Desperté asustada y agitada por la oscuridad que me rodeaba, recordando luego de unos momentos los sucesos que me llevaron al lugar en el que me encontraba, mi garganta, seca como el desierto, anhelaba una gota de agua, mi estómago gruñía recordando que no había comido en un tiempo, me vi obligada a hacer mis necesidades en un rincón alejado de la habitación y, terminé justo junto a la puerta aunque sin ganas de seguir gritando pidiendo auxilio, ya me sentía rendida, exhausta, física y mentalmente inútil.
Y justo en ese momento la puerta se abrió.
La luz me cegó por un momento, la puerta se abrió con fuerza emitiendo un sonido que aceleró mi corazón, mientras esto ocurría, la misma voz que había blasfemado mi nombre, me dijo que me levantara y saliera de su vista antes de que se arrepintiera. Me sentía tan débil y sin ganas de pelear, usé la poca energía que me quedaba para salir de ahí y llegar al piso de abajo, con paso lento y emitiendo un mal olor que no sabía si era detectado por otros o era sólo para ella, entró a la habitación de niñas, y acostarme en la cama, ahí cerré los ojos y mi cuerpo se derrumbó en un sueño profundo del cual no quería salir jamás.
Estuve en esa celda, presa y absorta del mundo por casi un día, al salir eran las 6 de la tarde del domingo y al despertar de mi sueño debido a mi estado era ya lunes y era hora de prepararme para las clases.
Me autorizaron para desayunar en cantidad ese día ya que no había recibido alimento en más de 24 horas. No sabía si llorar o agradecer cuando la taza de arroz con leche caliente con canela casi derramando apareció frente a ella, comió como desesperada sin mirar los ojos de lástima que la observaba la cocinera. .
Al terminar de comer subí a la habitación con la cabeza baja, aún no había hablado con ninguna de mis amigas ni con Julius, pero sabía que los que habían pasado por lo mismo podrían entender el estado en el que estaba atrapada. Pero esta chica es muy fuerte y ha superado cosas peores que está, me decía mentalmente. Alentandome, porque como siempre, estaba sola y si no lo hacía yo, no lo haría nadie.
Las niñas estaban corriendo de un lado a otro colocándose medias, buscando zapatos, acomodándose las faldas y planchando las camisas, algunas peinándose pero todas haciendo algo. Caminé hasta el agujero donde se encontraba Matilde, la saqué dejando de lado las pertenencias de las otras niñas y la abrace con todas sus fuerzas, no me importaba si llegaba alguien y veía, necesitaba abrazarla para ver la luz al final del túnel. Sólo acaricié su cabello viejo de lana y le susurré en el oído todo lo que había pasado en las últimas horas con lágrimas en los ojos, juro que vi algo de tristeza en los ojos de plástico de mi pequeña amiga pero hasta yo sabía que era imposible.
Luego de un gran suspiro y de guardar a mi muñeca en su escondite me digné a vestirme, ya me había duchado y peinado el largo cabello antes de bajar a comer. Me coloqué la falda azul oscuro, la camisa blanca, las medias blancas y los zapatos negros, el cabello lo dejé suelto más por el hecho de que no sabía peinarme muy bien que por coqueta, hice un triste gesto y caminé siguiendo la fila de niñas saliendo de la habitación luego de escuchar una campana que proclamaba el comenzar de las clases.
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Su maestra era una mujer joven, tal vez unos 25 años, de cabello rojizo y ojos chocolate, era buena, no gritaba ni decía groserías. Por suerte, siendo una de las menores del grupo, no hubo que asignarle un profesor particular para el desnivel con los otros, ya que era tan inteligente como para estar cerca del grado donde se encontraban otros mayores que ella. Julius estaba en su clase, sentado en una esquina sola, sonriendo genuinamente cuando vio que a la niña no le había pasado mucho en aquel cuarto, al menos no físicamente.
-Muy bien clase, parece que hoy tenemos una alumna nueva... ¿Te presentas? -Se dirigió la maestra a ella luego de dar los buenos días
-Mi nombre es Taína y no es un placer estar acá.- Su mirada perdida provocaba que los ojos de aquel que la mirara se humedecieron pensando en el dolor que debía de vivir dentro de ella.
La maestra, incomoda, carraspeó y siguió con la clase, dejando de lado la actitud de la niña. Parece que Taína juzgó demasiado rápido a esa mujer de buena ya que una persona que no hace nada al ver así a una niña no debe de ser buena realmente.
Y así transcurrió el día de clases, Julius, con cada minuto que pasaba deseaba acercarse más y más a su amiga, quería que se desahogara con él, escuchar su risa, o simplemente ver una mueca mejor que la cara triste que tenía esa niña- ángel pero parecía imposible acercarse a ella, como si un escudo la cubriera y no permitiera que se acercara nadie. Porque él no lo entendía, pero Taína estaba molesta, no por él en específico sino por aquel espectro que ya creía un fruto de su imaginación que siempre estaba alrededor de Julius y que parecía mirarla con lástima. Lo que más odiaba.
Al paso del día empezó a llover, Taína, amando los días lluviosos, corrió hasta el manzano en plena lluvia, estando el lugar solo empezó a llorar, y sin lugar a dudas, el cielo la acompañaba. Parecía que el cielo lloraba al verla así: por cada lágrima, cada gota. Queriendo cambiar la vida que le había tocado, queriendo desaparecer del mundo, sintiéndose cada segundo más y más sola, y lo estaba a decir verdad. Pero todo debía de cambiar.
Ella tenía que ser más fuerte que todas las adversidades que ha encontrado en su vida. No sería débil de nuevo. No podía.