Recostada en el sofá, sostengo en la mano una revista de chismes de la actualidad. En la portada celebran el segundo aniversario de bodas del gran empresario Rykeer Hamilton con Jenna Ferguson. A lo largo de todo lo que leo parece que llevan una buena vida juntos, algo que me resulta demasiado extraño considerando cómo comenzaron las cosas.
Intentando no perderme en sus fotografías, paso páginas leyendo sin leer sobre lo que sucede en las vidas de otras personas porque la verdad, a pesar de necesitar una distracción para poder mantenerme tranquila, nada parece resultar.
Mi pierna se mueve casi por instinto, mi cuerpo entero me pide que el tiempo pase más rápido mientras los nervios logran colarse hasta lo más profundo de mi sistema nervioso.
Estoy en una posición donde lo único que puedo hacer es mantener la calma. Me siento inútil, desesperada al saber que nada puede hacerse, al menos por mi parte.
Mi madre, dormida en el sofá de en frente, se ha quedado conmigo toda la noche esperando a por noticias. Papá fue por un poco de café. La mañana apenas está comenzando y ya tengo agruras.
Intentando no despertarla voy al cuarto de baño en la pequeña habitación. El aroma a desinfectante que inunda absolutamente cada mínimo espacio me revuelve el estómago y me molesta, porque después de pasar tanto tiempo rodeada de hospitales y doctores, uno supondría que llegas a acostumbrarte en algún momento, pero para mí no fue así.
Me lavo la cara, los dientes, arreglo un poco mi cabello y realizo mi rutina de skincare antes de salir de nuevo, encontrándome con mis padres quienes ya están bebiendo su desayuno.
Como siempre, mi padre tiende hacia mí un café.
—¿Todavía no hay noticias?—pregunta, con un tono bastante agotado.
Sacudo la cabeza.
—Nada aún. Dijeron que apenas tuvieran los resultados vendrían a decirnos, pero no pasó todavía.
Mi madre se toma la cabeza.
—Esto de esperar es demasiado extenuante. La cabeza me está matando.
—¿Quieres que pida un tylenol o algo, mamá? Si quieres puedes irte a casa, no es necesario que te quedes aquí.
Me mira entonces, con una clara respuesta en sus ojos.
—¿Estás demente? No pienso dejarte, mucho menos en un momento como este.
—Entonces iré por algo a la enfermería—comenta papá—. Puedo traer donas, ¿quieren algunas?
Yo niego, con todo lo que estoy sintiendo tengo el estómago tan revuelto que la verdad, lo único que va a calmarme es saber qué dicen los estudios que nos realizaron a todos.
Papá se va, mamá se encierra en el baño a prepararse para el resto del día y yo me quedo mirando a la cama. Pensar que hay tantas esperanzas en el ambiente que pueden resaltar o caerse a pedazos dentro de las próximas horas no ayuda para nada a mi control de emociones.
Decido tomar asiento de nuevo. Mi espalda duele por estar tanto tiempo en esta misma posición y mi madre, quien ya es una persona algo mayor, está peor que yo.
Se niega a marcharse. Es una madre dedicada, tanto así que es imposible para ella permanecer en casa así que supongo que de ahí saqué mi maldita ansiedad.
Para cuando mi padre regresa, los tres regresamos a nuestros asientos, pero no por mucho tiempo porque entonces la puerta se abre enseñando al doctor Charles quien en silencio nos pide que salgamos.
Afuera, en el pasillo, mismo donde me han dado tantas malas noticias que me han convertido casi en una experta leyendo emociones, no necesito que diga ni una sola palabra porque como dije, ya me dieron muchas malas noticias.
—Rachel, tenemos los resultados—comenta el doctor, mirándonos a todos—, esperamos unas horas donde repetimos para evitar cualquier margen de error y hablé con el sistema de órganos, pero…
Suelto todo el aire que tenía contenido, y con eso también las pocas esperanzas que tenía. Siento que el mundo se me viene abajo, que todo está en mi contra y no podría jamás recomponerme de pasarle algo pues el caos que provocará su partida es lo que me tiene tan mal.
—Ninguno de ustedes es compatible con Ryan para un transplante—dice con cierto pesar—, hicimos todo lo posible porque los resultados fueran diferentes, pero no. Lo siento tanto.
Mi padre me abraza por los hombros, más que nada sosteniéndome para evitar que decaiga mientras mamá reniega a lo lejos, llorando desconsolada.
—¿Regresará a la lista de transplantes?—me atrevo a preguntar.
Y la mirada que me da se pone todavía peor.
—Está primero, Rachel. Su situación es súmamente decisiva en estos momentos.
Dos grandes lágrimas caen por mis mejillas, imaginando un futuro sin mi bebé. Mi hijo, mi pequeño.
—¿Qué más podemos hacer? ¿Qué otra cosa necesita?
—No hay nada más que un riñón, y en su situación ahora sí es de vida o muerte—continúa el doctor—, esperemos que en los siguientes días tengamos noticias.
—Cada riñón que entró en todo el bendito año no fue compatible con él—reniego en voz alta—, cada vez que tuvimos la mínima esperanza terminaban dándoselo a alguien más. ¿Es tan difícil conseguir un órgano compatible con mi hijo?
Él suelta un suspiro. Noto que llamamos la atención de los demás pacientes que seguramente también están esperando noticias igual que nosotros, así que entienden mi desespero al saber que las pocas esperanzas que tenía, se están terminando.
—Intentamos todo. Lamentablemente agotamos todas las opciones posibles porque no hay otra cosa que podamos hacer.
Entonces lo pienso.
Rara vez, en estos años pasados, he dedicado momentos a pensar en ese hombre, pero ahora es casi imposible sacarlo de mi mente. Aunque no quiera, aunque me niegue y duela al mismo tiempo pensar que puede ser el único salvavidas que me queda, me obligo a mí misma a decir aquellas palabras.
—Quizás no agotamos todas las opciones.
Mi madre viene hacia mí, mirándome como si estuviera a punto de soltar una bomba.
—No—se niega—, dime que no vas a hacerlo.
—¿Qué otra opción tengo, mamá? No voy a quedarme a ver morir a mi hijo.
—Rachel, ese hombre…
—Sé lo que hizo—admito—, sé que no terminó nada bien, pero ahora lo necesito, mamá. Ryan lo necesita. Puede ser su única esperanza.
El doctor Charles me mira con el ceño fruncido entonces.
—¿Puedo saber de qué están hablando?
Elevo el mentón, con el temor de que si bajo la cabeza terminaré metiéndome en medio de mis piernas para no hacer lo que estoy pensando, aún cuando sé que es lo correcto.
—Del padre de mi hijo, doctor. Rykeer Hamilton.