Capítulo 2.

4997 Words
Actualidad. Cabalgo lo más rápido que la ya crecida tormenta me lo permitía. Carissa y Madelin me seguían lo más silenciosas posibles, y detrás de ellas a un par de metros más, cuatro figuras nos seguían por el mismo rumbo. Los cascos de los caballos creaban un sonido potente para todo el que se encontrara cerca. El piso de tierra ya enlodado por la lluvia se tornaba cada vez más peligroso, pero eso no me causaba ningún tipo de preocupación a mí. El uniforme se había pegado a mi cuerpo por la misma humedad, y si no fuera porque llevaba cinturones atados a mis piernas junto con el corcel, el liso material me habría hecho caer hace rato. Este tipo de medidas de seguridad las habían tomado luego de que, algunos de nuestros mortales soldados murieran en una batalla en pleno invierno, ya que sus uniformes, hechos del mismo material que el nuestro, habían provocado que resbalaran y sus propios caballos les dieran muerte pisoteando sus costillas, cabeza u otras zonas sensibles. Los cinturones se habían creado luego de ello, idea del ministro de guerra. Él era un buen hombre que también moriría pronto, así que entendía el sentimiento por los suyos. Yo odiaba caerme, y no mataría a otro caballo por dejarme caer. Así que tomaba las precauciones necesarias. Todo lo que evitara una distracción de mi parte ante una batalla era bienvenido. Pasamos por el ultimo sendero del borde con salma y me adentro directamente de nuevo a nuestras tierras. Perséfone, que era una de las ciudades más cercanas a la ciudad dorada. Cabalgamos un rato por tierras baldías, antes de llegar a una de las entradas de acceso. Esta era una pequeña edificación parecida a la de los mercaderes. Cuatro enormes postes de piedra sosteniendo un pedazo de techo de madera, ya dañada por el tiempo y una mesa en el centro con el oficial encargado. La ciudad en si parecía amurallada, pero solo eran los patios de las casas de la orilla la que formaban el límite de la pequeña región, y esta estaba totalmente controlada. Solo podías entrar presentando tú identificación, la cual era un pedazo de cuero de animal con tu firma, tu nombre y residencia en él. Obviamente nosotros no debíamos presentar tal información, así que sin detenerme al ver a los guardias ponerse de pie al divisarnos, me lanzo dentro de la ciudad. Al principio los escucho llamarme, pero callan al ver a las demás personas detrás de mí. Las cuales portaban caballos con las armaduras y el emblema real en él. Mis hermanas a diferencia de mi bajan la velocidad, dándome la satisfacción de dejarlas atrás y continuar solo con mis escoltas detrás. - Esto nos ganará otro regaño lo sabes ¿cierto? - escucho decir a Madelin, pero solo la ignoro y me concentro en el piso de piedra y grama que seguimos. Evito lo más que puedo llevarme a alguien de paso. Salto sobe una carreta y escucho a mis amigas gritar un lo siento. Luego me lanzo hacia un callejón vacío para salir a otra calle bastante concurrida y seguir de frente. La gente grita y se queja, pero nadie se atreve a nada más, los guardias que nos observan pasar solo tratan de apartar a la estorbosa gente en el paso. - ¡Natasha! - llama Carissa - ¡baja la velocidad o mataras a alguien! - advierte, pero no le prestó atención. Mi sangre parecía hervir y si no llegaba pronto al palacio no solo mataría a una persona. La reina no dio detalles de lo que necesita de usted, pero mencionó, que de usted reusarse usáramos la fuerza para llevarla. – dijo el mensajero que, además, del típico uniforme, llevaba una capa blanca y roja encima. ¿Qué hay de mis hermanas? – pregunté notando lo extraño de la situación. La interrogante me carcomía viva ya que, si ellas no estaban invitadas, dicha reunión no sería nada provechosa para mí. - La reina tiene preparado otro encuentro con ellas más adelante - respondió lanzando una mirada detrás de mí, a la vez que escuchábamos otros caballos acercarse. - preséntese a la convocatoria majestad y se le aclararan