Las manos y boca de Eros definitivamente deberían venir con una advertencia porque cada toque, cara caricia, y eso me hacen rogar por más. Sé que no debería rendirme ante él. Pero una cosa es lo que mi cabeza me grita y otra muy diferente lo que mi cuerpo pide. Su boca entre mis piernas mientras me come con auténtico abandono me hacen arquearme y llevar mis manos a su cabeza para sostenerlo en su lugar como si de eso dependiera la vida. Mis gemidos hacen eco en las paredes de la habitación con y solo ruego que estén insonorizadas. Cuando estoy a punto de correrme este se detiene dejándome a medias, con la respiración trabajosa y el cuerpo perlado de sudor. —Eros —digo con frustración. Este me regala una sonrisa cabrona. —¿Te quieres correr? Asiento. —Necesito palabras. —Sí, n