El mundo encima

2205 Words
Ya no podía dejar de pensar en la noticia que me seguía como si fuera un fantasma del pasado. Por todo lado se anunciaba la creación de un gran centro comercial en la zona en donde llevaba viviendo gran parte de mi vida y donde había compartido los mejores momentos junto a mi abuela y mis padres. No dejaba de pensar en qué lugar iba a ser construido, ya que no hay algún edificio o área abierta, no construida, en la que un proyecto de tal envergadura pudiera ser llevado a cabo, por lo que solo quedaba la opción de que quisieran demoler algunas de las construcciones actuales, lo que derivaba en un escalofrío y pánico al pensarlo, porque de una cosa estaba segura… la floristería de mi abuela es el tesoro más preciado que poseo y en cual no estoy dispuesta a perder. Es el único recuerdo que tengo de ella y también me recuerda todos esos hermosos momentos vividos cuando era pequeña. Flashback —¡Abuela, abuela! —entro corriendo a la floristería, mientras la veo organizar unas flores que no le había visto antes. Me recibe con los brazos abiertos, para cerrarlos y darme uno de sus tantos abrazos que me encantaban. —Mi pequeña… ¿cómo estuvo el colegio? —me pregunta con su acento español bien marcado. —Bien, abuelita. Me gané un sello de la maestra por portarme bien —. Le muestro el dorso de mi mano en donde la carita feliz se encuentra y ella me despeina un poco, sintiéndose orgullosa de mí —. ¿Pueden venir mis amigos? —le pregunto temerosa de que diga que no. —Claro que sí, mi niña. ¿Cuándo los piensas invitar? — Me mira con una sonrisa en su rostro y yo hago una mueca que parece una sonrisa. —¿Ya…? — Ella suelta la carcajada al entender que mis amigos están esperando para que les diga que entren. —¡Ay, Dios! Violeta, siempre lo mismo — comenta mi abuela. Voltea los ojos, con una sonrisa en su rostro y me pide que los haga entrar. Salgo corriendo para decirles a Camila y a Juan, que entren y como siempre pasa con ellos, están discutiendo por cualquier bobada, solo que el mal genio les dura muy poco, ya que Camila siempre dice o hace algo que nos hace reír y esta no es la excepción… Se tropieza en toda la entrada del negocio y antes de caer como costal de papas, Juan la agarra por el aire y queda colgando de su brazo. Después del grito por el susto de verse en el piso, pero haberse salvado, no contiene una carcajada y nos contagia a nosotros dos, por lo que llamamos la atención de mi mamá, que viene a ver lo que sucede. —Señora Rosa, buenas tardes —saluda Juan, caballeroso y con Camila nos reímos porque tiene una forma de ser muy rara, para ser un niño de nueve años. —Hola, mami —. La abrazo con fuerza y ella besa mi frente. —Hola, señora Rosa —saluda Camila y mi mamá les da un beso a mis amigos. —Qué gusto tener a mis mosqueteros en casa —dice mi mamá y nos acompaña a entrar. Mi abuela nos recibe con una sonrisa en su rostro, que nos hace sentir a todos muy bien y sin dejar de lado una flor que tiene en su mano, da unos pasos hacia nosotros, para saludarnos. —Señora Margarita, buenas tardes —saluda nuevamente Juan, como si fuera un adulto y hace un asentimiento de cabeza. —Hola, cariño. Bienvenidos —contesta mi abuela y los despeina al consentir sus cabezas como saludo. —Jajajaja. ¡Señora Margarita! mi mamá me va a regañar por llegar como una loca a la casa —comenta Camila, haciéndonos reír a todos. Mientras mi mamá se va al segundo piso de la casa y empieza a preparar el refrigerio para nosotros tres. Saludamos a mi abuela y nos quedamos “ayudándola”, aunque lo mejor es quedarnos cerca de ella y escucharle las historias y recomendaciones que les hace a los clientes, hasta que nos llaman a comer y luego tenemos que hacer tareas o no nos dejan volver a bajar y ayudar. ••◘•• Esa se había vuelto nuestra rutina semanal por varios años, de hecho, era tan divertido lo que hacíamos dentro de la floristería, porque no solo nos sentíamos