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Necesitaba que el señor Martin saliera de mi negocio, porque estaba a punto de estallar en llanto y adicionalmente seguía sintiendo una mirada clavada sobre mí, así que hago una pausa en mi horrible conversación con el dueño del edificio.
—Camila, por favor atiende al señor —le pido a mi amiga con tono serio, intentando que ese hombre, que, aunque infernalmente guapo, su presencia en mi negocio me hacía sentir incómoda.
—Oh, no. Tranquila… Yo espero a que me atienda la ¿jefa? —dice este con una sonrisa y levanta la ceja haciendo énfasis en la última palabra.
—Lo siento, pero en este momento estoy ocupada —contesto seria y giro para mirar al señor Martin.
—Por mí no te preocupes, Violeta. Ya me voy… de hecho, ya dije todo lo que necesitaba, así me aseguro de que sabes de los tres meses que tienes para desocupar el lugar —comenta —. Aprovecha para atender a los clientes que puedas, mientras tanto —. Siento el veneno destilando de sus palabras y me contengo para no contestarle mal.
—Adiós, señor Martin. Tenga una buena tarde —me despido y él se va sin decir nada más, sino que simplemente asiente en señal de despedida.
Le doy una mirada de reojo al chico, quien empieza a caminar hacia mí, por lo que arranco rápidamente a trabajar en otra dirección.
—Violeta, ¿verdad? —pregunta detrás de mí y no sé porqué razón mi nombre suena tan interesante en su voz grave y pausada, haciendo pasar un escalofrío por toda mi espalda.
—¿Me está siguiendo? —le pregunto sin dejar de acomodar unos floreros fuera de lugar.
—Te juro que no sabía que trabajabas acá, pero aprovechando este reencuentro, quiero disculparme por lo que pasó en la calle —dice y cuando volteo para mirarlo, también me encuentro con la mirada confundida de mis amigos y Camila empieza a hacer muecas para que le explique a qué se refiere.
—¿Entonces a qué vino? —pregunto prevenida y sé que estoy siendo un poco hostil, pero no estoy de buen genio.
—Vine a comprar un ramo de flores —dice y sonríe, sin quitar su mirada de encima de mí —. Y… por favor acepte que la invite a tomar un café para disculparme por lo del semáforo —dice dejándome confundida con esa propuesta, pero antes de poder decir algo más, llega Camila hasta donde estamos y con una gran sonrisa lo observa.
—Mucho gusto, soy Camila, la mejor amiga de Violeta —le extiende la mano, la cual él estrecha —. Antes de invitarla a salir, al menos deberíamos saber tu nombre. ¿No crees? —comenta con voz un poco coqueta, lo que me hace voltear los ojos y no me doy cuenta en qué momento Juan también está junto a nosotros, mientras mantiene una mirada seria.
—Mucho gusto, soy Peter —comenta el chico un poco nervioso, ya que tiene tres pares de ojos concentrados en su rostro.
—Soy Juan —dice de manera seca, a lo que Peter le responde con un asentimiento de cabeza.
—¡Ustedes vayan a trabajar! —les digo a ese par, que están haciendo del momento algo mucho más incómodo de lo que ya era desde un principio.
—Como mande, jefa —dice Camila burlona, pero se acerca a mi oído —. Está guapísimo. Más te vale aprovechar ese café y después me cuentas —dice en un susurro que solo yo escucho. Me guiña un ojo y al retirarse, agarra a Juan del brazo y se lo lleva para otro lado.
Ambos nos quedamos completamente callados y mirándonos fijo, lo que me está empezando a poner muy nerviosa, ya que hace mucho no me sentía intimidada.
—Si aún desea el ramo de flores, con gusto le colaboro con eso —le ofrezco, intentando aligerar un poco el ambiente —, y no es necesario que me invite a nada. Supongo que lo que pasó en la calle solo fue estar en el lugar y momento incorrectos —comento y empiezo a caminar de vuelta al mostrador.
—No ha sido un buen día y creo que para ti tampoco… —dice pensativo —. Creo que ese café nos caería bien a los dos —comenta y no puedo evitar sonreír levemente.
—¿Qué le hace pensar que saldría con un desconocido? —le pregunto, al tiempo que levanto una ceja.
—Pero si ya no somos desconocidos. Ya sé tu nombre y tú el mío —comenta jocoso y levanta los hombros.
—Estás mal de la cabeza —espeto, mientras lo observo con los ojos entrecerrados y suelto una risa leve.
De repente aparece Camila detrás de él y empieza a hacer más muecas para que acepte la invitación. Mis mejillas se ponen un poco rojas y abro los ojos, cuando ella empieza a hacer unos movimientos con sus manos, refiriéndose al trasero de Peter y muerde su labio inferior de forma sugestiva.
Camila siempre había sido la payasa del grupo de mosqueteros y después de la adolescencia, parecía que sus hormonas habían quedado más altas que las de cualquiera. Cuando veía un chico guapo, ella no tenía reparo alguno para decírselo y algunos hasta se llegaban a sentir intimidados. Sin embargo, esa forma de ser tan alegre, relajada y frentera, solamente le había traído tristezas y rupturas de corazón.
Peter se percata de mi rostro y de que estoy viendo algo detrás de él, por lo que empieza a girar y lo detengo rápidamente, al poner mis manos sobre sus hombros.
—¡Camila! —la regaña Juan y ella suelta una carcajada.
—Supongo que un café no me hará daño —comento, tomándolo del brazo y llevándolo hacia la salida, antes de que mi amiga me haga pasar vergüenzas.
—Para que estés tranquila, de que nada te voy a hacer, dejo las llaves de mi auto y vamos a un lugar cercano —propone, al tiempo que saca las llaves de su bolsillo y se las entrega a Juan, quien sigue mirando a nuestra amiga, de forma reprobatoria.
