Rachel.
Mi hijo de cuatro años, recostado en su cama de hospital, fingiendo una sonrisa aún cuando sé que vive con dolor desde hace semanas, abre los brazos hacia mí al verme entrar en su cuarto.
—¡Mami!
Cuando lo tengo entre mis brazos reafirmo la idea de que no voy a dejar que nadie le haga daño, ni siquiera yo y mis egoístas motivos para mantener toda esta situación en silencio.
Mi pequeño guerrero comenzó con problemas de insuficiencia renal a la edad de dos años y medio. Durante todo el tratamiento en el año siguiente me dijeron que no iba a necesitar un transplante pues eso era demasiado para un niño de su edad, así que le hicieron diálisis mucho tiempo.
Mostraba mejoría y luego volvía a decaer. Así fue por bastantes meses, hasta que por fin nos dijeron que entraba en la lista de siguientes transplantes. Esperamos más de un año cuando llegó el primer riñón con el que era incompatible y desde entonces ingresa uno cada tres semanas, pero ninguno para él.
A pesar de que tengo las esperanzas por el suelo, sé que la última alternativa es pedirle a su padre, quien no sabe absolutamente nada sobre su hijo, se digne a querer hacerse la prueba de compatibilidad, pero ¿cómo podría pedirle que entregara parte de su cuerpo para un niño que no sabe que tiene en primer lugar?
Las noticias que le esperan no son nada sencillas de tomar, mucho menos de decir, y a pesar de haber intentado contarle sobre nuestro hijo durante mucho tiempo, he sido ignorada así que, no sabe no porque yo no intentara decirle la verdad, sino porque él no leyó ninguna de las cartas que le envié.
Si me pongo a pensar en cómo terminaron las cosas para nosotros es más que obvio que no va a querer nada conmigo. La forma tan cruel en la que resultamos terminar con lo que alguna vez fue amor me llena de temor ahora que ha llegado el momento de enfrentarme a ese hombre.
Tengo un nudo en el estómago, podría hasta desmayarme, pero me recuerdo que mi hijo vale hasta el último intento. Incluso me arrastraré y suplicaré si no quiere hacerlo, pero Rykeer hará la prueba de compatibilidad.
—¿Vas a quedarte, mami?—pregunta mi bebé.
Acaricio su cabellera negra azabache igual a la de su padre.
—Bueno, mamá tiene que irse. Tengo cosas qué hacer.
Se gira un poco para verme a la cara.
—¿Por qué? Dijiste que veríamos televisión.
Lo pellizco apenas en el estómago haciéndolo reír. Esa melodía tan hermosa que ha llenado mi vida desde el primer momento.
—Sí, sé lo que dije, pero la abuela lo hará por mí.
—¿Por cuánto tiempo te irás? ¿Puedo ir contigo?
Algo dentro de mí se rompe. Llevamos viviendo en el hospital, más de cinco meses donde tuve que renunciar a mi empleo para enfocarme en mi bebé todo el tiempo. No puede salir a ningún lado, ni siquiera al jardín del hospital y eso me está matando lentamente porque es un niño sin poder hacer cosas que para cualquier otro es demasiado normal.
—Solo serán unos días, dos cuanto mucho, pero regresaré pronto. Verás que ni siquiera vas a notar mi ausencia.
Hace un puchero con sus labios, abrazándome más fuerte.
—No quiero que te vayas.
—Yo tampoco quiero, bebé, pero tengo que hacer esto por ti, por nosotros, así tendremos mucho tiempo más juntos ¿entiendes? Por favor, dime que lo entiendes.
—Sí, mami, entiendo.
Despedirme de mi bebé es de las peores cosas que hago en mucho tiempo. Desde el momento en que supe que llegaba a mi vida fuimos nosotros dos contra el mundo. Nunca nos separamos más de ocho horas que eran las que pasaba en mi trabajo porque después de eso, yo vivía por y para él. Incluso ahora es igual.
Mi hijo es mi prioridad número uno. Todo lo demás viene detrás.
Cuando tengo todo listo, guardo en el maletero del coche el pequeño bolso de viaje que preparé mientras mi madre me mira desde lejos.
—Dile a Ryan que recuerde lavarse los dientes y que se duerma antes de las nueve.
—Claro que sí, sé cuidar a mi nieto, hija.
