Los vidrios rotos se esparcieron por todo el suelo. Los gritos de la gente no se hicieron esperar. Ulises la tenía abrazada y, cuando el primer impacto pasó, él soltó un poco su amarre. Ella estaba conmocionada, temblaba en sus brazos. ―Tranquila, tranquila. ¿Está herida? ―Creo que no. ―Perfecto, ¿puede caminar? ―Ella se puso en pie y se dio cuenta de que él tenía sangre en la cara por un corte en la cabeza. ―Oh, por Dios, está sangrando. ―No se preocupe, no es nada. Vamos. ¿Está bien? ¿Segura? ―Sí, sí, los Russo, Xiomara… ―Creo que la explosión fue en esa parte del barco ―informó con pesar el hombre. ―¿Qué pasó? ―No lo sé, debo ir a ver, ¿quiere quedarse aquí? ―¿Sola? No, gracias. ―Vamos. La tomó de la mano y salieron hasta donde se encontraban los demás. El esce