Camila salió de la habitación de su amiga, a quien había ido visitar para asegurarse de que estuviera recuperada de su ficticio dolor de cabeza, y se dispuso a ir a descansar. Un fuerte sonido, en la planta baja del hogar, le llamó la atención. En sintonía con su naturaleza curiosa, bajó las escaleras hasta el salón de té, de donde salía una suave iluminación producto de las velas encendidas dentro del mismo. A paso lento se acercó y, cuando volvió a oír un fuerte golpe, ingresó sin pensarlo.
El cuerpo de Juan estaba sentado sobre la mullida alfombra, con su brazo apoyado en el enorme sillón de la sala. En una de sus manos sujetaba una botella, casi vacía, de algún líquido ambarino que ella no supo reconocer.
Despacio Camila caminó hacia el hombre que balbuceaba frases inentendibles y aún no se había percatado de su presencia. Ella se arrodilló a su lado, sujetando con delicadeza su fuerte mandíbula para elevarla y obligarlo a observarla.
Juan tenía el rostro bañado en lágrimas y su expresión solo dejaba ver el dolor que escondía en su alma. A Camila se le estrujó el corazón al verlo tan frágil, tan dolido, por lo que rápidamente lo envolvió en sus brazos, apretándolo con fuerza mientras le susurraba palabras que lo tranquilizaran.
Él, por su lado, se aferró a la cintura de la muchacha y dejó salir un llanto lastimero, hundiendo su rostro en el cuello de la jovencita, dejando que sus suaves palabras susurradas en su oído, lo calmaran lentamente.
—Ya. Todo está bien— murmuraba con voz suave Camila mientras le acariciaba su oscuro cabello, deleitándose nuevamente por su suavidad.
La mujer notó cómo la respiración de él comenzó a ser más pesada y pausada, sabiendo, de esa forma, que había caído dormido entre sus brazos, como si fuera un niño pequeño.
Es que nadie en el mundo podía saber el enorme peso que Juan cargaba en su espíritu. Se sentía completamente responsable por el desenlace que tuvo la vida de Franchesca y cada día luchaba contra la culpa. Sentía que no merecía dar un paso adelante cuando él le había arrebatado la vida a alguien, no era merecedor de nada, pero allí estaba, anhelando que Camila lo acepte y cure, con sus extrañas formas, su espíritu lastimado. No controló cuánto llevaba bebiendo, ni mucho menos que ya ni siquiera se estaba sirviendo en vasos aquel líquido, sino que lo bebía directamente de la botella que ahora, casi vacía, Camila había apoyado en la pequeña mesita donde un par de velas iluminaban el lugar.
Despertó confundido y con un fuerte dolor de cabeza. Aún era de noche, pero podía sentir las capas de tela debajo de su cabeza. Despacio se levantó y tardó unos instantes en asimilar la bonita imagen de Camila durmiendo con la cabeza apoyada en el asiento del sillón. La muchacha lo había acomodado sobre su regazo, logrando cobijarlo con la manta que siempre descansaba sobre el amplio mueble que ahora usaba como almohada, cayendo profundamente dormida después de vaya a saber cuánto tiempo de estar custodiando su beodo sueño.
Juan elevó su mano y acarició con suavidad la mejilla de la castaña, ella se removió un poco hasta que finalmente abrió sus bonitos ojos. Juan Pedro sonrió al ver la cara, un tanto desconcertada, de la jovencita, realmente ella no era consciente de lo endemoniadamente adorable que resultaba ser.
—Creo que es hora de ir a dormir a un lugar más cómodo— le susurró. Camila levantó una ceja a modo de desafío.
—Señor, no creo que…
Juan rió con fuerza, aunque le dolía cada maldita parte de su cuerpo la risa igual lo sacudió.
—La llevaré a su habitación y yo me retiraré a la mía— explicó mirándola con esos ojos brillantes de diversión.
—Bien, siempre supuse eso — respondió Camila desviando la mirada al costado y agradeciendo la oscuridad que ocultaba sus mejillas encendidas de vergüenza.
Se levantaron con lentitud y caminaron hasta la puerta del cuarto destinado a la invitada.
