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~Tres meses después ~
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Entré a la recepción del hotel sacudiéndome los restos de nieve que habían quedado en mi abrigo. Temblé cuando una gota de agua helada se coló por el cuello de mi camisa, y pensé nuevamente en lo ridículo que era decidir casarse durante aquellas gélidas fechas, aquella sería sin duda la boda de un par de idiotas.
—Buen día, caballero. Necesito que se retire el gorro y las gafas, por favor —me indicó el guardia de seguridad, acabando con el único gramo de entereza que me quedaba ese día.
Con resignación tuve que quitármelos, esas dos prendas que se habían convertido en parte de mi cuerpo en el último mes, quitármelas era equivalente a quedarme sin ropa en plena vía pública, expuesto e indefenso. Tensé la mandíbula cuando el guardia, que no era más que un jovencito escuálido, frunció el ceño al ver mi rostro.
—¿Me indica hacia dónde se dirige? —preguntó recomponiéndose y aparentando indiferencia, la impresión había pasado y ahora solo le quedaba la vergüenza, todos solían reaccionar igual, y me había acostumbrado, pero eso no lo hacía más llevadero.
—Al jardín central, soy parte del cortejo de la ceremonia Lahm —mentí, no tenía ánimos de explicar que solo venía a buscar a mi novia, que sí era parte del cortejo; y rogué para que al impresionado chico le bastara con eso.
—Ah… Claro, señor. Los preparativos de la ceremonia se llevan a cabo, al fondo, en… —El muchacho no dejaba de balbucear y por encima de mi incomodidad empecé a sentir lástima por él.
—¿En el jardín central? —repetí lo que ya había dicho y le vi asentir mientras señalaba a su espalda— Gracias. —Incliné la cabeza como despedida y emprendí mi camino.
Fue una fortuna que no hubiese muchas personas en la recepción ese día, pero aun así tuve que ejercer una fuerza sobrehumana para no colocarme nuevamente las gafas de sol ante las miradas curiosas y, en algunos casos, descaradas de los huéspedes que me crucé en el camino.
En mis veintiséis años de vida jamás me había detenido a pensar en la imprudencia como un verdadero problema, eso nunca fue importante para mí; pero ese último mes me estaba dando una perspectiva totalmente nueva.
Era impresionante descubrir cuántas personas a nuestro alrededor pecaban de imprudentes al mirar con descaro las imperfecciones y defectos físicos de los demás; en el pasado nunca fui blanco de esas miradas, las personas, en especial las mujeres, me miraban con admiración; siempre fui un tipo atractivo y me regocijaba de ello, quizás demasiado y ahora pagaba mi karma siendo solo fuente de miedo e incomodidad para el resto… Nuevamente, en especial las mujeres.
Bajé la cabeza y apresuré el paso para salir de aquel condenado lugar de una vez, sintiéndome un poco enfadado con Cassie por obligarme a ir; no conforme con tener que asistir a la ceremonia, sabiendo que todos se sentirían incómodos con mi presencia; también quería que estuviera en el maldito ensayo, la amaba pero a veces parecía no ser consciente o no importarle mi condición.
Salí al jardín y la busqué con la mirada, encontrándola del otro lado del jardín en la pérgola del fondo, hablando con Martha, una de sus amigas. Me acerqué a paso seguro, pero fui disminuyendo la velocidad al notar que parecía estar llorando, y aprovechando que no se había fijado en mí, me oculté detrás de unos arbustos tratando de oír lo que pasaba.
—¿Pero no han pensado en cirugías? —preguntó Martha.
—¡Yo sí! Le he dado vueltas y vueltas en mi cabeza a ese asunto, he pensado incluso en pedirle dinero a papá, pero cada vez que le toco el tema de las cicatrices él… se cierra por completo, no quiere hablar al respecto. —Cassie hablaba con tono afligido.
—Supongo que es un tema duro para él.
