CAPÍTULO 3

1870 Words
Recorremos el camino en un denso silencio y no me sorprende cuando entramos a un suburbio de clase alta. Quien crea que las ratas se esconden en las alcantarillas está muy errado en esta vida. La camioneta se detiene frente a una hermosa fachada y es cuando me doy cuenta de que una segunda camioneta se detiene detrás. Eros baja junto al resto de los hombres que cubren el perímetro para evitar algún contratiempo. —Baja, doc. —niego. — ¿Que me garantiza que no corro el mismo peligro que en aquella casa? —Te lo garantizo yo, que te he salvado el culo. —¿Tienes que ser tan bruto? Pone los ojos en blanco. Hace una especie de reverencia. —Osa, la doc. hacerme el honor de bajar de su carruaje. Lo fulmino con la mirada. —Imbécil —espeto y bajo. En cambio, él me da una sonrisa sarcástica antes de guiñarme. Con la cabeza en alto paso a su lado y me encamino al interior sin saber que me espera dentro. Una vez dentro, me quedo sin aliento unos segundos mientras absorbo todo lo que veo. El lugar tiene columnas elegantes, pisos de mármol y los grandes candelabros que parecen de cristal. —Linda ratonera —murmuro por encima de mi hombro. En vez de molestarse se ríe. —Sí, la limpiamos especialmente para ti. Le diré a mi cuñada que quedaste encantada. Hijo de puta. Hago una mueca al recordar a Edén. Ella me cae bien y cuando pienso en ella siendo abogada que confía en el sistema, y su marido un hombre que vive fuera de la ley. Me doy cuenta de que muchas veces la vida nos lleva en dirección contraria. De repente veo una cara conocida. —Están en la oficina esperando. —Mike, ¿te acuerdas de la doc.? —Tu amiga —dice con una expresión de burla. —No soy amiga de él —lo señalo con el pulgar —Pero le salvé el trasero. La expresión de Eros se vuelve seria. Arqueo la ceja con la misma expresión que él me dio cuando baje de la camioneta. —Ves que no es agradable que te lo recuerden todo el tiempo —con eso, continuo. —¡Por cierto! Me debes cien dólares por el polo. No respondo ni le miro. Simplemente levanto mi dedo. —¡Gabriella! Me detengo en una especie de salón para encontrarme con Edén. La mujer de ojos y cabello n***o se acerca a mí y me envuelve en un abrazo rápido. —Me da gusto verte —susurra. Sonrío un poco. Ella es una mujer de temer. Porque hace falta mucho valor para estar casada con el hermano de Eros, que es aparte de ser la persona que dirige los bajos fondos de esta ciudad, puede llegar a ser un incordio. —A mí también me da gusto. —Tenemos tanto que hablar. —No la traje para que socialicen. Ella se endereza y fulmina con la mirada a Eros. —Bueno, pero yo quiero saludarla, no sabía que estaba prohibido. Bufa. —Como si Arslan te prohibiera algo. —De mi marido no hablas —replica antes de suavizar su expresión. —Sabes que está perdido. Pone su atención en mí. —Cuando salgas de esa reunión y si tu cerebro aún tiene la capacidad de procesar, tienes que venir conmigo porque quiero que conozcas a alguien. —Al parecer, hoy es el día de conocer personas nuevas —murmura. Eros pasa a mi lado, me hace una señal, pero se detiene y mira a Edén. —¿Dónde está? —En la habitación con Laura —lo mira unos segundos en silencio —Si vas a darle las buenas noches, te lavas primero porque no sé de dónde estuviste durante el día. ¿De quién hablan? —Eres tan neurótica. —Niega —hoy no fui al almacén. Un ruido sordo proveniente de un extremo, me sobresalta. —Ya se desesperó —Eros murmura. —No lo chinches, que luego debo yo bajarle el enojo. Este hace una mueca de asco. —No necesitaba saber eso. Farfulla mientras se aleja y supongo que debo hacerlo. Tomamos un pasillo hasta que nos detenemos en la última puerta. Sin ceremonia, Eros abre la puerta y entra. —¿Qué coño te tomo tanto tiempo? —No lo sé, tal vez tener que dar de baja a unos cuantos antes de traer el paquete —responde. —Yo no soy un paquete —gruño cuando entro. Me detengo en seco. —Bueno. Hola Gabriella. Miro hacía a un lado y me encuentro a Arslan, el Boss de Nueva York. Sus ojos grises me estudian con atención. No puedo negar que el hombre es bien parecido. Ronda los treinta, su cabello oscuro está un poco largo y su piel tiene un tono dorado. Su sonrisa es casi macabra. La única vez que vi al hombre sonreír de manera genuina, fue cuando veía a su esposa. Pero no me engaña, el hombre sabe su negocio y no permite que nadie se meta en sus asuntos. Siempre con su expresión de no jodas conmigo. —La asustando, Arslan —Eros se detiene enfrente de mí. Este ladea la cabeza con una expresión fría. El ambiente se tensa antes de que Arslan me vea. —Siéntate, Gabriella. —No —digo armándome de valor. —Estoy cansada de que me den órdenes y de yo