—En su puerta — indicó el hombre una vez que estuvieron delante de la misma.
—Espero que pueda descansar — susurró ella aún sin poder mirarlo directo —. Y lo que sea que lo perturbe, se solucione pronto. No le deseo tal tormento para cada día, asique — se interrumpió antes de mirarlo —. Necesito que se agache un poco — pidió como niña pequeña, con sus manos tras la espalda.
Juan, intrigado por aquel pedido, agachó su cuerpo, quedando a la altura de la muchacha, expectante de los pasos que ella pensaba seguir.
—Es un buen hombre, muchas veces no lo comprendo ni nos podemos comunicar como adultos, pero no por eso creo que merezca sufrir de tal forma — dijo ella mirando el perfil de Juan que simplemente la observaba de reojo, quieto en su lugar con el cuerpo inclinado hacia adelante y las manos unidas en su espalda —. Que tenga buenas noches— susurró y le dejó un tierno besito en la mejilla.
Antes de que se pudiera separar Juan la tomó rápidamente por la cintura y la atrajo hacia él, hacía su alto cuerpo que olía a madera y amor.
—Si no fuera porque debo oler fuertemente a alcohol, ya habría perdido la voluntad que me mantiene separado de sus labios, pero ya no sé cuánto más podré aguantar si me tienta con tales gestos tan adorables — le susurró al oído, llevándola a estremecerse con cada palabra que le llegaba cargada de deseo —. Buenas noches, señorita — finalizó y le dejó un beso en la comisura de la boca, rozando suavemente la mitad de labios de la castaña con los suyos, aguantando las ganas de besarla por completo y hundir su lengua dentro de su cálida cavidad.
Camila se quedó congelada, absorbiendo aquel gesto que le apretó el estómago de una forma deliciosa. Involuntariamente había cerrado los ojos, como intentando recordar con sus otros sentidos aquel exquisito momento de intimidad. Sintió frío cuando Juan se alejó de ella, pero supuso que era mejor así, ella no podía aún comprender qué le sucedía con aquel hombre que la estremecía con cada caricia, pero al mismo tiempo la enfurecía con cada palabra. ¿Es que acaso se estaba volviendo loca? No, debía ser su falta de conocimiento y experiencia en el área del romance, por eso todo le causaba sentimientos que no sabía cómo interpretar. Además Juan era un hombre de mundo, que sabía cómo provocar tales sentimientos en una mujer, es obvio que esto no era amor, solo era, solo era… Mejor no pensar en aquello, se convenció antes de dormir. Mejor dejar que las cosas se desarrollaran como debía ser y listo.
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Otra vez Tomás se había escabullido entre los árboles del enorme patio de la familia Rodríguez y aguardaba a su preciosa Mercedes que pronto arribaría aprovechando que Juan no estaba en casa y eso les otorgaba unos momentos de privacidad. La vio venir tan bella como siempre y, como cada vez que la veía, se quedó sin aliento por lo abrumadoramente feliz que se sentía por saberse correspondido por tan delicada mujer.
—Amor — le dijo en cuanto estuvo a unos pasos de él, atrayéndola a sus brazos y uniendo sus labios con los de ellas, tan delicados y finos como toda la muchacha en cuestión.
—Hola— susurró ella tímidamente. Aún no se acostumbraba a las muestras de cariño que Tomás le regalaba.
—Estás preciosa — le dijo aportándole apenas para poder apreciar mejor el bonito vestido color rosa que ella vestía con elegancia.
—Vos también— devolvió depositando un suave beso en los labios del muchacho.
Siempre que se encontraban en el patio de aquel enorme hogar, lo hacían debajo de dos sauces que dejaban caer sus largas ramas hasta casi tocar el piso. Dichos árboles se encontraban en una esquina alejada y olvidada de la casa, por lo que estaban seguros que nadie miraría. Tan apartado era dicho espacio que jamás imaginaron que el mismísimo Juan lo usaba para ir a pensar un poco y fumar aquellos extraños cigarrillos que él mismo armaba. Por eso jamás pensaron que el hombre estaba oculto tras el enorme tronco del árbol, aguardando hasta que fuese el momento indicado para salir de su escondite.
