ALEJANDRO —Sí, nena justo ahí, maldita sea, eres tan buena. —Ya no te necesito. Respiré hondo, apretando el agarre alrededor del pelo de Silvia, tirando de él sin descanso. Ella gimió de placer y dolor al mismo tiempo mientras yo empujaba dentro de ella desde atrás. Intenté sentir algo, cualquier cosa por la mujer a la que se supone que debo amar, por la mujer que dio a luz a mi hija y la que dio sentido a mi vida. Pero no puedo. Cada vez que empujo su pequeño cuerpo, cierro los ojos y lo único que veo es a Amara. Solo puedo pensar en las ganas que tengo de tumbarme junto a Amara y acercarme a ella, rodear su cuerpo perfecto con el brazo y sentirla. No tener sexo, como siempre hacemos. Solo para saber que está ahí, segura entre mis brazos. Es imposible resistirse a ella, lo he inte