acatarlas, ¿Qué carajos pasa? —Digo valentonada —Ese hombre me secuestro y dice que soy una persona y claramente está errado. —León no mentía. Otra voz me sobresalta y miro a un hombre que está en la puerta. Es de mediana edad y su cabello está algo gris. —Eres Sienna Harrison, mi hija. —Eso es absurdo. —No lo es y me llevo años descubrir que estabas viva y otros en encontrarte —da un paso al frente y me observa con determinación —Eres igual a Violeta, tu madre. —Mi madre se llama Lucrecia Miller. —¡No! Tu madre era Violeta Harrison, mi esposa. Y, yo soy tu padre—replica —Yannick, la asesino y te entrego a esa mujer. Yannick fue fiscal del distrito que en cubierto era la cabeza de una organización que estaba detrás de la cabeza de Arslan. Fue un escándalo mediático. Y, no necesite de mucho para unir los puntos y descubrir detrás de quien iba. Irónico que el fiscal fuera un criminal. Pongo mis ojos en el hombre que habla y que asegura que es mi padre. —No le creo —digo en voz baja. Este intercambia una mirada con Arslan. —Tráela, Mike —escucho que dice en tono seco. El gran hombre deja la oficina. —Nunca mentiría con eso —continúa. Da un paso atrás y merodea por la oficina. —Pero si no me crees a mí, tal vez a ella si—señala de nuevo la puerta y me encuentro a mi madre que es escoltada por Mike. —¡Mamá! —¡No es tu madre! —grita el hombre iracundo —Esta infeliz es cómplice de Yannick. —Hija… —No la llames hija. —¡Ya basta! —grito— No le hable de esa forma. En dos zancadas está frente a mí. —¿Hablar? Meterle un tiro es lo que debo hacer. —No se atreva a tocarla —siseo casi en estado de histeria. —Habla —ordena Arslan desde su lugar. —Yo trabajé en casa de Yannick muchos años atrás—. Comienza —Un día, él trajo consigo a una mujer —¡Mi mujer! —escucho a mi espalda, pero yo no dejo de mirar a mi madre. —Era extraño ver a una mujer con una bebé —susurra —Lo único que puedo decir es que, uno de los hombres más nuevo de Yannick, me la entrego porque le habían pedido que acabara con la vida de esa inocente. —Yo era ese… —Si —me corta —No sabía quién eras, ni como habías llegado a esa casa. Mis lágrimas salen en silencio. —No eres mi madre. —No. —Sí. Responden al mismo tiempo Jared y ella. —Soy tu madre —toma mis manos y sorbe sus propias lágrimas —Te entregué mi vida, mi amor incondicional. Tú eres mi hija en el corazón. Niega. —El mismo hombre que te entrego, me ayudo a que te registraron como mi hija y trabaje por un par de años en esa casa antes de desaparecer. Yannick nunca supo que yo te había llevado a mi casa. El té creía muerta. —Cuando vi por última vez a Yannick, él me aseguro lo mismo —espeta Arslan. —Eso no quita su culpabilidad. —Si le toca una sola hebra de cabello, tendrá que ser luego de deshacerse de mí —lo fulmino con la mirada —Debería estar agradecido con ella. —¿En serio? —Muy en serio —me limpio las lágrimas ignorando a Eros que me ve en silencio. —Eres una Harrison. —No puedo ser lo que usted quiera. Yo soy Gabriella Miller, hija de Lucrecia Miller y doctora neurocirujana. Veo que mis palabras no le agradan. —Así no quieras aceptarlo, estás en la mira León Carmona. Él quiere mi cabeza. Tú eres un obstáculo para hacerse con el poder que tengo. —Y, ¿qué tiene que ver él en todo? —señalo a Arslan. —Arslan me cedió el negocio de la distribución metanfetamina a cambio de mi ayuda en un momento determinado. Además de tener muchos negocios en conjunto —mueve la cabeza pensando en los escenarios. —Si yo caigo, esa plaga entrará a la ciudad y va a desatar una nueva guerra. —Tengo dos muy buenas razones para evitar eso. —Entonces, ¿qué pretenden que haga? —Lo ideal sería casarte con Arslan. Unir los dos carteles —los miro como si estuvieran locos —Pero estoy felizmente casado. —No tiene sentido. Él iba a asesinarme. De solo recordarlo me estremezco. —¿León dijo que te mataría? —Jared arquea la ceja mientras hace la pregunta. Asiento. —Solo te estaba asustando, él no te mataría porque eres su boleto a liderar todo lo que poseo. Pero de muy buena fuente tenemos la información que iba a obligarte a que te casaras con el antes reclamar mi cabeza. Escuchar sus palabras me hace sentir que estoy en otra dimensión. —Si te mantenemos fuera de sus garras mientras yo acabo con él, con la ayuda de Arslan, todos estaremos a salvo. —Para eso debemos quitarle la posibilidad de que se haga con el poder a través de ti. Niego. —¿Casándome? Los dos hombres asienten. —Así como lo oyes doc. y, yo soy él sacrificó —Eros da un paso al frente. —Vete a la mierda —espeto antes de salir despavorida de la oficina llevándome por en medio a la mole que es Mike.
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