todas sus dudas. – dijo antes de hacer el ademán de retirarse. - Espera - llamé antes de que se moviera - yo también tengo un mensaje para mi madre entonces - mencioné y su confusión era notoria. - Dile que estaré en su preciosa reunión con ella a solas. – comencé y vi a uno de los que lo seguían anotar en un pergamino. – Pero que se atenga a las consecuencias si dicha reunión, trata de dicho tema ya discutido en el palacio. Te prometí obediencia ante el mundo madre, pero nunca mencioné que no me revelaría ante tus estúpidas ideas de una alianza. – las palabras abandonaron mi boca antes de que las cuatro personas que se acercaban pudieran escucharlas. – posdata, me gustaría que tengas algún bocadillo salado y que este todo menos envenenado –. agregué y vi a los 3 mensajeros lanzar un gemido de asombro ante mis palabras. - Será entregado mi señora –. dijo el líder y con una reverencia a los ahora, siete presentes dieron vuelta y se marcharon. - ¿Qué sucedió Natasha? – escuche preguntar a Vanessa. – Esos eran los mensajeros de mamá ¿Le paso algo? – ojalá así fuera, pensé a propósito. - ¿¡Qué dices hermana!? No pienses tales cosas –. protestó Eli mientras se acercaba a mi - ¿Qué te dijeron? Mamá no los enviaría por nada –. dice exigiendo respuesta que claramente no estaba dispuesta a darle. - Nada que les interese a ustedes. – fue lo único que dije. – vámonos, necesito volver al palacio – ordené, hacia las dos mujeres que miraban con desprecio a los demás. Asintieron concordes hacia mí y sin despedirme puse al caballo en marcha nuevamente. Sin importarme pasar a los mensajeros, y hacer que estos casi cayeran al tratar de apartarse de mi camino. Aprete las riendas tratando de ir lo más veloz posible, pero los caballos tenían un límite como todo ser vivo que depende de su fuerza. - ¿porqué te llamaría la reina? – preguntó la pelirroja a mi lado –. está claro que la última vez no terminaron en buenos términos, ¿Por qué mandarte a llamar? - Esta más que claro que solo quiere seguirla atormentando. No deberías de asistir, ella no se mide en lo que hace. – advierte Carissa y yo solo siento mi espalda arder con recuerdos oscuros. - No se atreverá de nuevo, ella debe buscar algo más. – digo entre dientes y pienso en su mensaje. La reina Julissa, heredera legitima al reino de la región de Achlys. La única región aparte del gran reino que es guiada por la monarquía. Una madre de cuatro hijas que pareciese solo amar a una. Al igual que las demás reinas que he conocido, es manipuladora y arrogante. Pero más allá de eso, era cruel. Lo suficientemente cruel como para mandar a azotar a su propia hija por tratar de defender su honor y nombre cuando la llamaron... El tener a mi madre cerca me transformaba por completo, no fue la única vez que me hizo algo parecido. Hemos tenido una lucha constante desde hace tres años donde todo mi mundo se fue al infierno. Y justo en este momento mi mente creaba un y mil escenarios donde nuestra próxima reunión se tornaría en otra batalla infernal, una que por más que luchara no era capaz de ganar. - ¡Natasha! – oigo gritar y mi mente vuela de regreso a la realidad, justo a tiempo para saltar por encima de un hombre con una carreta llena de lo que parecía ser queso. - ¡maldición nat! Concéntrate o enserio le pasaras por encima a una persona. – riñe Madelin y no tengo otra opción más que hacerle caso. Veo por encima de mi hombro para asegurarme que el anciano este bien, y lo veo verme con terror puro, mientras un grupo de gente trata de tranquilizarlo. - Si no lo mataste atropellado, seguramente morirá del susto. – bromea Carissa, pero no logro verle la gracia. No cuando una niña de unos cinco años aparece de la nada de entre el montón de queso y lo abraza llamándolo abuelo. Tenso la mandíbula y aparto la mirada de la pareja pensando en que también yo tengo mi tesoro en el palacio. - Recuérdenme enviarle algo para que olvide el susto – digo –. vamos, necesito ver que en el palacio