Resulta que Juan se había enterado, por uno de sus empleados, que la niña Mercedes se veía a escondidas con cierto jovencito que ya conocían. Por lo tanto, esa tarde, decidió montar toda aquella farsa de su salida, con el fin de encontrarlos a ambos en el patio de la casa, burlándose de él en su propia cara.
—Creo que no es de una buena dama verse a escondidas con los caballeros, y ni hablar del caballero en cuestión, que deja que aquello suceda — dijo Juan, saliendo de su escondite y utilizando un tono demasiado grave, demasiado severo.
A Mercedes se le paralizó el corazón, mientras que Tomás la ocultaba detrás de su espalda, observando fijamente a Juan que se notaba estudiadamente enfadado. Si Rodríguez intentaba usar la fuerza contra su prima, Tomás no dudaría un segundo en aplicar sus habilidades en la lucha, forjadas después de años de trabajo en el campo y a fuerza de lecciones con Mario, Javier y Vicente.
—Juan, yo… — balbuceó la muchachita. No le temía a su primo, solo que odiaba ver su rostro decepcionado.
—Nada. Vos nada — interrumpió el mayor —. Y vos— dijo señalando a Tomás—, acompañame a mi estudio — ordenó con ese poder aplastante.
—Tranquila. Yo lo arreglo— le susurró el muchacho a la bella jovencita antes de dejarle un besito de ánimo en lo alto de su cabeza.
Mercedes vio cómo ambos hombres caminaban a paso firme hacia la casa y no dudó un segundo en abrir el portón y salir corriendo en busca de la única persona que conocía toda la historia y podía interceder por ella. Tal vez Juan no escuchara a su prima, pero con Camila no tendría más opciones.
La casa de los Olazaval estaba en silencio, después de todo era la hora de la siesta y la mayoría de sus habitantes descansaban. Los fuertes golpes en la puerta principal alertó a sus habitantes que bajaron rápidamente para encontrar a cierta niña, con los cabellos alborotados y las mejillas sonrojadas, pidiendo a Camila que por favor la acompañara a su casa por un tema de suma importancia. La castaña aceptó el pedido y, juntas, se montaron en el carruaje para llegar más a prisa. En el camino Mercedes la puso al tanto de la situación y la señorita Olazabal ya comenzó a imaginar los miles de escenarios que se podían estar desarrollando en aquel estudio.
En cuanto los hombres pusieron un pie dentro del lugar Juan se giró sobre sus talones para clavar sus oscuros ojos sobre el más joven. Todo su cuerpo estaba en tensión, pero Tomás no se quedaba atrás, con la mirada desafiante y en posición de defensa por cualquier posible enfrentamiento físico.
—Ni siquiera voy a preguntar qué mierda fue lo que vi porque es claro lo que sucede — dijo Juan caminando hacia un sillón para sentarse allí—. Solamente quiero saber por qué decidiste tomarme por estúpido y venir a mi casa, a encontrarte a escondidas con mi prima, quien está bajo mi tutela — indagó con un tono bajo y esos ojos oscuros presagiando un infierno.
—No quise faltarte el respeto, sabés que no lo haría nunca — defendió Tomás su postura —. Sé que está mal mi accionar, pero no dejaré que me separes de ella — declaró.
—¿Y por qué permitiría tal cosa? — preguntó apretando la mandíbula.
—Porque yo la amo, y ella a mí— La risa cargada de burla de Juan lo hizo enfurecer —. No estoy mintiendo. Vos bien sabés cómo soy, quién soy. Jamás te mentí y a ella tampoco.
—¿Me estás diciendo que la vas a desposar? — preguntó clavando fríamente sus ojos en él. Tomás tragó pesado —. ¿Ves?, nunca pensaste hasta dónde te estabas comprometiendo. Te explico — dijo poniéndose de pie para ir hasta el bar y servir un poco de oporto en una pequeña copa de vino —. En la alta sociedad si una dama se entrevista a solas con un caballero es porque se casarán. Si el caballero en cuestión decide retirarse, entonces es el honor de la muchacha es el que queda en duda — continuó para beber de un trago aquel dulce vino —. Y yo, jamás, voy a dejar que nadie ponga en duda el honor de Mercedes— declaró con una voz demasiado dura y los ojos fríos y calculadores.