Salimos de la floristería y tal parece que él no se encuentra familiarizado con el vecindario, por lo que se queda estático en el andén y mira para todo los lados. Lleva su mano hacia u cabello y lo remueve un poco, acción con la que me estoy divirtiendo.
—No sabes a dónde ir, ¿verdad? —le pregunto y sonríe incómodo.
—¿Se nota tanto? —inquiere y asiento.
—Vamos, que a la vuelta hay una cafetería bonita, además es de una amiga, así me aseguro de que no vayas a hacer nada extraño —comento, haciéndolo reír y asiente.
Empezamos a caminar hacia la esquina y yo me intento relajar un poco, mientras siento los rayos del sol acariciando mi rostro. La tranquilidad de vez en cuando se ve interrumpida por un auto que va de pasada, pero en general todo parece como si fuera un pequeño pueblo lejos de una gran ciudad, pero solo es un vecindario bonito, en uno de los entresijos de una ciudad.
—Hola, Vivian —saludo a la chica que está detrás de un mostrador lleno de bizcochos deliciosos.
—¡Violeta! ¡Qué alegría tenerte acá! Ya te atiendo —dice, mientras termina de preparar un capuchino en la máquina.
—¿Vienes muy seguido? —pregunta Peter con curiosidad y le respondo levantando los hombros.
—Lo normal… Fuimos compañeras de colegio, además que prepara todas las delicias que venden acá.
Al final haber aceptado la invitación de Peter no había sido tan mala idea. Era un chico agradable, divertido y unos pocos años mayor que yo, por lo que teníamos varios temas de conversación en los que congeniábamos muy bien. Por ejemplo, su amor por la naturaleza, las películas de fantasía, salir a acampar un fin de semana… en general, actividades al aire libre.
—Supongo que yo también te debo una disculpa haberte tratado de imbécil —comento, haciéndolo estallar en una carcajada.
—Me lo merecía… —responde y yo asiento, al tiempo que sonrío y tomo un gran sorbo.
Ya íbamos por el tercer pocillo de capuchino y había perdido la cuenta de los pasabocas, pero definitivamente el tema de la venta del edificio y el centro comercial había dejado de torturarme por un rato.
De repente el teléfono de Peter empieza a sonar insistentemente, por lo que lo saca de su bolsillo y la sonrisa que tenía en su rostro, desaparece completamente. Traga saliva y levanta sus ojos, mostrándome una mirada angustiada.
—¿Pasa algo? —pregunto y lo veo dudar, pero sale a contestar la llamada. Excusándose con un ademán.
[Peter]
Por primera vez en mucho tiempo, había dejado de pensar en todos los problemas y además sentía que mi opinión y comentarios tenían la misma importancia que la de los demás, cosa que rara vez pasaba estando con Carla, porque supongo que, al ser hija única, siempre ha sido muy consentida y el centro del universo en casa.
Ignoro mi teléfono durante algunos segundos, pero cuando sigue sonando de forma insistente, lo agarro para revisar y todo se me hiela al ver que es Carla quien me está llamando.
Me excuso un momento y salgo de la cafetería, para poderle contestar a mi chica.
—¡Baby! ¡No sabes cuánto te extraño! He tenido demasiado trabajo y estoy agotada, aunque la experiencia es espectacular y los contactos me sirven muchísimo. ¿Cómo has estado?
—Me alegra mucho, preciosa. Yo llegué hoy a Boston, pero aún no he ido a donde mis padres.
—Ay, baby. Siento mucho no haberte podido ayudar con lo del viaje… ¿Has pensado en la propuesta que te hice de la prometida falsa?
Trago saliva y volteo a mirar hacia el interior de la cafetería, en donde Violeta toma de su capuchino y da algunas mordidas a uno de los pasabocas.
—Lo estoy pensando —respondo —, pero todavía no me decido.
—Baby, sabes que no quisiera tener que llegar a ese punto, pero también esa sería la mejor forma de solucionar las cosas con tu papá y a futuro podemos estar juntos.
—Por favor, déjame pensarlo —le pido —. Ahorita estoy un poco ocupado… Si quieres hablamos en la noche.
—Te amo, baby.
—También te amo, preciosa.
Colgamos la llamada y antes de volver, me quedo viendo a Violeta… Realmente es una chica hermosa, divertida, diferente… Sacudo la cabeza por andar pensando en ella. Voy a entrar, pero mi teléfono vuelve a sonar. El nombre de mi mamá aparece en la pantalla.
—Madre, qué sorpresa recibir tu llamada —digo con tono relajado, o al menos eso intento.
—Peter, ¿quién es la chica con la que estás? ¿Es tu novia? ¡Qué felicidad que ya no estés con Carla! —pregunta emocionada, cosa que me molesta.
—¿Se puede saber quién te contó? —pregunto serio y ella solamente se ríe.
—Sabes que tengo conocidos por toda la ciudad. En fin… No respondas ahora y más bien ven para la casa, porque tu padre necesita hablar seriamente contigo, además de que no nos avisaste que volvías —dice con evidente tono de reproche, pero cuelga antes de decirle algo.
Regreso a la cafetería y Violeta me mira atenta, con una sonrisa que la hace brillar.
—Al parecer mis padres ya se enteraron de que volví a la ciudad —comento, pero con eso solo creo confusión —. Yo soy de apellido Lasley —le digo y ella no entiende al principio, pero después abre sus ojos de par en par.
—¡¿Los de los bancos y complejos hoteleros?! —pregunta entre gritos, que le pido acallar con un ademán.
—Esos, sí… — Ella se levanta de la mesa, como espantada.
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