este todo bien. – agrego y azoto al caballo para que busque de una vez la salida del lugar. Al divisarla veo un puesto de acceso parecido al anterior y al igual que ese, lo paso sin detenerme directo a las entrañas de la capital de Aclhys. Está a diferencia de las demás si está rodeada por una muralla, pero antes de eso, kilómetros de tierras abandonadas la rodean. Perséfone es la única ciudad con acceso directo a ella. La ciudad dorada es donde reside todo el pueblo perteneciente a la alta sociedad. Políticos, familias del consejo. Militares de alto rango. A pesar de eso también está dividida por la ubicación social. Comenzando por los más ''pobres'', o con ''menos posesiones'' que vendrían a ser los dueños de los mercados, barqueros, dueños de tierras con acceso a agua salada o dulce. Los separaban terrenos de tierras que pertenecían a ellos mismos. Luego están los militares. La ciudad parecía más un fuerte que un lugar para habitar. Las casas eran hechas de piedra y encontrabas una torre de vigilancia en cada esquina. Una ciudad la cual evitaba ya que la mayoría que la reside parecían odiarme. El camino luego se dividía en tres. Hacia la derecha que se encontraba, Cristal, otra pequeña ciudad amurallada, donde sus habitantes creían pertenecer a la familia real. Y a la izquierda donde se encontraba Mountain, una aldea donde la mayoría de familias de políticos habitaba. La ciudad que se decía ser la más parecida a las grandes ciudades del mundo antiguo. Casas hechas de concreto, capillas con todo tipo de arte decorando su interior, calles de adobe y un pequeño riachuelo que la cruzaba por el medio. Un par de kilómetros más al noroeste y el sol empieza a ocultarse detrás del gran palacio dorado. Un edificio tan grande que podría albergar a toda la población de Perséfone, y aun así habría espacio para montar otro pequeño mercado dentro de él. Blanco con incrustaciones de minerales donde el oro es el que predominaba, cuarzo decorando cada columna tallada, ventanales de colores dándole un aspecto paradisíaco al tocarlos el sol, y un enorme rio separándolo de la última ciudad que se encontraba en el camino. Arteus. La ciudad de los elegidos. Se le llamaba así ya que aquí residían todos los trabajadores del palacio. Entre ellos el consejo de mi madre. Hasta donde tuviese que haber viajado para darle la noticia de la muerte de Nereida a su padre, si este no se hubiese encontrado en Realez, el límite con la zona roja. El ejercito también residía aquí, o por lo menos la mayor parte. Otros de ellos estaban dentro del palacio, en la gran edificación de piedra detrás de él o las zonas aledañas, cumpliendo con su deber. - Ya casi llegamos, no veo nada extraño – dice Carissa y asiento sin despegar la vista del lugar. Llegamos a Arteus y lo cruzamos lo más deprisa. Al ser una ciudad donde la mayoría de sus habitantes no pasan en casa, las calles no están muy concurridas. Niños jugando, madres paseando y vigilándolos, ancianos debatiendo cerca de las fuentes. Así era la vida en esta ciudad. Al llegar al borde del gran rio que cruzaba por el frente del palacio, desde el lago en Salma, hasta el borde del mundo en Callista. Allí nos esperaba un escuadrón de guardias que se inclinaban al vernos acercar. Tenso las riendas del caballo para que este pare y lo escucho rugir y hacer ademanes de cansancio. Tal vez si me excedí un poco. - Majestad, tenemos su transporte listo para cruzar – dice el líder y bajo del caballo para entregárselo. – por allí. – señala hacia el puente de piedra donde un carruaje nos esperaba. - Si por favor, mi espalda me está matando. – se lamenta Carissa mientras estira su espalda ya en el piso–. hemos cabalgado horas. – dice y me sigue hacia el carruaje. - Mis hermanas llegaran más tarde – informo al guardia y este se retira con una reverencia. Los observo llevarse a los caballos y me prometo regresar para mimar a mi pobre animal, que soportaba mis arranques de locura muy seguidamente. Una vez acomodadas en el carruaje, con las dos adoloridas chicas frente a mi arrancamos y comenzamos a cruzar el puente de piedra. Este tenía por lo menos medio kilómetro más de distancia y llegaba a la entrada principal del palacio. - Te ves muy cansada Nat, por favor al llegar date una ducha y descansa si es posible hasta mañana. – asiento, dispuesta a obedecer a Madelin. - Asistir a la fiesta de anoche no fue gran idea.