útiles ayudando, sino que aprendíamos y también jugábamos a las escondidas dentro de lo que habíamos catalogado como nuestra selva personal, sin contar que agarrábamos los palos de bambú para jugar con ellos como si fueran espadas, lo que había hecho que mi mamá nos diera ese apodo, de “los mosqueteros”. —¡Violeta! ¡El señor Jones te necesita! —grita Camila, mi mejor amiga de toda la vida y mi mano derecha en la floristería. Bajo rápidamente las escaleras para ver qué necesita el hombre, quien por voluntad propia se ha convertido en uno de los líderes de la comunidad y siempre está al tanto de todo. Al llegar lo encuentro hablando con Juan, mi mejor amigo y mano izquierda en el trabajo. Están viendo unas flores que llegaron nuevas a la floristería y que últimamente han sido la sensación dentro de nuestros clientes habituales. —Señorita Sáenz, buenos días —me saluda apenas me ve al bajar las escaleras. —Señor Jones, buenos días. ¿A qué debo el honor de su visita? ¿Por fin se decidió a comprar flores para su esposa? —le pregunto porque realmente siempre que viene nos hace perder un poco el tiempo atendiéndolo, para que al final se retracte y no lleve nada. —Jajajaja, no, señorita Sáenz. Vengo a entregarle este panfleto a una reunión de la comunidad, con carácter urgente, para hablar sobre el megaproyecto que quieren hacer en nuestra zona —. Estira su mano y me entrega una hoja en la que literalmente dicen las mismas palabras que acaba de pronunciar. Se retira del negocio tras decir un “adiós” para Camila, Juan y yo, pero me es imposible contestarle, ya que mis ojos no se pueden levantar de la hoja que me entregó y de leer una y otra vez la frase que más sobresale. “Nuestro vecindario tendrá una nueva cara”. Esa frase que parecía ser inocente, no me deja ni pensar con claridad, ya que yo no quiero que el vecindario cambie. Es un lugar tranquilo, donde los vecinos nos conocemos, casi no se presentan problemas, ni viene gran cantidad de gente externa, pero ahora con un proyecto como este, todo eso iba a cambiar. Llega uno de los clientes más antiguos que tenemos en la floristería y como ya es costumbre, tenemos un arreglo de camelias, sencillo, pero hermoso, para que lo lleve al cementerio a la tumba de su esposa, quien lleva quince años de fallecida… Yo no podía evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas cada vez que veía al señor Donato alejarse con el regalo para su amor eterno y definitivamente sí lo era, porque tras quince años, sus ojos seguían brillando cada vez que hablaba de ella. Ahora que mi mamá se había vuelto a casar, tras años de la muerte de mi padre, quien fue su primer amor de la vida, solo tengo a mis amigos, pero muchas veces no es suficiente. Anhelo tener a mi abuela a mi lado y a mi mamá, pero ya no es posible, además de que mi mamá se merece estar feliz y tranquila junto a Frank. —Violeta… ¿Estás bien? —me pregunta Camila y es en ese momento que me doy cuenta de que una lágrima baja por mi mejilla, de forma silenciosa y abrumadora. —No lo sé —respondo honestamente —. Ya vengo… —me retiro un momento hasta mi habitación. No entiendo porqué me siento tan temerosa, respecto al cambio, además que aún no sé realmente nada del nuevo proyecto, pero algo en el fondo no me deja en paz. Es como si muy dentro de mí, supiera que no solo el vecindario está en riesgo, sino también esto que me hace mantener el recuerdo vivo de todo lo que una vez tuve. (…) —Muchas gracias a todos por asistir a esta reunión —dice el señor Jones dándonos la bienvenida a una carpa improvisada en mitad de un estacionamiento público —. Sé que no se preparó con mucha antelación, pero agradezco su asistencia y poder hablar de este nuevo proyecto que nos afecta a todos de una u otra forma. Pongo atención, pero no dejo de mirar las caras de los que llevan siendo mis vecinos por muchos años. Algunos se ven igual de temerosos que yo, pero unos pocos se ven emocionados