CAPÍTULO SIETE Kilómetros y kilómetros atrás, Lord Blaku le había quitado las cadenas a Ceres y la había arrojado a un carro de esclavas cerrado y ahora estaba sentada bajo la luz de la luna, adormecida, junto a docenas de chicas en un vagón jaula, mientras avanzaban dando tumbos por el principal camino que salía de Delos. La noche había sido helada –y todavía lo era- y con poca protección de la lluvia, Ceres no había podido dormir, temblando todo el rato. Con sus frías manos agarrándose a las barras, se apiñó al fondo de la prisión móvil sobre paja empapada que olía a orina y a carne podrida. Hacía una hora que había parado de llover y ahora no había ni luna ni estrellas. Había escuchado las conversaciones de los guardas, que estaban sentados allá arriba y algunos de ellos habían habla