– dice Carissa, mientras sonríe recordando nuestra gran noche. - Solo quiero llegar, ver que mi niña este bien e ir a dormir. – les digo y ellas asienten igual de preocupadas. Que mi madre estuviera cerca era riesgoso, aunque sabía que mi padre jamás permitiría que alguien toque a Eliana. Pero el temor nunca me abandonaba con respecto a ella. - Ella ha de estar bien, seguramente extrañándote y preocupada, ya verás – tratan de tranquilizarme y ya que mis ánimos estaban por el suelo asiento nuevamente. Al llegar a la gran entrada el sol ya está más bajo, dándole al rio un color naranja muy hermoso. Agradecía que el palacio no estuviera amurallado. Las únicas paredes que lo rodeaban se encontraban a 4 días de distancia que era el límite entre Clarida y Apolline. Suspiro sintiendo mis ojos arder y el cuerpo cada vez mas pesado. La mirada de Nereida no había dejado de inundar mis pensamientos y estaba casi completamente segura de que soñaría incluso con ellos. Un escalofrió me recorre el cuerpo al pensar en eso, pero trato de ignorarlo y dejo caer mi cansado cuerpo en el mullido asiento. Nadie dice nada el resto del camino. Los jardines que resguardan el frente del palacio son recorridos por nobles y guardias que al ver el carruaje cruzar se detienen con simple curiosidad, seguramente preguntándose quien de la familia real es transportado. El camino se acorta cada vez mas luego de una vuelta a la derecha, el carruaje dirigiéndose para dejarnos frente a la puerta principal del gran edificio. O su enorme escalinata. Una vez el transporte se detiene asiento hacia las chicas permitiendo que bajen antes. Luego me deslizo en el asiento y veo a un guardia ofrecerme su mano para bajar. La tomo sin titubear mucho, mi cuerpo pidiéndome un poco de tregua es capaz de hacerme pasar el ridículo frente a todos. Una vez nuestros pies en tierra vemos el carruaje seguir su camino para ser guardado, hasta que los necesitemos nuevamente. - Vamos, un poco mas y esto acaba. – dice Madelin tomando mi brazo y sin mas comenzamos a subir las escaleras al palacio. Estas eran anchas, de color blanco por el cuarzo del que estaban hechas. Cada renglón tenía un total de diez escalones, siendo separados por un espacio plano, siendo un total de casi cuarenta gradas para llegar a la entrada. - No es por quejarme, pero deberían de permitirnos subir a caballo –. se queja Carissa sosteniéndose de mi hombro, la veo sudar y casi siento lastima por mis compañeras. - No te mereces tanto en la vida y eres una maldita, pero por lo menos eso deberían de permitírtelo – agrega, y es donde recalco. Casi, siento lastima. La golpeo levemente ya que me faltaba incluso fuerza y me concentro en el movimiento de mis pies. - Llegamos. – suspira aliviada la pelirroja a mi lado y nos detenemos a recuperar el aire un momento. Veo hacia atrás, por debajo de las escaleras y niego lentamente al ver a lo que somos sometidas. - Vamos, quiero que el día se termine ya – digo, y camino hacia la puerta. Dos guardias resguardaban ambas puertas de madera de mas de tres metros de alto y noto a uno de ellos tocarla para que esta sea abierta. Con un crujir y rechinado ambas se separan permitiéndonos adentrarnos en el palacio. En primer lugar al entrar te encontrabas con el gran salón, el cual se dividía en varios caminos y dos escaleras de caracol, enormes a cada lado. Estas te llevaban al salón principal, donde la mayoría de eventos se llevaban a cabo. Pero nosotras buscábamos la residencial real. Esta se encontraba detrás del primer edificio. Y para llegar a él debíamos