—¡Lo sé! Y me siento tan terrible, Martha —sollozó—; pero no puedo evitar sentir escalofríos cada vez que le miro a la cara, es tan repugnante… No puedes saber cuántas pesadillas he tenido desde entonces. Ese accidente se ha llevado todo lo que amaba de Bastian, ya no sé cómo hacer para irme a la cama con él, por donde sea que lo toque hay una… —gimoteó— Sé que soy una persona terrible por pensar así, pero no puedo evitarlo.
Me quedé inmóvil, sus palabras y su llanto se mezclaban en mi cabeza amenazando con hacerla explotar. Vergüenza, decepción y una desolación absoluta se empezaron a apoderar de mí.
Vergüenza porque era la primera vez que alguien confirmaba en voz alta lo que yo ya sabía, aunque en el pasado había sido adorado por las mujeres… Ahora no era nada más que repugnante. Decepción porque después de cuatro años de relación hubiese pensado que merecía al menos que fuese sincera conmigo y me hablara de frente, pero por lo visto no era así. Y desolación porque comprendí finalmente que no había futuro entre nosotros, no después de escuchar eso, y temí que mi destino fuese estar solo… Que ninguna mujer pudiera amarme jamás.
—Yo te entiendo, Cassie —respondió Martha en consuelo—; pero creo que tienes que ser fuerte por un tiempo más, él necesita apoyo justo ahora.
—¡Bastian, hombre! ¿Qué haces ahí escondido? Ven a saludar. —Di un respingo al escuchar la voz de Matthías Lahm, el padre del novio—. Creímos que no ibas a venir.
—¿Bastian? —chilló asustada Cassie al verme, y vi en sus ojos el pánico de saber que le había estado escuchando.
—¿Cómo has estado, muchacho? Cassandra nos dijo que tenías una entrevista de trabajo, ¿cómo te ha ido?
—No muy bien, me temo… No soy lo que buscan en el concesionario. —Tensé la mandíbula, humillado de tener que admitir aquella derrota, por lo visto mi rostro tampoco me permitía vender nada a las personas.
—Pues entonces, eso no era para ti… Ya verás que más pronto de lo que te imaginas llega a tu puerta tu gran oportunidad —me aseguró el hombre antes de disculparse cuando alguien lo llamó desde la carpa central.
—Ehm… Creo que los dejaré solos un momento —comentó Martha apenada poniéndose de pie y esquivando mi mirada cuando pasó a mi lado.
—Bastian, mi amor… Yo… —empezó a hablar Cassie, pero alcé una mano para detenerla.
—No… digas nada, ya escuché bastante. —Al oírme empezó a llorar desconsolada.
—Lo siento tanto, yo no quería…
—¿No querías qué? —Hice una pausa, tratando de controlar mi rabia—¿Decírmelo? ¿Por cuánto tiempo más pretendías ocultarlo?
—No lo sé, Bastian, yo solo… No sé qué hacer, todo esto es tan difícil, todo ha sido una locura desde el accidente —se defendió, aún con la cabeza baja.
—Sé que ha sido difícil para ti, y sin embargo es mi rostro el que lleva la cicatriz —le recordé, provocándole más llanto.
—Perdóname.
—No tengo nada que perdonarte, pero creo que lo mejor es que me marche.
—¿Marcharte? —preguntó asustada— ¿Vas a dejarme?
—¿Acaso quieres quedarte conmigo? —repliqué viendo cómo se sonrojaba—Creo que es momento de afrontar lo que venimos ignorando desde hace un tiempo… Creo que es mejor retirarnos ahora mientras seguimos siendo amigos en lugar de continuar y terminar llenos de resentimientos.
—En serio lo siento muchísimo, Bastian. Jamás quise lastimarte.
—Sé que no, pero yo tampoco quiero atarte a una vida infeliz solo por compromiso.
—Lo siento —repitió en un susurro lloroso.
—Descuida, todo estará bien… Espero que seas feliz, Cassie.
