Aisha tuvo que correr para seguir el ritmo de Nader, que no paró hasta que llegaron al hotel donde estarían hospedados en Montecarlo. —¡Más despacio, por favor señor Khalil, más despacio! —suplicó Aisha casi sin aire. Nader iba a toda velocidad como si estuviera huyendo de alguien. —Si sigue así terminaré cayéndome, señor Khalil. —¡A mí que soy tu protector me dices “señor”, pero con un hombre que conoces de unas horas ya lo estabas tratando con toda la confianza! —rugió Nader exasperado sin dejar de caminar y Aisha tropezó. Cansado, furioso y loco por encerrarla en una habitación Nader la subió a su hombro. Así, como un troglodita la cargó hasta la Suite Presidencial. —¡Está usted loco! —chilló Aisha golpeando su espalda. —Yo apenas hice lo que me pidió su primo. No le di ni una con