—No hemos hecho nada de lo que pensás— Trató de defenderse.
—No me importa qué es lo que han hecho. Me importa lo que los demás crean de ella — sentenció.
—No voy a dejar que nadie ponga en duda su honor — rebatió Tomás tensando sus músculos.
—No. No te corresponde eso. Yo me encargo. Si vos no querés seguir comprometiéndola ya sabés cuáles son las opciones.
En cuanto Tomás estuvo por contestar la puerta del estudio se abrió, dejando ver a dos jovencitas agitadas que ingresaban a paso rápido.
—¿Camila? — preguntaron los dos hombres.
—Buenas tardes a ambos. Vengo a mediar esta situación y en defensa de Mercedes.
—Que divertido — dijo Juan —, no pensé que fueras abogada — agregó antes de volver a servirse un poco más de vino.
—Usted mejor deje de beber — sentenció Camila quitándole la copa de las manos —. Y vos, Tomás, sentate ahí— ordenó al muchacho que automáticamente obedeció.
—¿Estabas al tanto de todo?— preguntó Juan contemplando a Camila de frente.
—Juan, por favor — respondió ella con ese tonito de que era obvia su participación.
—¿Acaso fue divertido hacerme quedar como un imbécil? — cuestionó sintiendo algo de rabia en su interior.
—Vamos, ambos sabemos que eso lo haces bastante bien solo — declaró rodando los ojos —, pero — dijo rápido antes de que él pudiera responder — no es eso lo que está en discusión. ¿Por qué no dejas que ellos tengan su romance en paz?— preguntó poniéndose sus brazos en jarra, como si eso la ofendiera mortalmente.
Juan necesitó parpadear un par de veces para comprender la ridícula situación en la que estaba. Camila, quien apareció de la nada, lo estaba regañando por algo que él consideraba correcto. Algo en la mente de esa mujer no funcionaba del mismo modo que en la suya.
—Porque se encuentran a escondidas dejando en duda el honor de Mercedes — respondió él abriendo los brazos y ojos bien amplio.
—Ah, claro — respondió fastidiada—. Si nos vemos a solas la que queda en duda es la mujer. Ustedes pueden ir a esas casas de placeres sin que nadie les diga nada, ¿pero nosotras? Nosotras ni siquiera podemos dar un paseo sin compañía porque ya estamos poniendo en duda nuestra reputación. ¡Estamos a plena luz del día, Dios Santo! Y ni así se puede salvar la imagen.
Juan no pudo evitar reír. Camila un día lo iba a hacer perder la cordura con sus monólogos.
Tomás dirigió su mirada a Mercedes y después regresó al par que discutía como si ellos no estuvieran allí.
—No soy yo quién decide eso — justificó Juan.
—No, pero lo fomentás. No te molesta cuando estoy a solas con vos, pero que tu prima lo haga es un pecado mortal. No sé a ustedes, pero eso suena a hipocresía— sentenció mirando a la pareja en el sillón.
—Camila — advirtió él con la mandíbula apretada.
—Camila, nada. Bien sabés que es verdad — lo regañó mientras apuntaba con su dedo hacia él.
—¿Puedo decir algo? — preguntó Tomás un tanto tímido. Juan asintió con la cabeza —. En serio que estoy realmente enamorado de Mercedes. No puedo asegurar que nos cansaremos en un mes, pero sí que no me imagino un futuro sin ella. ¿Eso cuenta de algo?
—Sí, sí cuenta— aseguró Camila antes de que Juan pudiera responder.
—Creo que yo debo responder— murmuró divertido Juan —. Bien. Pueden continuar con su relación, pero bajo la supervisión de alguien, y no, no puede ser Camila — aclaró.
—Gracias — respondió Mercedes saltando del sillón para abrazar a su primo quien le devolvió el gesto con calidez.
—Fue una buena estrategia la tuya — le susurró a su primita que rió suavecito entre sus brazos.
—En algún momento deberás hacer algo con esto — respondió ella bien bajito antes de apretarlo un poquito más y, por fin, liberarlo del abrazo.