Me desperté en el asiento trasero del coche. Tatiana estaba a mi lado. Ella sujetaba un trozo de algodón, mojado en alcohol antiséptico, cerca de mi nariz.
- ¡Uf! Anastasia, nos asustaste tanto, que no sabía qué hacer, - ella se sintió aliviada. - Pensé que necesito llamar a una ambulancia. Tenías razón. Es demasiado pronto para ti, relacionarte con chicos tontos.
- ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? – pregunté, apartando el algodón.
- En mi coche. – Iván, que estaba sentado en el asiento del conductor, se giró hacia mí y su mirada penetrante me hizo volver a estar mareada. - Te desmayaste en mis brazos. Te he traído aquí.
- ¿No nos llevarán a la comisaria? - pregunté.
- No hay ninguna razón para llevarnos, de verdad, Iván, - dijo la amiga y miró a él. - Lo siento, no te presenté. Él es mi hermano Iván, y ella es Anastasia, mi amiga.
- Encantada de conocerte, Iván, - dije, intentando de encontrar en él algún indicio, que me podría refutar mis pensamientos locos. - Gracias por ayudarme.
"Si Tatiana es Olga, es lógico que su hermano Iván sea mi Príncipe".
- Dime dónde aprendiste a calmar los idiotas tan productivamente, - me preguntó, y los ojos azules de mi Príncipe se reían, como en el pasado.
- Vale, Iván, ella es Anastasia Vampilova, la campeona de Taekwondo, - respondió por mí Tatiana.
- Entonces, no sé por qué se fue tan fácilmente, - se rio Iván, y su risa me hizo un nudo de mariposas nerviosas abajo del estómago y me dio tantas ganas de tocar su sonrisa, que estaba a punto de dejar de sostenerme.
- ¿Por qué no te llevamos a casa? Para ti mejor ahora una ducha caliente, un vaso de leche y la cama. - recetó mi amiga.
- Sí, es mejor que vaya a casa, - dije en voz baja, pero en mi cabeza, como un metrónomo, golpeaba mi corazón: "es él, es él."
- Entonces, vámonos, - Iván arrancó el motor.
Llegamos a mi casa, me ayudó a salir del coche y me acompañó hasta la entrada. Estaba tan cerca y ni siquiera podía tocarlo. Como le explicaré, que no me lance, porque ya estamos casados dos veces. Esta explicación sonaba muy extraña, para no decir algo peor.
- ¿Puedes subir tú, o te acompaño al apartamento? - me preguntó y su aliento caliente me toco la piel.
La cabeza me dio mil vueltas por hora y me incliné hacia su cuello, solo para olerlo, sin tocar, "Solo su olor un poco más, solo para asegurarme que está aquí, que está vivo”, - cantaba mi alma.
- Yo veo, que no puedes llegar sola. - me interpretó mal, pero me alegré por esto.
Me abrazó por la cintura y me hizo entrar en el portal. Sentí su toque en la piel, incluso, a través del abrigo. Una fuente increíble de ternura llenó todo mi cuerpo. Llamó al ascensor y me abrazó con dos manos para que no me cayera. No pude aguantarme y le puse la cabeza en el pecho. Me sentí tan bien y cómoda. Pero el ascensor se detuvo. «¿Por qué no vivo en un rascacielos en la última planta?», - gritaba mi corazón enfadado.
- Gracias, - casi susurré y le tendí la mano.
La cogió y la subió a los labios. Sus labios tiernos me tocaron la piel y mil pequeñas descargas eléctrica corrieron por mi cuerpo. Yo levanté mis ojos y me encontré con su mirada. Así es como nos miramos en la fragata. Yo con un deseo descomunal, solo por tocarlo, y él sin entender lo que está pasando.
- Tienes que descansar. Mañana llamaré para preguntar cómo te encuentras, - dijo, dejando mi mano y entró en el ascensor.
Me quedé aquí unos segundos antes de que mi madre abriera la puerta.
- ¿Estás bien? - preguntó al ver mi cara emocionada.
- Sí, mamá, todo está bien, - dije, y fui a mi habitación sin quitarme el abrigo.
- Yo creo que no. ¡Estás tan rara, nerviosa, exaltada! Dime, lo que pasó. - insistía, quitándome la ropa de calle.
- Mamá, por favor, no ahora, - supliqué, - mejor mañana te cuento todo.
- De acuerdo, - dijo y salió.
En tan poco tiempo, yo tuve más emociones, que he sentido en el último año. Mis sentimientos me movían de una alegría loca a una increíble ira contra mí misma. Solo mi marido podía hacerme esto. Me miré en el espejo, mis ojos brillaban con una luz enfermiza, mis mejillas ardían y estaban rojas. Parecía a una ninfómana asombrosa, de tantas ganes de abrazarle. Levanté la mano que besaron sus labios y la acerqué a mi boca. En ese momento, el mundo cambió de color gris y volvió a haber un incendio de amor en mí. Estaba segura de que él debería sentir lo mismo que yo. Porque él y yo somos lo mismo. ¿O era toda mi imaginación enferma?
Tomé el té de mi madre y me calmé un poco. Intenté evaluar la situación con sobriedad. Es mi marido sólo en mi mente enferma, quizá mis sentimientos por él sean inventados. Es un tipo muy atractivo, tal vez él me gustó, y como yo casi un año y medio no tenía ninguna relación, mi reacción fue tan exaltante. Puede ocurrir el amor a primera vista, ¿verdad? Recordé cuando vi a Timur en el gimnasio por vez primera. Me gustó al mismo tiempo, pero no tenía un deseo tan espeluznante de contacto corporal. Ni siquiera le dejé nada más que regalarme unos besos inocentes en los seis meses que estuvimos juntos. Pero a Iván yo le quería, le quería con la pasión animal, quería fusionarme con él y repetir lo que hicimos en su camarote en la fragata. Sólo pensando en ello, el efecto del té desapareció, como nunca. Sabía que me estaba volviendo loca, pero no existía tal fuerza que pudiera sacar de mi cabeza al hermano de mi amiga.
Pasé toda la noche entre el sueño y el delirio. He soñado con Iván toda la noche.