Capítulo 3 - Dolor

1457 Words
Kayler me tomó del brazo y casi me arrastró lejos de los demás, en dirección a la entrada de la universidad. Yo estaba ida, tenía ganas de llorar, había matado a una persona. Lo había hecho. Me siento tan culpable y tan mal que no creo que mi vida sea normal y tranquila a partir de ahora. Nos detuvimos. —¿Me puedes explicar eso? —me preguntó algo bajo. Se cruzó de brazos expectante. —Kayler, no sé qué pasó. —dije sin mirarlo. Mi cabello estaba suelto, mi chaqueta negra me abrigaba de la llovizna fría que a veces nos golpeaba. Se acercó a mí, tomándome el mentón, obligándome a mirarlo. Creo que mis ojos estaban rojos.  —Tenemos que resolver esto. No pudiste haber sido tú. Yo estuve contigo anoche. —murmuró—. Pero luego me quedé dormido... —Es obvio, Kayler, no te lo quería decir porque pensé que no era importante —me safé de su agarre. Él se sorprendió—. Desde que llegué aquí había tenido hambre, pero no hambre como la gente normal, tenía ganas de asesinar a un chico. A ese chico. —bajé la voz—. Y al final lo hice. Soy una asesina. Cogió mi cabeza y la puso en su pecho, sobándome el cabello. —No digas eso —susurró—. Vamos a resolverlo. Lo prometo. Quería creer en sus palabras, quería hacerlo en verdad, pero nada cambiará, él no va a revivir al chico. No lo hará. Me solté, mirándolo. —Eso no va a devolverle la vida —empecé a caminar lejos de él, pero escuché que me llamó, así que me giré a él—. Tengo que estar sola un momento. Empecé a caminar lejos de la universidad, con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta. Las calles de esta ciudad eran muy pobladas, yo quería estar sola, quería paz. Si estuviera en casa todo estaría igual. Todo empezó cuando decidimos venir aquí. Si tan solo nos hubiéramos quedado cerca. Las nubes grises empezaron a cubrir el sol, alguno que otro trueno se hacía presente, y en un segundo la lluvia empezó a caer. Saqué mis manos de los bolsillos dejándolas libres. El cielo también está llorando la pérdida ese chico. Me siento un asco. Caminé, caminé y seguí caminado sin rumbo. Con mi cabello empapado, la lluvia no queriendo parar, llegué a una parada de autobuses. Agradecí que no había nadie, me senté allí, a esperar. Pasaron horas, minutos, segundos, escuchando mi celular sonar una y otra, y otra vez. Hasta que al final un autobús se detuvo frente a mi. Subí. Las personas me miraron raro por cómo iba pero las ignoré. No me senté, me fui de pie. Media hora después el autobús me había dejado frente a mi residencia, la lluvia no había parado y no tenía intenciones de hacerlo. Pude notar que el auto de Kayler estaba en el estacionamiento. Entré al living, me dirigí al ascensor, y me subí. Pero antes de que las puertas se cerraran, la chica rubia de ayer cuya le coqueteó a Kayler, subió. Me miró con el entrecejo frunció pero no me dijo nada. Solo apretó los botones para nuestro piso. —Si que se está cayendo el cielo allá afuera... —murmuró. No contesté. —Y ¿como está tu novio? —me preguntó. La miré de inmediato. —Digo, hace rato lo vi súper enojado y algo preocupado. —Que te importa. —espeté. —Qué genio. —murmuró a lo bajo más para ella misma pero logré escucharla. —No sé porqué ese chico tan guapo está con alguien así. —dijo en voz súper baja, pero como ahora que soy loba se agudizaron mis oídos la pude escuchar perfectamente. —¿Qué dijiste, zorra? —la encaré. Creo que mi humor en estos días era un tanto exagerado, no lo lograba controlarme. —Oye, ¿qué te pasa? No he dicho nada. —retrocedió. Di dos pasos hacia ella, empujándola con mis manos, haciendo que chocara con el aluminio detrás de ella. Y creo que estoy desquitando mi furia con ella. —No te quiero cerca de él, ¿entiendes? —le advertí, usando mi dedo índice como amenaza. En eso las puertas del elevador se abrieron. —Carolina. Nos giramos a Kayler, quién tenía su teléfono celular en la mano. —Oye, controla a la loca de tu novia. —dijo la tipa esa queriendo salir del elevador, usando a Kayler como escudo. —¿Como dices? —espeté, cogiendola del cabello, hasta el punto de volverla a meter en el elevador, haciendo chocar su espalda otra vez en el aluminio. —Conmigo no te metas, perra. —Carolina, basta. —Kayler detuvo mi brazo, quién estaba a punto de estampar mi puño a su rostro. Control. La chica esa se miraba súper asustada. —Tú, vete. —le dijo a