a fuerza subir al segundo piso. Así que optando por la escalera izquierda y en total silencio comenzamos a subir. Una vez arriba tres pasillos nos dan la bienvenida. El pasillo principal que como dije llevaba al salón principal, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Los tres conducían a la residencial real detrás del gran salón. Pero el camino mas corto era ir por el medio. Mientras avanzabas por los varios pasillos se conectaban a el y al final dos enormes puertas eran las que separaban el gran salón y como al principio, había un pasillo hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Tomamos el pasillo de la izquierda y en un par de metros mas doblamos hacia la derecha a uno de los pasillos menos usados, este solo servía como conducto para llegar justo detrás del gran salón y al pasillo principal nuevamente; con la diferencia de que a estas alturas ya nos encontraríamos en el edificio anexo. Este pasillo era más como un puente. Quedaba en el aire entre ambos edificios y debajo de el solo te esperaba el vacío de veinte metros de alto, ya que conectaba con el segundo nivel. Lo cruzamos a toda prisa con la desesperación llenando mi sistema, y una vez llegamos al final, el laberinto de habitaciones nos dio la bienvenida. Tanto a la derecha como a la izquierda lo que te encontrarías serian salones y habitaciones. Casi al final de este, era donde nuestras habitaciones se encontraban. Pero ya que mis compañeras no pertenecían a la realeza, se despiden de mi siguiendo hacia la izquierda, donde sus recamaras aguardaban mientras yo seguía de frente y luego de unos metros cruzaba a la derecha, donde luego de cuatro puertas, mi habitación me daba la bienvenida en total penumbra. Suspiro casi llorando y me dejo caer contra la puerta para luego deslizarme por ella hasta quedar sentada en el piso. -No es por criticarte. Pero creo que un par de vacaciones, no nos vendrían mal Niego lentamente. Me pongo de pie lentamente y camino entre las sombras en busca del baño. Me desnudo poco a poco en el camino, dejando mi uniforme regado por la habitación, y al llegar a la puerta de madera tallada la abro lentamente. Algo que agradecía mucho, es que el palacio entero tuviera electricidad. En este pequeño mundo la mayoría de las ciudades solo podían conducir electricidad hasta las ciudades más cercanas, o con más probabilidades de costearla. Eso gracias a que nuestros antepasados decidieron arruinar todo y enfurecer a las personas equivocadas. Las aldeas bajas, campesinos y demás comunidades apenas tenían faroles en sus calles y lámparas de gas en sus hogares. Pero en el techo de mi baño un platillo brillante incrustado en el techo iluminaba todo el lugar con un cálido color amarillo. Haciendo que las paredes talladas y decoradas con oro y demás brillaran tan fantasiosamente. Gracias diosas por tan grande privilegio. Una vez adentro me coloco frente al enorme espejo de plata al lado del lavabo de mármol y observo mi reflejo. Definitivamente era un desastre ándate. Una mugre caminante. A pesar del material alicrado y pegado al cuerpo del uniforme, tanto la sangre como el lodo habían logrado manchar mi piel. El lado derecho de mi cara, cuello y clavícula aun tenían rastros de la sangre salpicada cuando Nereida había caído al piso. Mis brazos húmedos eran manchados por lodo y la piel blanca de la cual era portadora, se oscurecía más en algunas zonas. Luego estaban mis piernas, que debía decir no habían corrido con tanta suerte, ya que también tenían un poco de ambas cosas y además de eso se encontraban rojas por el brusco cabalgar y la presión de los cinturones. Suspiro reprobando mi aspecto y por último reparo en mi cara. Enormes bolsas violáceas decoraban la parte baja de mis ojos. La zona blanca del interior de mis dos azules ojos se encontraba levemente irritada y se estaban tornando rojas. Mis labios estaban pálidos y mi cabello castaño claro, eran quien mostraba haber sufrido más. Sangre, lluvia, lodo, un