Me acerqué a ella y besé su frente, sintiéndola temblar, y me pregunté si mi contacto también le repugnaría tanto como mirarme, y de ser así… ¿Cómo pudo habérmelo ocultado por tanto tiempo?
La idea de que me engañara, que se hubiese mantenido a mi lado solo por lástima me estaba envenenando la cabeza; nada jamás me molestaba tanto como que me tomaran por tonto, pero aun así intenté reprimir esos sentimientos de rencor hacia ella, no tenía sentido odiarla por lo que había dicho, no cuando yo era perfectamente capaz de entender que se le hiciera difícil compartir la cama, mucho más su vida con alguien marcado de por vida como yo lo estaba.
—Espero que tú también lo seas, Bastian… Lamento que todo saliera así —se lamentó.
Hizo amago por abrazarme pero la detuve, jamás dejaría que volvieran a ponerme una mano encima, sus palabras ardían en el interior de mi cabeza, y lo harían eternamente.
—Es hora de irme —anuncié con voz grave, y sin decir nada más me di la vuelta y empecé a alejarme de ella.
Ignoré a todos los que se cruzaron en mi camino, incluso los que llegaron a reconocerme y saludarme, y en menos de cinco minutos estuve fuera del hotel, me detuve unos minutos y llené mis pulmones de aire para luego soltarlo lentamente, solo entonces fue que sentí los temblores de mi cuerpo, la furia y la vergüenza empezaban a hacer estragos en mi interior.
Luego de aquel maldito accidente mi vida se había ido a la mi*rda, desperté con el cuerpo completamente destrozado… Vivo por puro milagro, pero con la mitad del rostro desfigurado; no había pasado ni un mes cuando recibí la notificación de que me daban una Baja Médica forzosa de la Fuerza Aérea cuando recién iniciaba la escuela de Oficiales; con el de esa tarde ya eran tres puestos para los que me rechazaban en el último mes, y ahora mi prometida confesaba sentir asco por mi apariencia... Poco a poco estaba perdiendo todo y no podía evitar preguntarme cuánto más tendría que soportar.
Suspiré y me pasé una mano por la cara, y en un acto de resignación, empecé a caminar sin colocarme nuevamente las gafas. Me desplazaba por la calle Anni Albers, ignorando las miradas y susurros de los transeúntes, diciéndome a mí mismo que si así sería mi vida de ahora en adelante, ¿qué sentido tenía esconderme detrás de unas gafas oscuras? Quizás eliminando el elemento sorpresa las personas se acostumbrarían más rápido a lo que era lidiar conmigo.
—¿Bastian Hoffman? —Me detuve y giré sobre mis talones al oír mi nombre.
—¿Benn? —Sonreí al reconocer en el hombre de traje frente a mí al chico que tanto me retó años atrás.
Bennedick Albrecht fue uno de los chicos adinerados del colegio, un muchacho altanero con el que mantuve cierta rivalidad por la atención de las chicas, aunque en realidad siempre fuimos amigos, siempre existió cierto respeto mutuo entre ambos, cada uno reconociendo las virtudes del otro. No lo había visto desde la graduación, ahora parecía un corredor de Wall Street.
—¡Dios, Bastian! —exclamó llevándose una mano al cabello oscuro— Recién ayer me enteré de lo que te ocurrió, hombre. Lo siento tanto, pero qué alivio verte bien.
—Sí, casi no la cuento. Fue una época difícil, lo sigue siendo, pero estoy mejorando. Ya pronto podré volver a la normalidad, bueno… —hice una pausa señalándome la cara— Casi.
—Lo veo —comentó con pesar—, pero tu vida vale más que eso. —Reí con amargura al oírle.
—Justo ahora mi vida no es que valga mucho, para serte sincero. —Benn hizo una mueca de pesar.
—¿Tan mal así?