Me río, abrazándola por los hombros. Mi madre, la segunda persona que ama a mi hijo más que a nada al igual que papá.
No le importó mi situación, ni por qué me alejé de Rykeer, para ellos era su nieto, el primero, y lo amaron desde que decidí contarles la verdad. Fueron los mejores abuelos que mi bebé pudo tener.
—Hija, te lo preguntaré por última vez, estás…
—Sí, mamá, estoy segura de lo que voy a hacer. Ya tomamos todos los caminos que no involucraban a Rykeer. Lo dejamos como una última opción y ahora es momento de usarlo. Lo sabes.
Suelta un suspiro cuando se aleja.
—Sí, lo sé, pero también sé que no será fácil que acceda. Ese es un hijo de puta.
Me río. Antes solía amarlo tanto como a un hijo propio, pero supongo que cosechas lo que siembras.
—Intentaré todo lo que esté en mis manos y si no… tendremos que esperar. No tenemos más opción.
—Buena suerte, entonces. Llámame si algo sucede ¿De acuerdo?
Despidiéndome de mi madre me subo a mi coche y comienzo a conducir hasta lo que parece ser mi maldito declive.
(...)
Durante todo el camino de regreso a Chicago donde crecí, todo en lo que puedo pensar es en mi hijo, el niño de mis ojos.
Después de tantos años intentando hacer todo sin involucrarlo, me veo en la obligación de recurrir a un hombre sin corazón que es seguro que me dirá que no lo hará, pero debo intentarlo al menos.
Esperar ya no es algo que podamos hacer, mucho menos una opción pues al parecer las opciones para mi hijo solo se limitan a la decisión que pueda tomar la otra parte que me ayudó a concebirlo, para mi desgracia.
Con las manos temblorosas al volante, observo en el mapa dónde está la dirección de su casa y cómo hacer para llegar. Maldigo para mí misma cuando noto que vive en un barrio privado. No sé por qué me sorprende, es un empresario renombrado que tiene tanto dinero como para ser un blanco fácil. Obviamente va a vivir en un barrio con seguridad a su alrededor.
Pensando en cómo más puedo hacer para acercarme a este hombre, sigo conduciendo mientras mi mente maquina miles de posibilidades, aunque ninguna parece ser correcta e incluso probable.
Durante más de una hora adentrándome en una zona residencial privada, con casas que tienen tanto lujo como para ver tu propio reflejo a metros de distancia de la entrada, el GPS de mi coche me anuncia que estoy a nada de llegar.
Como si no fuera suficiente la seguridad en la entrada a quienes mentí que venía de visita por un trabajo de niñera en una casa inventada que por suerte existe, la seguridad frente a la casa de los Hamilton es privada.
Tiene rejas tan altas que nadie podría ver lo que hacen dentro y eso es molesto porque pensé que había pasado todas las trabas posibles.
Frustrada, sin una idea para que me permitan el paso, estaciono el coche a un costado de la calle, acercándome a la casa a pie, con las piernas temblorosas.
Viendo a los dos gorilas en la entrada que no me sacan la mirada de encima, me siento más pequeña de lo que en realidad soy.
—Creo que está perdida, señorita—dice uno de ellos con un tono de voz para nada agradable.
Tomo aire, haciéndoles frente.
—¿Es la residencia Hamilton?
—Sí, pero está perdida. Los señores no esperan a nadie que no tenga una cita previa.
—Qué pretenciosos.
—¿Disculpe?
—Nada, qué precavidos dije—no sé de dónde sale la mentira tan rápido—. Escuche, sé que no tengo una cita, pero necesito hablar con su jefe ahora.
Me mira como si fuera una cucaracha a la que debe exterminar.
—¿Es que no entiende lo que le digo? No van a atenderla sin una cita previa.
Ruedo los ojos.
—¿Y cómo hago una cita entonces?
—Llamando a su número personal. Si es tan cercana como para querer entrar en su casa supongo que tendrá un número.
Frustrada lo apunto con mi dedo. Podría decirle muchas cosas, aunque solo está haciendo su trabajo, por eso termino bajando mi dedo acusador.
—Bien, intentaré haciendo eso, solo quiero saber una cosa.
Aburrido de mí, espera a mi pregunta.
—¿El señor Hamilton está en casa ahora?
Vuelve la mirada al frente.
—No tengo permitido dar esa información.