e ilusionados con el proyecto nuevo, lo que me hace sentir extraña. —Bueno, según entiendo, para desarrollar el proyecto, piensan demoler toda la zona este, hasta la calle quinta —comenta el señor Jones y se me hace un nudo en la garganta, ya que mi casa - negocio y vida están dentro de ese espacio. —¡No podemos permitir eso! ¡No pueden robarnos la vida de esa forma! Debemos hacer algo… —comento sintiéndome completamente frustrada y como si estuviera batallando contra la corriente. «¿Está mal querer que las cosas sigan de la misma forma en la que siempre han estado?», pienso mientras uno de los hombres más enterados de la construcción del centro comercial habla y deja ver que eso ayudaría a que el vecindario crezca, atrayendo más gente, mejorando la economía y poniéndonos en un lugar más competitivo en la ciudad. —Honestamente todo es incierto, además que los dueños de los edificios y casas son quienes toman la decisión de si venden o no. Dependiendo del porcentaje de personas abiertas a negociar con la constructora, se tomarán las decisiones finales… De todas formas, si son más los que se niegan a vender, todo seguiría igual, pero si son más los que están a favor de la venta, quienes no lo deseen, al final tienen que ceder o se van a ver afectados con una construcción semejante, tan cerca —comenta el señor Jones. ¿Qué podía hacer yo ante esto, cuando no soy ni siquiera la dueña del edificio en donde está la floristería? Ese pensamiento constante no me dejaba en paz, pero lo único que me dejaba con un poco de esperanza, era el haber visto que éramos más los que estábamos en contra del cambio, a los que estaban a favor… Esperaba que así siguiera siendo o me sentiría colapsar ante la situación. En un momento la reunión se había vuelto caótica, entre comentarios y suposiciones, que lo mejor fue darla por terminada y dejar todo pendiente para una próxima ocasión en la que se tuviera más información al respecto. Me sentía de manos atadas, así que me devolví al local caminando a paso lento, sintiendo el viento en mi cara e intentando aclarar mis ideas, pero entre más lo meditaba, más me enredaba sin saber qué deparaba el destino. Llego a la floristería y me recibe Juan, con una sonrisa que parece más una mueca y logro ver un poco de preocupación en su mirada. Frunzo el ceño y me acerco hasta él, para analizarlo. —¡Hola, Violeta! ¿Cómo estuvo todo en la reunión? —me saluda Camila con una emoción tan exagerada, que definitivamente algo está pasando y pareciera que me lo están intentando ocultar. Solo que parece que se les olvida que los conozco hace más de quince años, que han sido como mis hermanos. —¿Me pueden decir qué está pasando? —les pregunto seria y ambos hacen una mueca intentando negarlo, pero les sale tan extraña que ellos mismos se delatan. —Llegó una carta… —dice mi amigo y camina hasta el mostrador, de donde agarra un papel que me acerca con cuidado. Abro la hoja y creo que la tengo que leer varias veces, ya que puedo sentir cómo el mundo se me está viniendo encima en este preciso momento. “Señorita Violeta Sáenz. Por medio de la presente, le comunico que haciendo uso de la facultad […], he determinado poner fin unilateralmente, al contrato de arrendamiento […] En consecuencia, el contrato cesaría en tres meses a partir de la recepción de esta notificación. La indemnización de los tres meses será entregada el día de entrega del inmueble. Gracias por la atención prestada”. ○○••◘◘••○○ Hola, bellas ♥ Les dejo una recomendación especial y es para que lean Sin tiempo para el adiós, otra de mis novelas, la cual encuentran completa en mi perfil. ¿Por qué les digo que la lean? Porque los protagonistas de esa historia, aparecerán en esta en varias ocasiones y así no quedarían con ninguna duda respecto a los sucesos. No es obligatorio, pero sí lo mejor, además de que es una historia hermosa. Besos ♥
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