El Duque se detuvo y volvió a sentarse frente a la tía Ella May: —Entonces— continuó—, vi a esa pobre criatura desventurada y comprendí que lo que había sucedido no era culpa suya, ni nada que ella hubiera planeado. Me bastó cruzar unas cuantas palabras con la señora Clay para comprenderlo todo. El Duque se llevó una mano a los ojos, como para protegerse de los recuerdos de aquella desastrosa boda. —Usted fue la única persona— continuó—, que pareció conservar la ecuanimidad en aquella baraúnda. Tal vez no estoy siendo justo con los demás, pero me pareció la única persona cuerda en aquella casa. Quiero darle las gracias ahora, por haber retirado a mi esposa de ese manicomio. Sólo espero que ella le esté tan agradecida como yo. —Sí, claro que está muy agradecida. —Y ahora— dijo el Duque