—Está bien—, murmuré, tratando de esconder mi nerviosismo, y caminé rápidamente hacia Adrien. Lo tomé por el brazo, tirando suavemente de él en dirección al coche que nos esperaba. Aún podía sentir la mirada de Enzo detrás de mí, pero no me importaba. Aproveché que Adrien, como descubrí antes, también hablaba español para romper el hielo: —Entonces, Adrien... ¿puedo llamarte Adri?—, dije con una sonrisa para que se sintiera tranquilo conmigo. Adrien asintió, con los ojos ligeramente abiertos, como si aún no hubiera asimilado del todo la situación. Su mirada buscaba a Enzo, tal vez esperando que interviniera de alguna manera o que explicara el repentino giro de lo que pasaba frente a sus ojos. Probablemente no imaginaba que su trabajo como guía implicaría algo tan... peculiar. Llegamos