poco de suciedad de los árboles, decoraban el nido de aves que parecía ser mi hermoso cabello. - Maldita serás Nereida y mas maldito el que provocó todo esto - digo a mi reflejo. Ni siquiera tome un baño antes de salir. Odiando mi vida y el día. Dejo llenar la bañera siempre de mármol y oro, para luego meterme en ella y comenzar a lavar cada zona de mi cuerpo, esperando poder arrancar los restos del tedioso día con la esponja. Lavo mi cabello con un jabón de miel, y luego salgo de la bañera para dejar que la regadera hiciera el resto y arrancara toda la mugre restante. Me envuelvo en una toalla y seco mi cabello antes de salir del baño. convencida de que la suciedad ya no era parte de mi cuerpo. Al estar seca solo me coloco unas bragas color crema, y por encima de mi cabeza dejo caer un camisón de satín del mismo color y sin mangas. Solo dos tirillas lo sostenían por mis hombros. Cepillo mi cabello y luego humecto mi piel con aceite de almendras. Una vez termino toda la fatídica rutina de limpieza que según, mi hermana y querida madre era necesaria, me dejo caer en medio del enorme colchón de la cama. - Nereida, no atormentes mi sueño - es lo único que pido antes de sentir mi cuerpo dejarse llevar por el cansancio. Desperté un par de horas después. Mi cuerpo se sentía pesado y mi boca tenia un sabor amargo y pegajoso. Lentamente me senté en mi cama tratando de adivinar que horas eran y al divisar el reloj en la pared, el cual era solo dos grandes agujas rodeadas por cuatro flechas como una brújula, supe que no pasaban mas de las siete de la noche. Había dormido alrededor de cuatro horas seguidas. El hambre era insoportable, y era la razón por la cual mi sueño había sido interrumpido. Pero el hecho y esfuerzo de tener que vestirme y bajar a buscar algo que comer, verdaderamente no era muy tentador. Aun había rastros de cansancio en mí y no sabía cuánto tiempo tendría que dormir para recuperarme. Si, mi manera de recuperar fuerzas es durmiendo. Pero el hambre es algo mortal. Decidí a levantarme luego de unos minutos batallando conmigo misma por no hacerlo. Me meto en un vestido de lo más sencillo y cómodo. Dejo mi cabello tal y como esta para salir rumbo a la siguiente habitación. Antes de comer debía cerciorarme de que absolutamente todo estuviera bien, ya que al regresar me pudo mas el cansancio que el resto de la montaña de emociones que me abordaban. Salgo del pasillo de mi habitación y doblo a la izquierda, encontrándome con el pasillo principal y luego de unos 3 pasillos, doblo nuevamente a la izquierda para encontrar una puerta al final de este. Estoy a punto de tocar cuando unos gritos y quejas me hacen congelar en mi lugar con la mano en el aire. Unos golpes y luego unos gemidos hacen que mi corazón se acelere y sin tocar abro la puerta de golpe. La siguiente escena me deja sorprendida. Mi pequeña hermana de siete años saltaba en su cama con un palo de escobas en sus manos, siendo sostenido y movido como un arma de doble filo. Dos de sus sirvientas principales se encontraban en el piso sosteniendo sus cabezas, las demás trataban de detenerla para retirarle la mortal arma de madera. Antes de que pudieran detenerla, mi hermana levantó la vara y la dejo caer sobre el montón de criadas - ¡Aléjense de mí, brujas! – había gritado mientras lo hacía y luego había saltado de la cama. - ¡Señorita Natasha! – llamó una de las chicas que si mal no recordaba era la encargada principal - Que bueno que está aquí. Su hermana no nos permite cambiarla y ya es muy tarde. - dijo mientras se acercaba a mi y yo solo podía ver como mi hermana dejaba exhaustas a las demás. - ¿cambiarla para que exactamente? – pregunte notando la extraña situación. - El rey nos pidió prepararla para la cena, algunos invitados vendrán al palacio y todo eso – explicó. ­- luego iríamos con usted. El rey pidió no la molestáramos hasta última hora por lo cansada que debía estar ­­- agrego y casi se me escapa una tierna sonrisa. Mi padre