—¡Vamos! Solo quiero saber si está en casa. Nada más.
—Ya le dije, no tengo permitido darle esa información a una extraña.
—Entonces, ¿puedes decirme si está su esposa? Necesito hablar con cualquiera de ellos.
Bufa, molesto.
—Es como un grano en el trasero, señorita—reniega—, ya le dije que no puedo darle información. Si quiere hablar con ellos…
Apunto al intercomunicador que hay en la reja, mismo que de seguro lleva a la casa.
—Háblale por ahí—le corto—, dile que me llamo Rachel Doyle y que estoy buscando a Rykeer Hamilton.
Desconcertado niega con su cabeza.
—No puedo hacer eso.
—Hazlo, por favor, y si nadie responde, me iré—digo con firmeza.
Creo que con tal de librarse de mí es capaz de cualquier cosa, por eso, aunque su compañero se rehúsa a ser parte de esta indiscreción como lo llamó, se acerca al intercomunicador mencionando mi nombre.
Segundos después alguien responde y la verdad, antes de oír la voz, sufro de miles microinfartos seguidos.
—¿Rachel?—dice la voz de una mujer—, ¿Rachel Doyle seguro?
El hombre me mira ahora con mucha confusión en su rostro.
—Sí, señora. Dice que necesita hablar ya sea con el señor Rykeer o con usted y se niega a irse hasta que no salgan a atenderla.
—Iré enseguida.
La comunicación se corta y algo dentro de mí se tranquiliza porque sé que al menos mi primer encuentro no será con Rykeer sino con su esposa, quien no será amable conmigo, pero al menos sé que será menos cruel que su esposo.
Guardando silencio para no molestar más a este hombre frente a mí, me hago a un costado a la espera de que aparezca esa mujer a quien hace años que no veo.
La última que nos vimos no fue para nada agradable, para ninguna de las dos, así que supongo que la curiosidad le puede más pues al cabo de cinco minutos siento pasos cerca de la reja que se abre, dando lugar a que una mujer escultural, perfecta y envidiosamente pulcra salga con sus tacones altos y una expresión de pocos amigos al verme de pie a pocos pasos de su entrada.
Con todo el odio que tiene en la mirada, se acerca a mí lista para abofetearme, estoy segura.
—Tienes muchas agallas para venir por aquí—comenta de mala gana—, ¿qué quieres, Rachel?
Tomo aire, recordando la razón por la que estoy aquí en realidad.
—Tengo una urgencia y necesito hablar con Rykeer, yo…
Antes de poder decir alguna otra palabra, me voltea el rostro de una bofetada.
—No te bastó con meterte en mi relación, siendo la amante de mi prometido ahora te apareces en mi casa creyendo que te dejaré hablar con él. ¿Qué clase de tonto derecho crees tener?
—Entiendo que no sea fácil de entender, pero de verdad necesito hablar con su Rykeer.
Me mantengo firme y cuando intenta golpearme de nuevo, la esquivo. Se nota a leguas que las heridas del pasado todavía siguen presentes y no es para menos. Ver a la amante de tu esposo no debe de ser nada lindo. Para mí tampoco es el cielo, por eso quiero terminar con esto cuanto antes, aunque parece que no me lo va a poner nada fácil.
—Te largas ahora mismo de mi propiedad, de mi barrio y de nuestras malditas vidas—reniega—. No dejaré que te dé ni un centavo más, ¿me estás escuchando?
Sacudo la cabeza.
—No vine aquí por el dinero de su esposo, señora. Vine porque tengo algo importante qué contarle.
—Bien lo dijiste, es mi esposo y lo que sea que pienses tener con él, terminó hace años, Rachel. Acepta que yo gané, que soy su esposa y te juro que te irá mejor. Ahora lárgate.
Sintiendo la puñalada en el centro del pecho, me mantengo firme.
—Tengo que hablar con él.
—No lo harás. No llegarás a decirle ni una sola palabra.
Enfurecida, Jenna pide a los de seguridad que me escolten a la salida y son bastante insistentes porque de la nada tengo prohibida la entrada al maldito barrio donde lo primero que hacen es asegurarse de que la policía me mantenga lejos de la entrada.
Así se acaba mi primera opción, pero siempre hay una segunda y sé exactamente dónde buscar, aunque a Jenna no le gustará nada.