Adiós a la universidad

1450 Words
Sofía se sentó en el asiento trasero del auto de sus padres, mirando por la ventana mientras la ciudad desaparecía poco a poco tras el horizonte. Su corazón estaba en pedazos, y cada kilómetro que se alejaba era como una daga más en su pecho. Había intentado suplicar, explicar, incluso negociar con sus padres para quedarse, pero su madre fue inflexible. —No hay nada más que hablar, Sofía —le había dicho, cortante, mientras cerraba el tema con un movimiento de mano—. Esto es lo mejor para ti. Su padre, aunque menos duro, tampoco había hecho nada por interceder. "No podemos costear tus estudios si no sigues nuestras reglas", había dicho, con una mezcla de tristeza y firmeza en su voz. Sofía sabía que dependía de ellos. No tenía ahorros suficientes para cubrir su matrícula ni para mantenerse en la ciudad. Pero eso no hacía que la herida doliera menos. Cuando llegaron al pequeño pueblo donde había crecido, la sensación de encierro la golpeó de inmediato. Todo parecía más pequeño, más apagado que antes. Era como si el mundo que había comenzado a construir en la ciudad se hubiera desmoronado en un instante, y ahora estuviera atrapada en un lugar que ya no sentía como suyo. —Tu habitación está como la dejaste —dijo su madre al abrir la puerta de la casa—. Descansa. Mañana hablamos de lo que sigue. Sofía asintió sin responder. Subió las escaleras lentamente, sintiendo que cada paso era más pesado que el anterior. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta y dejó caer su mochila en el suelo. Miró alrededor, viendo los mismos posters, los mismos muebles y las mismas paredes que habían sido su refugio durante años. Pero ahora, todo se sentía ajeno. Se dejó caer en la cama, abrazando su almohada mientras las lágrimas comenzaban a rodar por su rostro. La imagen de Marcos en la cama del hospital, conectado a máquinas, seguía persiguiéndola. Se sentía impotente, atrapada, como si hubiera fallado no solo a él, sino también a sí misma. Los días pasaron lentamente, cada uno más insoportable que el anterior. Sus padres evitaban hablar del accidente o la universidad como si ignorarlo fuera la solución. Una tarde, mientras ayudaba a su madre con los quehaceres de la casa, se armó de valor para volver a mencionar el tema. —Mamá...—dijo extendiendo un récord de notas— ya salió el boletín de notas de este trimestre Su madre, que estaba lavando platos, se detuvo por un momento antes de suspirar. —Sofía, ya hablamos de esto. — Mamá, yo saque muy buenas calificaciones, pese a no haber entregado en algunas materias el proyecto final, no salí meritoria, pero lo hubiese sido de haberlos entregado. —Sofi— dijo al fin la madre con un tono muy calmado— la verdad es que, aunque no hubiese ningún accidente, no podríamos costear un trimestre más, creo que puedes buscar un trabajo y ayudar con las cosas de la casa. Sofia se quedó helada. —despidieron a tu padre, y sin su aporte, no podemos hacer nada, lamento haber actuado así, estaba muy estresada y me bloquee con tu accidente. De una pequeña gaveta en la cocina, la madre saco el viejo celular, al cual solo se le había roto la pantalla y uno nuevo. — Mamá, este es tu celular. —es lo menos que puedo hacer, se que eres joven y necesitas hablar con tus amigos. Sofia asintió y se fue a su habitación con el corazón en la mano. Ya en la habitación Sofia le saco el chip al celular viejo, tenía casi cincuenta llamadas perdidas, de Alejandro, clara y de un numero desconocido —Clara!!—no pudo contener un sollozo al escuchar la voz de su amiga. —Sofia no te imaginas lo preocupada que estaba, que estamos todos por ti, fue tan repentino, no te despediste. —Lo sé, no pude—dijo en un hilo de voz. — ¿Cómo está él? Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que Clara respondiera. —El despertó, pero… Sofia sintió un alivio enorme, era como si su corazón volviera a latir. —Pero? —repitió Sofia cayendo en sí. —Pero… no está bien, Sofía —dijo Clara finalmente, con la voz cargada de preocupación—. Despertó, pero no recuerda nada de lo que pasó. Ni siquiera a nosotros. Sofía sintió como si le hubieran arrojado un balde de agua fría. La alegría que había sentido al saber que Marcos estaba despierto se desmoronó de inmediato. —¿Qué quieres decir con que no recuerda nada? —preguntó, su voz temblando. —Los médicos dijeron que es amnesia parcial. El corazón de Sofía se apretó. No podía creer lo que estaba escuchando. —Pero tiene que recordar… Yo… —se interrumpió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Clara suspiró al otro lado de la línea. —Lo importante es que está vivo. Pero no ha sido fácil para él. Está confundido, y se siente perdido. Sofía apretó los puños. Quería estar allí, quería explicarle todo, asegurarse de que él supiera que no estaba solo. —¿Crees que sería buena idea llamarlo? —preguntó con cautela. Clara dudó por un momento antes de responder. —No lo sé, Sofía. Podría ser bueno para él escuchar tu voz, pero también podría confundirlo más. Los médicos sugirieron darle tiempo, no presionarlo. Sofía asintió en silencio, aunque Clara no podía verla. —Gracias por decírmelo, Clara. Cuando colgó la llamada, Sofía se quedó mirando su celular, perdida en sus pensamientos. Una parte de ella quería llamarlo de inmediato, pero sabía que Clara tenía razón. Marcos necesitaba tiempo, y ella necesitaba encontrar una forma de acercarse sin causar más daño. Esa noche, mientras trataba de dormir, una idea comenzó a formarse en su mente. Si no podía hablar con Marcos directamente, tal vez podría escribirle. Una carta, un mensaje, algo que le permitiera expresar todo lo que sentía sin abrumarlo. Sacó su cuaderno y comenzó a escribir, dejando que sus pensamientos fluyeran: “Querido Marcos, no sé si recuerdas quién soy, pero siento que necesito escribirte. Quiero que sepas que no estás solo, que hay gente que te quiere y te apoya, incluso desde lejos. Espero que algún día podamos hablar y recuperar lo que el accidente intentó quitarnos. Mientras tanto, quiero que sepas que pienso en ti todos los días.” Cuando terminó, se sintió un poco más aliviada. No sabía si alguna vez le entregaría esa carta, pero al menos había podido expresar lo que tenía en su corazón. Las semanas siguientes fueron un torbellino de emociones y decisiones difíciles para Sofía. Cada mañana se levantaba temprano para ayudar a su madre con las tareas del hogar y preparar a sus dos hermanos pequeños para la escuela. Cada noche, al acostarse, el peso de sus nuevas responsabilidades la mantenía despierta. La universidad ya no era una opción. Lo sabía. Había intentado aferrarse a la idea, pero la realidad era clara: su familia necesitaba su ayuda. Con su padre sin empleo y los gastos acumulándose, era imposible que siguieran adelante sin que ella aportara algo. —Tienes que encontrar un trabajo, hija —le dijo su madre una noche mientras lavaban los platos juntas—. Tus hermanos necesitan cuadernos, zapatos, y comida en la mesa. Sofía asintió sin decir nada, aunque por dentro sentía que se rompía un poco más. Al día siguiente, después de dejar a sus hermanos en la escuela, tomó el viejo celular que su madre le había dado y comenzó a buscar empleo. Caminó por las calles del pueblo, entrando a pequeñas tiendas y negocios locales para preguntar si necesitaban ayuda. La mayoría la rechazaba, diciendo que ya tenían suficiente personal o que no podían permitirse contratar a nadie más. Finalmente, después de horas de búsqueda, encontró un pequeño café en una esquina del centro del pueblo. La dueña, una mujer mayor con un rostro amable, le ofreció una oportunidad. —No puedo pagarte mucho —le dijo la señora mientras le mostraba el lugar—, pero es un trabajo honesto. Necesito a alguien que ayude a limpiar y atienda a los clientes en horas pico. ¿Te interesa? Sofía no lo dudó ni un segundo. —Sí, claro que sí. El trabajo era agotador, pero Sofía lo hacía con dedicación. Cada billete que ganaba lo guardaba cuidadosamente, destinándolo a los gastos de la casa y a las necesidades de sus hermanos. Verlos sonreír al recibir un nuevo cuaderno o un par de zapatos reforzaba su decisión de sacrificar sus sueños por ellos.
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