era considerado - pero la pequeña princesa se ha negado – finalizó sonando derrotada. Suspiré y negué viendo a mi pequeña versión. Eres un pésimo ejemplo. - Vamos Eliana, deja de atormentar a la servidumbre - ordené y ella inmediatamente volteo notando mi presencia. Sus azules ojos se agrandaron y brillaron al verme, luego se abalanzó hacia mí. - ¡Natasha! Que bueno que has regresado. - dijo abrazando mis piernas - estas burras me están atormentando, ordénales que se marchen - le lance una reprobada mirada. - Eliana ¿Cuántas veces te he dicho que no las golpees así? Ellas son frágiles - dije tratando de no sonar tan despectante y fallando en el intento. Las mujeres en el lugar lanzándome una ofendida mirada. - No quiero ir - dijo poniendo esa carita que lograba convencerme. La tome por los hombros y la empuje hacia el interior de la habitación. - Lo siento cielo, pero papá es quien lo ha ordenado. No puedo hacer nada - explique y la posicione frente al espejo - dame un cepillo - ordené y una de las chicas se apresuró a entregármelo. Me dedique a peinar a mi hermanita con una coleta alta y dejando dos mechones enmarcando su rostro. - Odio las visitas - declaro y mi estomago se apretó. Reconocía ese sentimiento. - Traigan su vestimenta - ordene nuevamente y la líder de ellas me entrego un hermoso vestido celeste que terminaba en un hermoso color blanco. Sin mangas y fruncido del pecho - bien ¿Qué tan formal es esta cena? - pregunte a la joven mujer y ella apretó los labios en una línea. - La verdad es que el Rey solo pidió que se les preparara, pero la cena será en el comedor del ala del salón de música - indicó. Mi entrecejo se frunció. Ese comedor casi nunca era usado ya que era pequeño. Normalmente mi padre lo usaba cuando deseaba comer con todas sus hijas. Siempre y cuando se diera la oportunidad. - Entiendo. - la verdad no - voy entonces a prepararme, cuando termines de vestir a mi hermana llévala a mi habitación y tú - llame a Eliana - comportante y obedece esta vez. - ordene y ella asintió no muy contenta con la petición. Me retiré del lugar y una vez en mi habitación rápidamente me dirigí al armario, luego sin pensarlo mucho tome un vestido que mi madre reprobaría. Pero de alguna manera la vestimenta era como una armadura para mí. El vestido era de tirantes. Su tela de gasa de seda, tan transparente que, si no llevara una tela por debajo, el mundo me conocería tal y como vine al mundo. Su color azul, comenzaba intenso en la parte del torso e iba difuminándose hasta convertirse en un gris claro. Los tirantes, se cruzaban por la espalda hasta conectarse con la larga y lisa falda del atuendo. Por delante los mismos tirantes se volvían anchos, cubriendo por completo mis pechos, pero dejando un escote algo profundo entre ellos. Mis costillas y estomago eran totalmente cubiertos dejando a la vista solo mi espalda y brazos. Para no causarlo un infarto a mi padre, deje mi cabello suelto y mis pies fueron cubiertos por unas sandalias doradas. Mi collar de oro con una llave como único accesorio caía sobre mi clavícula. Al notarlo mi cabeza y alma se debaten entre ocultarlo o no. Nadie conoce el origen de esa cosa fea. Lo deje en su lugar. Una vez lista abandono mi habitación justo en el momento que mi hermana y sus criadas aparecían en la esquina. Las chicas golpeadas se despidieron mientras nos dirigíamos hacia el comedor. Nadie nos detuvo y yo solo me dedicaba a escuchar a mi hermana contarme su día. Yo también quisiera contarle el mío, pero dudo que una niña de siete años pueda comprender la horrible situación de Nereida. Así que cuando pregunto sobre él, un simple – Cansado, pero aburrido. – había sido mi respuesta. Una vez en el pasillo que conducía al comedor las voces de mis hermanas y mi padre se dejaban escuchar. Eliana se soltó de mi mano y entro corriendo mientras gritaba un - ¡Papi! – y casi la imito. Dia terminado. Larga noche comenzando.

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