QUINCE Se movían más rápido ahora, con Melcorka a grandes zancadas de nuevo, chapoteando a través de los ríos sin miedo y saludando a los que conocía sin aprensión. “¡Vamos, Bradan! ¡Tenemos errores que corregir!” “Tenemos”, Bradan la miró, ocultando su placer por la diferencia. Todos los días pedían noticias de Erik, y a veces recopilaban información y otras no. Compartieron la amistosa llama de fuego de turba con pastores y con señores, intercambiando inteligencia del mundo, cantando las viejas canciones y disfrutando de la hospitalidad por la que Alba era famosa. De vez en cuando, uno o dos de los jóvenes guerreros del séquito de un señor miraban la espada de Melcorka y se preguntaban si ella podría usarla. “Esa es una gran arma que tienes allí”, preguntó un pelirrojo musculoso cuand