EL PINO Y EL MANZANO

1343 Words
Al terminar de comer, o más bien, de obligarme a comer esa desagradable pasta de un color verdoso y que también olía raro, los niños teníamos tiempo libre para hacer lo que quisieramos, siguiendo las reglas de la casa, obviamente: No salir de la casa. No hablar con nadie fuera de la casa. No gritar ni alzar la voz ni hacer ningún ruido que perturbe el silencio de la casa. Lila y Kami, además de las otras niñas de las que aún no conocía el nombre, me llevaron al patio de la casona, uno de los lugares de paz para los niños tristes que ahí vivían.  Ante nosotras se abrió paso un pequeño patio rodeado de un gran bosque que lo completaba, pequeñas flores de lindos colores adornaban un área cercano a la casa, del otro lado se veía una larga mesa de madera que se veía había sido hecha caseramente a pesar de estar cubierta con un viejo mantel blanco, está hacia juego con muchas sillas que no combinaban entre sí pero que le daban un aire único y especial, un lindo ramo de margaritas adornaban la mesa donde 2 niñas corrieron a sentarse a dibujar pacíficamente. A cierta distancia de esto unos niños sentados en el pasto juegan con unos carritos de madera que seguramente no deben de ser vistos por la "señora de la casa" como se veían obligados a llamar a la sra. Dinamite.  Las tres niñas caminamos hasta sentarnos debajo de un lindo manzano que nos ofrecía sombra y nos dispusimos a conversar, hablar de nuestras vidas pasadas y de lo feliz que fueron ellas, aunque yo solo escuchaba alegremente a mis amigas, sentía cierta tristeza pues no tenía anécdotas felices que contar de mi vida a excepción de los cortos momentos que tuve con su tía-abuela, momentos que preferí guardarme para mi misma. -¿Ves a ese niño? Es Julius. Me gusta- le confesó su amiga pero ella no vio al chico, sino a la forma extraña a sus espaldas, era alto, un adulto, ¿Qué hacía ahí?- Llegó antes que tú - me contaba Kami mientras señalaba discretamente entre las hojas de un pino, un niño que no parecía estar jugando sino más bien absorto en sus pensamientos. No parecía mayor que nosotras, su cabello era cobrizo y desde esa distancia no podía distinguir el color de sus ojos pero había algo en ese niño que le llamaba la atención y no era él realmente, sino aquel hombre al que su amiga parecía no ver… Vestía de n***o y miraba al niño con tanto cariño pero en un profundo silencio, quería ayudarlo y no sabia como, curioso sentimiento ya que seguramente estaba en la misma situación que él, seguí escuchando sobre él sin dejar de observar a aquel hombre que, a contra luz del sol, no podía detallar con exactitud- Dicen que su padre mató a su mamá y a su hermana mayor y luego se suicidó delante de el, pero la verdad es que no se sabe realmente la verdad. No sabía qué responder ya que me parecía increíble tanta maldad en un padre pero, ¿quién mejor para conocer la maldad en el mundo? La verdad no me sorprendía tanto, más bien me preocupaba otra cosa y era que… ¿Era la única que veía aquella figura? También ¿qué se diría de mí?¿sabrían ya todos el motivo por el que estaba ahí?¿o solo tenían teorías, como en el caso de Julius? Pensé en cambiar el tema e hice una pregunta que tenia preparada desde que conoció las instalaciones de la casa: -¿Qué hay en el cuarto piso? Lila miró incómoda a Kami y ésta bajó la cara, tal vez para esconder las lágrimas salvajes que se escaparon de sus ojos. Al recobrar un poco la compostura después de un momento respondió: -Ahí están los cuartos del castigo. Cuando haces algo indebido o hacer enojar a la señora o a algún profesor te llevan a esa área y te encierran en uno de esos cuartos durante días, te dan las sobras una vez al día para que comas, un vaso de agua al día para que bebas, una vela para que ilumine porque no hay luz y, en las noches, lo único en lo que puedes pensar es en el frio que hay. Las ratas y cucarachas son tu única compañía mientras dure el castigo. Al terminar de hablar, aun con la cara baja, la niña de los ojos de cielo lluvioso alzó el rostro y me miró con una triste sonrisa, sin decir nada más.  -Kami ha estado ahí 3 veces ya.- Susurró Lila para las tres. -La primera fue la más horrible- recordaba Kami con tristeza, limpiándose bruscamente las lágrimas que aún ocupaban espacio en sus mejillas rosadas- Fue la primera semana en la que llegué a este infierno... La sra. Dinamite me encontró en la madrugada saliendo del baño pero, ¿qué iba a hacer? Tenía frío, necesitaba ir. Me encerró en ese mismo momento diciéndome que era una descarriada, que ella me había visto ahí con un niño, que el demonio vivía en mi. Subimos y mientras me llevaba a rastras por mi cabello me iba azotando con un cinturón de cuero. Recuerdo que salí al sexto día y los moretones duraron meses en sanar. Sentí pena por ella y no quise preguntar sobre las otras dos ocasiones. En cambio, hice algo que nunca había hecho antes. Me levanté y abracé a la chica. Mi dulzura y lo fuerte del abrazo hizo que ella reventara en risas, pero risas suaves ya que no se podía hacer ruido. Lila tardó dos segundos en unirse al abrazo y de un momento al otro las tres caímos a la grama juntas en un fuerte abrazo. Al separarnos entre risas y secando nuestras lágrimas que aún mojaban las mejillas, me despidió de ellas, diciéndoles que pronto volvía, que iba a explorar pero la verdad es que quería hablar con Julius. Quería conocerlo y conocer el color de sus ojos. Pero siendo honesta consigo misma, quería saber quién era el hombre que parecía no despegarse del niño ni por un instante. Caminé hasta el pino en el que lo vi hace un rato y aun estaba ahí, con su semblante triste y su cara baja, parecía perdido en sus pensamientos cuando me paré delante de él y tosí exageradamente para llamar su atención.  En su campo de visión solo veía las ramas y al hombre no lo podía ver, ¿Dónde se había metido? el chico, sorprendido de que alguien se hubiera atrevido a acercarse a él, siguió mirándome hasta llegar a mis ojos color miel que lo miraban con curiosidad.  . . . Se sorprendió. ¿Un ángel? Tal vez era verdad esa historia que su mamá le contaba antes de dormir sobre que todo el mundo tenía un ángel guardián que lo cuidaba de todo mal y que iba por la tierra distraído hasta que su protegido se sentía muy mal y el iba a rescatarlo de aquello que le estuviera haciendo daño, ¿sería esa niña de ojos miel y largo cabello n***o su angel? Y si lo era ¿por qué había tardado tanto en aparecer? -Hola, eres Julius ¿cierto? Soy Taína Laurosse, soy nueva y creo que seremos amigos. Esa suave voz hizo que al pequeño se le pintarán las mejillas de un rojo intenso. Esas dulces palabras le hacían más falta de la que él creía y se sintió muy bien escucharlas.  -Ho-hola, es un placer. Ven, siéntate. Los niños hablaron debajo del pino por horas y horas, hablaban de cosas felices. Pequeñas cosas. De todo en realidad, evitando los temas tristes. Y rieron, rieron mucho, olvidando por un rato sus tristes pasados. Taína olvidó a sus amigas en el manzano y Julius olvidó sus pensamientos terroríficos en las ramas del pino. Aún así ella se resistía para no preguntar por el hombre oscuro que había desaparecido sin más.
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