PROLOGO
Si me hubieran dicho que encontraría el amor tras abrir la puerta de segundo de bachillerato, no lo hubiera creído. Yo, el que siempre fue correcto y cumplía cada norma, el que odiaba las mentiras y los secretos; el mismo que no daba un paso sin antes haberlo calculado todo, ese, cayó ante los encantos de una alumna que con solo mirarme despertó cada célula de mi cuerpo.
Todo empezó con un chisme en los pasillos. Al principio, me negaba a aceptar lo que estaba sucediendo. Éramos profesor y alumna, una relación prohibida que jamás debería haber ocurrido.
Poco a poco, fui dejando de lado mis miedos y mis inhibiciones. Empecé a buscar excusas para pasar más tiempo con ella, para entablar conversaciones que iban más allá de la materia que impartía. Y ella respondía de manera cálida y receptiva, alimentando esa conexión que crecía entre nosotros.
Recuerdo la primera vez que nos besamos. Supe entonces que no podía seguir negando lo que sentía, que había caído irremediablemente enamorado de mi alumna.
A partir de ese momento, nuestra relación se convirtió en una constante lucha entre la razón y el corazón. Sabíamos que lo que hacíamos estaba mal, que podríamos perderlo todo si alguien se enteraba. Pero cada vez que estábamos juntos, nada más importaba. Nos refugiábamos en esos momentos de intimidad y complicidad, ajenos al mundo que nos rodeaba.
Sin embargo, la culpa y el miedo nunca nos abandonaron del todo. Vivíamos con la constante preocupación de que alguien pudiera descubrirnos, de que nuestras carreras y reputaciones se vieran arruinadas. Y a pesar de ello, no podíamos renunciar al amor que habíamos encontrado.
Mi vida se vino abajo cuando la perdí. Cuando su padre decidió alejarla de mi lado, cuando ella creyó inocentemente que la había traicionado con mi ex. Eran cosas que no sucedieron, ella ni siquiera me dejó explicarle. Pero como si nuestras vidas estuvieran destinadas, nos volvimos a encontrar años después.