Capítulo 3. Tina.

1063 Words
Al día siguiente, me desperté tarde. No sé cómo pasó, pero no escuché la alarma en el teléfono. Con mucha prisa recogí mis cosas, no tenía tiempo ni para tomar me un café, ni para ducharme. Salí de la residencia, subí a mi moto y fui a la universidad. Hoy me tocaba un examen de derecho romano. Me aceptaron en la universidad por ser campeona juvenil, no por ser demasiado inteligente o, tener dinero. Escogí la facultad de Derecho, porque quería ser abogada, así que ahora tenía que sentarme en la biblioteca horas y horas detrás de los libros y estudiar todo lo que los antiguos romanos escribieron. No quería que todos pensaran, que tenía buenas notas solo porque en la piscina defendía el “honor” de la universidad. Sabía trabajar duro. Pablo, mi amigo y algo así, como mi novio, porque ni siquiera nos besamos, me esperaba en la entrada de la universidad. Yo no tenía ni tiempo, ni ganas de meterme en los líos amorosos. Primero porque tenía entrenamientos cada día, estaba preparándome para el campeonato de Europa, los estudios también me comían un gran parte del tiempo. Segundo, por mis pesadillas sabia como podía ser doloroso el amor y no quería sufrirlo en realidad. Por eso Pablo era mi mejor opción. Éramos compañeros de clase y también de la selección Olímpica. Él me entendía, como nadie y no insistía en nada. - ¿Por qué llegas tarde? ¿Estás lista para el examen? - preguntó. - ¡Siempre estoy preparada! - contesté, riendo. - Llegué tarde, porque no escuché la alarma. - Tenemos que ir al decimotercer auditorio, - él me cogió de la mano y me arrastró a las escaleras. - ¡Rápido! Pablo no sabía de mi pequeño problema, nadie lo sabía. Si no me hubiera sentido mal después de estas pesadillas, no sería un problema. Porque a veces todo el mundo duerme mal con pesadillas, pero yo era la única, que las sentía en mi piel. El cuestionario de la prueba de la Ley Romana era de lo más difícil, los sistemas de demanda. - ¿Ahora señorita Marín dígame qué tipos de demanda puede haber? - preguntó nuestro profesor, el señor Varov. Respiré profundamente y empecé a responder, tratando de parecer segura de mis argumentos y conocimientos. -  Había hasta treinta tipos diferentes de reclamaciones reconocidas por el derecho romano, en función de la orientación, el volumen y la forma en que se cumplen las solicitudes, - concluí mi respuesta. - Bien, - dijo profesor, - veo que usted se preparó, pero me gustaría escuchar más ejemplos. - ¿Cuáles? Yo no estaba allí. No sé qué pedían, tal vez un esclavo, tal vez un par de bueyes, tal vez una amante o una esposa, - me reí. - Más imaginación, señorita Marín. Le pongo aprobada la prueba, y en el examen final de mayo, le pediré más ejemplos. - Dijo y me devolvió el carnet de estudiante. - De acuerdo, pero tengo una competición europea en mayo, así que no será posible hasta septiembre, - me sonreí, - luego me recordará. - Vete, Tina, vete, - el profesor sabía que, a los deportistas, nos daban algunas facilidades, cuando teníamos alguna competición importante y eso le sacaba de quicio. Salí y esperé a Pablo en las escaleras. De repente sentí como si fuera electrocutada. Miré al ala opuesta de la escalera y vi al «ahogado». No tuve tiempo ni oportunidad de apreciarlo en la playa. Pero ahora estaba mirándolo descaradamente con los ojos abiertos. Era alto, fuerte, guapo con esa belleza masculina que atraía a las mujeres. Todo su ser enseñaba una fuerza y el poder increíble, que cautivaba a todos, especialmente a mí, porque sabía cómo era ser su amante en mis sueños. Él simplemente levantó sus ojos a mí y me convertí en un conejo ante un pitón. - ¡Tina! Yo también aprobé, vamos a la cafetería y lo celebramos, - Pablo me despertó de la hipnosis y salvó mi lamentable situación. - Sí, vamos, tengo mucho tiempo antes del entrenamiento, - lo cogí bajo el brazo y, tratando de no mirar al «ahogado», bajamos por las escaleras. Salimos de la universidad, no quería ir a nuestro café de estudiantes, porque tenía miedo de volver a ver a ese hombre. Realmente le tenía miedo, porque en mis sueños él me amaba, pero después me destruía, convirtiéndome en la nada. Eso era horrible. - Pablo, tal vez podamos ir al “Café de Fred”. No hemos estado allí desde hace mil años. - propuse. - Vale, ¿Tomamos el metro o un taxi? - Vamos en el metro, porque estoy mal de cash. El dinero de los premios se derrite delante de mis ojos como la nieve en mayo, - intenté sonreír y calmarme. – De hecho, ¿no sabes cómo puedo ganar un poco de dinero? Pronto voy a Europa, pero estoy muy tiesa. - No sé. Preguntaré a los chicos del grupo, a lo mejor pueden prestarme algo. ¿Cuánto quieres? - Unos dos mil dólares. Después te lo devuelvo, cuando reciba los premios. Lo pasé muy bien con Pablo en la cafetería, pero no era muy fácil quitar de mi cabeza al «ahogado», y esa extraña sensación de querer estar entre sus brazos, me estaba causando malestar. Incluso en el entrenamiento en la piscina, el entrenador notó, que no podía concentrarme y cometía un error tras otro. Se enfadó, me mandó a casa antes de tiempo. - ¿Qué te pasa Tina? Estás nadando como una novata. ¿Qué pasó? - No lo sé, estoy muy nerviosa, puede ser por el examen. – intenté explicarle. - Corre por el estadio, vete a casa y toma un té con tomillo y melisa, - me aconsejó el entrenador. Hice lo que él me dijo, a las nueve de la noche fui al estadio que estaba en nuestra residencia. Allí siempre había alguien entrenando, por eso no me fijé mucho en el tipo que estaba haciendo ejercicios en las barras. Mi objetivo era agotar el cuerpo de tal manera que no quedara ningún pensamiento en mi cabeza y podría dormir cansada y tranquila. Corrí media vuelta y me acerqué al joven. Él se bajó de las barras y se dirigió directamente hacia mí. Me paré en seco del susto. Era Él.
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