón por la cual ese fetiche de hacerme sentir nerviosa cuando hacía ese tipo de juegos. “Porque es divertido. Me dan risa tus reacciones”, recordé e hice una mueca, como si estuviera imitándolo. Idiota ese. Ojalá y pudiese hacerle ese mismo tipo de cosas para ver si aprende. Sentí como en las películas cuando hay una bombilla en tu cabeza y cuando se te ocurre una idea, se enciende. Claro, si quería que aprendiera, dándole una cucharada de su mismo chocolate lo haría. Sólo debía provocarlo, como él lo hace. Si era morboso conmigo, yo le daría una buena razón para serlo. Aunque pensándolo mejor, si lo provocaba podía llegar a pasar como el día que estuve en su habitación. ¿Y si me viola de verdad? Suspiré ruidosamente y me tapé el rostro con ambas manos, más frustrada que antes. Comencé a patalear y a hacer berrinche, porque no se me ocurría algo bueno. —Tranquila bebé, ya te traigo tu merienda de las cuatro —escuché la voz de Leonardo, juguetón. Me destapé el rostro y lo miré con cara de pocos amigos. Estaba detrás del sofá, riéndose de mí. Se sostenía el estómago y tenía los ojos cerrados. Aproveché y busqué una almohada de su habitación. Me preparé y le di con todas mis fuerzas en la cara con la almohada. No sé si le pegué muy fuerte o la almohada estaba rota desde un principio, pero cuando impactó contra él se esparcieron la mayoría de las plumas que tenía dentro y estas comenzaron a caer como copos de nieve. Leo dejó de reírse de repente y cuando la última pluma de la almohada cayó al suelo, él me miraba serio, muy serio. Al principio me asusté y hasta di varios pasos hacia atrás. Me miraba tan fijamente, que pensé que se había molestado en serio. —¿Leonardo? —rompí el silencio, susurrando su nombre. —¡Ya verás, tú te lo buscaste! Corrió hacia mí y yo le tiré la almohada que tenía en mis manos, haciendo que se detuviera para poder escapar. Corrí sin pensar muy bien hacia dónde iría, pero entré en la habitación de huéspedes en busca de más armamento. Me monté en la cama y agarré la almohada y cuando me volteé para prepararme cuando él llegase, se tiró encima de mí y me empezó a hacer cosquillas por toda la cintura. Es algo que odio con todo mi ser, es por el hecho de que yo soy demasiado cosquilluda, no pueden tocarme porque ya estoy retorciéndome de la risa. Yo me empecé a mover, riéndome prácticamente de dolor, buscando una manera de alejarme de él, pero Leonardo me agarraba con más fuerza y se reía de mí. —¡Detente, por favor! —suplicaba, sin parar de reírme. —Primero promete que no me golpearás más —seguía haciéndome cosquillas, aunque detuvo su ritmo para poder hablar. Me quedé callada unos segundos como si estuviera pensándolo, pero cuando tuve la oportunidad, le comencé a pegar con la almohada nuevamente. Él se vio obligado a soltarme para agarrar la almohada. Aproveché ese momento para comenzar a pegarle con otra almohada, además de escaparme, pero cuando me volteé, me agarró por el brazo y me tumbó nuevamente a la cama. Por el jalón, se me cayó la almohada y quedé indefensa. Quedé acostada a su lado, cerca de su rostro. Bastante cerca, diría yo. —Hola —me sonrió de manera tan tierna, que mi corazón simplemente saltó. —Hola —le devolví la sonrisa y me di cuenta que no me había soltado el brazo desde que me agarró, sino que comenzó a hacerme cariñitos en el brazo. —¿Por qué pataleabas como una niña pequeña en la sala? —me miraba interesado y a la vez divertido al recordar esa escena. No pude evitar sonrojarme ligeramente de la vergüenza y me tapé con la sábana. —Quizá porque sí sea una niña pequeña —dije entre las sábanas, todavía apenada por la escenita que di hace menos de 10 minutos. Tenía 10 años menos que él. ¿Por qué tenía que resaltarlo? Leonardo no dijo nada después de que le respondí. Sabía que todavía estaba ahí a mi lado, porque su mano seguía haciéndome cariñitos en el brazo. No podía destaparme, porque me daba vergüenza. Suspiré y a través de las sábanas vi que él se acercaba a mí, mi corazón por supuesto y como siempre ante su acercamiento, comenzó a palpitar de manera precipitada. Leonardo se acercó a mi oído y con su mano libre me quitó la sábana de mi rostro. Luego, comenzó a susurrarme. —Pues déjame decirte que eres hermosa —me dijo de una manera tan dulce, que no evité sonreír. Se alejó para verme y me acarició suavemente la mejilla. —¿Y eso qué tiene que ver? —pregunté, riéndome levemente. —Todo, nada… —me miró unos instantes fijamente, yo me perdí en su mirada y en el hecho de que estaba realmente cerca de mí. — Quizá pudo haber sido el hecho de que tenías la sábana encima, que te hayas visto tan hermosa. Lo miré con cara de pocos amigos y lo empujé levemente, me reí por su tonto comentario y él también, además de que se reía más por mi reacción. —Eres un idiota —negué un par de veces con la cabeza y puse una cara de: “no hay más remedio, eres un caso perdido”. Él se rió y supe que había sido otra broma de su parte. Auch, eso dolió.
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