—Así de mal —suspiré—. Pero lo bueno es que ya no seré un estorbo en tu camino, ahora sí podrás acostarte con todas las mujeres de Múnich sin que yo esté de por medio, eso debe hacerte feliz —comenté en broma, recordando que el humor negr* era el favorito de Benn.
—Me hace feliz verte con vida —dijo mirándome con intensidad.
—Gracias —respondí a falta de una mejor expresión.
—¿Qué estás haciendo ahora? —Lució más animado de pronto.
—¿Justo ahora? —«Acabo de terminar con mi novia, que admitió tenerme asco, y pretendía irme a casa a lamentarme por ello»—. Ir a casa, supongo.
—No —dijo poniendo los ojos en blanco—, me refiero a si estás trabajando en algo.
—¡Ah! No, estoy buscando empleo, en realidad… Necesito algo con qué entretenerme.
«Ahora más que nunca», pensé con amargura.
—¿Sí? Eso es excelente, porque creo que tengo algo para ti. —Sonrió mientras las ideas parecían acoplarse en su cabeza.
Miré a su espalda, contemplando el majestuoso complejo Highlight Towers. Tenía que estar bromeando conmigo… Más de ese humor de mi*rda que le caracterizaba, aquel era un importante centro empresarial, el más importante de Múnich, no podía estar refiriéndose a eso; si me habían despachado de un concesionario de segunda, no quería ni imaginarme el rechazo que me darían en un lugar así.
—Vamos, Benn; no creo que eso vaya a funcionar… Vas a cerrar pocos tratos si yo ando por ahí asustando a tus clientes, ¿o pretender infiltrarme para el otro equipo?
Benn soltó una sonora carcajada y me palmeó el hombro.
—Había olvidado que eras igual de odioso que yo. Pero no me refiero a eso, en realidad estoy empezando mi propio negocio, ¿recuerdas a Franz?
—Claro, tampoco lo he visto en años.
—Bueno… Él y yo estamos abriendo un bar, y necesitamos a alguien confiable para el equipo de seguridad.
—¿Equipo de seguridad? —pregunté intrigado, mientras aceptaba la tarjeta que me pasaba.
—Sí, es que Franz es administrador, y yo tengo los proveedores, ya contratamos a un bartender, pero necesitamos a alguien que sepa de protocolos de seguridad y… Ya sabes… Neutralizar a tipejos hostiles, y asustarlos un poco —dijo y sonrió con malicia. Le devolví el gesto mientras leía la tarjeta.
—Bavarian´s —pronuncié en voz alta.
—Será el mejor bar de Múnich, ya lo verás… No vas a querer quedarte fuera.
—Pareces muy seguro de ello. —No pude evitar molestarlo un poco.
—Tan seguro como que ya tomaste la decisión —respondió con petulancia—. Debo irme, tengo una cita importante, pero hablaré con Franz y podemos atenderte mañana en la mañana, ¿cómo a las diez te viene bien?
Sonreí ante el entusiasmo que mostraba Benn, pero me hubiese mentido a mí mismo al decir que no me intrigó el asunto. En mi cabeza las palabras de Matthías seguían retumbando, quizás luego de tanta mi*rda que me había lanzado la vida… Esta era la oportunidad que finalmente me tocaba.
—De acuerdo… Mañana a las diez estaré allá y escucharé lo que tienes para ofrecerme. —Benn volvió a reír.
—Lo que tienes para ofrecerme… Qué tierno, le diré a Franz que vaya buscándote el uniforme —aseguró sacando su billetera y acercándose a la calle para detener un taxi—. Ya debo irme, Bastian; nos veremos mañana, y pondremos todo en orden.
Vi como Benn desaparecía en el interior de un taxi y este avanzaba calle arriba mientras yo le daba vueltas a la tarjeta en mi mano, no sabía por qué, pero algo me decía que asistir a aquella reunión terminaría siendo algo bueno para mi vida, al fin y al cabo… ¿Qué más podía perder?