esa. En el momento en que él dijo eso ella salió corriendo por el pasillo. —Tú y yo vamos a hablar. —me cogió del brazo, encaminándome por el pasillo hacia la residencia. —¡Suéltame! Puedo sola. —me zafé. Al llegar a la puerta abrí. Dejé mi bolso en el sillón y me crucé de brazos. Pude notar que Kayler se debatía en qué decirme, caminó hacia la ventana frente a mí y se apoyó en ella de brazos cruzados, observándome. Súper serio. —Te llamé muchas veces. —No lo escuché. —Dije que pasaríamos por esto juntos. —repitió—. Por una vez en tu vida ¿puedes hacer caso a lo que digo? Resoplé. —Tú mejor que nadie sabe que no soy de las que obedecen órdenes. —escupí. —No tienes la culpa de nada —enfatizó—. Ni siquiera lo recuerdas, un lobo recuerda a sus victimas. Lo miré. —¿Y entonces qué pasa conmigo? Porque no recuerdo haberme levantado, no recuerdo haber ido al bosque, no recuerdo que ese chico estaba ahí, tampoco recuerdo cuando me transformé, y mucho menos cómo llegué a casa. —me quité la chaqueta—. Solo sé que hoy había amanecido con el estómago lleno, como si hubiera comido algo anoche. Y mira, resulta que había cenado a un chico. Se acercó. —Pasaremos por esto juntos, ¿vale? Lo superarás. —Lo dudo mucho. Me senté en el sillón. Él se sentó a la par mía. —Su nombre era Dereck, tenía 19 años y estaba en primer año. También estudiaría hotelería como tú. —me dijo. Estudiaría lo mismo, no sé si hubiéramos sido compañeros de mesa o amigos, no sé si era buen chico o si tenía novia. No sé nada. Su familia. Oh, Dios, me quiero morir. —Me pasó algo similar con Scott —confesó—. Era mi mejor amigo y yo mismo lo maté. Era verdad, Kayler había matado por accidente a Scott, y yo no sé si maté a ese chico estando sonámbula o qué. En fin, hoy he sido muy injusta con él, cuando solo quiere apoyarme. Tomé su mano, haciendo que me mirara. —Lo siento. —susurré. No soy de pedir disculpas pero por él lo que sea. Además, merece que le pida perdón. Me sonrió, una sonrisa tranquilizadora. Y en un segundo me undió en un abrazo cálido.  *** Estaba en el bosque, la oscuridad me cegaba, sentía que iba descalza. —¿Hola? —caminaba sin rumbo. Las ramas se clavaban en mis pies haciéndome daño. —. ¿Está alguien ahí? Un ruido proveniente de un arbusto me puso en alerta, luego un chico salió. Me llené de miedo al ver de quién se trataba, era el chico que había asesinado. Dereck. Estaba igual a como lo había dejado. Su cuerpo destrozado, me miraba a mi, fijamente. Estiró su mano y me señaló, para después correr hacia mí, queriéndome atrapar. Grité. Abrí los ojos, jadeante, y me senté en la cama. Había tenido una pesadilla. Me llevé la mano al pecho súper asustada. —¿Estas bien? —una voz proveniente de la silla del fondo me asustó. Era Kayler, pero ¿qué hace ahí? —¿Porqué estás ahí? —Te veo dormir. Quizás sea eso, o quizás me está vigilando para ver si salgo hoy también a asesinar personas. En parte lo agradezco. —¿No puedes observarme dormir aquí conmigo? Necesito un abrazo, ¿sabes? Se levantó, subiéndose a la cama, me volví a acostar de lado, Kayler me abrazó por atrás, dándome un beso en mi mejilla. —Tienes razón, lo siento. —susurró. Después de eso, me quedé dormida.  ***  A la mañana siguiente tenía clases en la mañana, al igual que Kayler, los dos caminábamos agarrados de la mano hacia la universidad. Todavía estaba algo mal por lo de ayer, pero supongo que tengo que aprender a vivir con eso. Antes de atravesar las puertas de la universidad, una señora, un señor y la directora salieron primero. Los dos señores iban llorando, así que me detuve un poco para escuchar. —Mi hijo tenía tanto por vivir. —sollozó la mujer. La piel se me erizó. —. ¿Quién le pudo hacer esto? —Lo único que sabemos es que fue un animal —explicó la directora—. También que estaba con una chica, pero no había ni rastros de ella. —Era un buen muchacho, quiero que ese animal pague por lo que hizo. —exclamó el señor. —Su novia nos alcanzará más tarde, está devastada. Iban a casarse en octubre. —añadió la señora. —Lo siento mucho —se lamentó la directora. —Carolina, no te tortures más, vamos, llegarás tarde a clases. —susurró Kayler. Y entonces pasó. Los ojos de la señora se encontraron con los míos, estaban rojos y llenos de dolor. Yo había provocado ese dolor. Y me odiaba por ello.
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